sábado, 7 de abril de 2012

Cuentos de los mandarines: los perdones del Emperador


Nubes de opiáceo humo cubrían el despacho del gran mandarín Ku Ñao, mientras éste meditaba sutiles y finas maldades con las que fastidiar a los Ku-Rri-Tos de su mandarinato. Y en este trance estaba cuando, como suele ser habitual, fue interrumpido en sus meditaciones por su aturdido discípulo, Par Di Yo.

- Saludos y reverencias, Maestro. Veo que estáis sumido en graves reflexiones.
- Así era, Par Di Yo, hasta que tú me has interrumpido, Bo-Ta Ra-Te. ¿Qué nuevas me traes, tiburón borracho?
- Maestro, debéis saber que el Emperador ha concedido amnistía para aquellos que no han pagado los tributos en los últimos años. Si declaran ahora el dinero B, sólo con pagar el 10% quedarán limpios de pecado. Supongo que estaréis contento, Maestro.
- Par Di Yo, asno poseedor de las Diez Mil Ton-tu-nas, ¿acaso me has visto cara de Cho-Ri-Zo, cardo del desierto?
- Er…¿Tengo que responder, Maestro?
- Par Di Yo, debería mandarte a contar granos de arena al Gobi, pero el opio endulza mi ya de por sí apacible carácter. Además, he de reconocer que mi natural prudencia ha hecho que haya tratado de poner ciertos caudales a salvo de la excesiva codicia del Emperador. Con ninguna intención de defraudar, por supuesto, sino para asegurar próximas inversiones que fomenten el bienestar del país y sus súbditos.
- Claro, Maestro, claro. ¿Cómo el nuevo sombrero de jade y lapislázuli que os habéis comprado?
- Efectivamente, Par Di Yo, bellota achinada. Porque cada gorro de mandarín que me compro aumenta el producto interior bru-to. Pero ahora, escucha, borrego de la sublime puerta. Aunque agradezco el gesto del Emperador hacia sus súbditos acaudalados, que ya era hora, temo que declinaré su generosa oferta de puesta al día fiscal.
- ¿Cómo es eso, Maestro? Con sólo un 10%, vuestro expediente fiscal estará limpio.
- Cierto, Par Di Yo. Pero hasta tu aletargada sesera comprenderá que la diferencia entre el 10% que me ofrece el emperador y el 0% que pago actualmente hace que la oferta me parezca poco práctica. Así que seguiré sin pagar nada, y luego ya veremos. Si me pillan, seguro que puedo acogerme a alguna otra amnistía, o sobornar a alguien en su defecto.
- Visto así, Maestro, tenéis razón. No pagar nada es mejor que pagar poco.
- Además, boniato disparatado, ¿quién, en su sano juicio, se acogería a esa amnistía? ¿No ves que sería como ponerse el cartel de Gran Cho-Ri-Zo? Si yo admito que he estado escaqueando Pas-Ta, sería como decirle al Emperador que, a partir de ahora, me vigile con tres ojos, porque no soy de fiar.
- Confieso mi asombro, Maestro. Veo que, a pesar de vuestra chinesca estirpe, no os dejáis engañar cual chino.
- Par Di Yo, el Emperador demuestra una extraña lógica al apelar a la buena voluntad de quien, evidentemente, no la tiene. Además, ¿por qué voy a pagar yo si hay un montón de Prin-Gaos que pagan porque no tienen medio de escaquear su Pas-Ta a la avarienta vista del Emperador? Y ahora retírate, atún amarillo, que se me está consumiendo la pipa de opio.
- Oigo y obedezco, Maestro.

Y así, Par Di Yo asistió con pasmo a otra lección maligna del mandarín Ku Ñao. Y los escribas lo recogieron en verso en los sagrados pergaminos:

Sale barato, chaval,
pero es más barato aún
si sale gratis total.
Ya pagará el personal
con eso del bien común.
¡Toma paraíso fiscal!