viernes, 30 de noviembre de 2007

Soy leyenda

Queda poco para que se estrene una nueva versión peliculera del libro de Richard Matheson "Soy leyenda". Mucho me temo que, como en la versión anterior, la infumable "Omega Man" con el amigo Charlton Heston, la conviertan en un mero espectáculo de acción chorra y final feliz, con Will Smith volándoles la sesera a tutiplen a mogollón de vampiros y afines. Pero en fin, la esperanza es lo último que se pierde. Me gustaría que, por una vez en la vida, fueran fieles al libro de Matheson, a la desesperanza, la soledad y la tristeza que transmite. ¿Cómo puede alguien seguir viviendo en esa situación, por qué no pegarse un tiro y acabar de una vez?
Y sobre todo, que refleje ese puñetazo a todos los prejuicios de los "normales", ese final donde el título de "Soy leyenda" cobra todo el sentido que quiso darle Matheson.
Consérvate bueno.

lunes, 26 de noviembre de 2007

Muchos años después...

Tras leer "El corazón de oro de Ku Ñao", no me resisto a dejar aquí las palabras que, muchos años después, escribió Tolstoy:

"El diablo de la filantropía pretendió que los que roban por quintales pudieran pagar en gramos a los miserables a quienes robaron y que, gracias a ello, se labraran una reputación de virtud, sin necesitar ya perfeccionarse."

Consérvate bueno.

Cuentos de los mandarines: el corazón de oro de Ku Ñao

El mandarín Ku Ñao meditaba bajo los saludables efectos de su tercera pipa de opio cuando una idea, etérea cual caballito de mar, cruzó por su preclara mente. Llamó de inmediato a su pupilo Par Di Yo.

- ¡Par Di Yo! Acude a mi celestial presencia.

- Aquí estoy, oh, Maestro, ¿qué desea vuestra grandeza?
- Par Di Yo, he tenido una gran idea para granjearnos las simpatías del pueblo y encaminarnos hacia el Tao: he inventado la responsabilidad social corporativa.
- ¡Albricias, Maestro! ¿Y en que consiste ese magnífico invento?
- De lo que se trata es de que nuestro mandarinato haga buenas acciones hacia los pobres y desamparados.

Par Di Yo quedó desconcertado:

- Pero…Maestro, ¿no es esa función de los monjes y del estado? Yo pensé que nosotros estábamos aquí para incrementar las ganancias del Emperador.
- Sí, Par Di Yo. Pero debemos devolver a la sociedad algo de lo que esta nos da. ¿No te parece una idea que contribuiría a crear orden en el universo?
- Sin duda lo es, Maestro. Pero aún no entiendo bien en que consiste. ¿Podríais ponerme un ejemplo?
- Pues, por ejemplo, podemos ir al barrio Chun Go, y regalar a una familia un traje nuevo, con el logotipo de nuestro mandarinato. De esta forma descargamos nuestras conciencias y contribuimos al progreso general. Por supuesto, sería bueno que estuvieran todos los cronistas y escribas de la ciudad, para recoger nuestro gesto y que luego cunda el ejemplo. ¡Oh, Par Di Yo, dime! ¿Hay mayor felicidad que hacer el bien?
- Pero, Maestro. ¿Se trata de hacer el bien?
- Así es.
- Entonces, se me ocurre algo mejor, Maestro. Los monjes ya reparten ropa a las familias pobres. Lo que nosotros podemos hacer es subir los sueldos de miseria que pagamos a nuestros trabajadores, o quizá remunerarles todas las horas extras que hacen por la cara. También se me ocurre que podríamos dejar de engañar a nuestros clientes, vendiéndoles cosas que sabemos que son inútiles para ellos. O que podríamos pagar las facturas de los proveedores en tiempo y forma, en lugar de hacer que tengan que reclamarlas, o dejar de llevar una contabilidad creativa para evitar pagar impuestos. También podríamos dejar de tirar nuestros desperdicios al río, o dotar a nuestros trabajadores de las medidas de seguridad que exigen las leyes, y…¡Maestro, sólo tendríamos que seguir las enseñanzas de Confucio, y la faz del mundo cambiaría! ¿No es esto responsabilidad social corporativa? ¡Oh, Maestro, verdaderamente! ¿Hay mayor felicidad que hacer el bien?

El hermoso y sereno rostro de Ku Ñao empezó a desfigurarse de ira al escuchar las divagaciones de su discípulo:

- ¡Par Di Yo, eres necio cual asno ebrio! ¡Escucha bien, grulla flatulenta! ¿Es que pretendes arruinar al Emperador?
- Maestro, imploro vuestro perdón. Entendí que el bien, la ética,…
- ¡Cierra tu ignorante bocaza, Par Di Yo, y escúchame! Una cosa es hacer el bien, y otra ser gilipollas. De lo que se trata es de hacer un bien que parezca mucho, pero que cueste poco. De esta manera, la reputación del Emperador crece, pero su bolsa continua llena. ¿Lo entiendes ahora?
- Creo que sí, Maestro, disculpad mi ignorancia. ¿La idea, entonces, es mejorar nuestra reputación, pero sin hacer nada en realidad para cambiar las cosas?
- Tú llegarás lejos, Par Di Yo.
- ¿Cómo cuando regalo mis viejas zapatillas a los pobres, en lugar de echarlas al fuego?
- Esto es, Par Di Yo. Se trata de que las gentes vean tu gesto, y de tu gesto deduzcan que eres bueno. Así, se olvidarán de demandarte tus verdaderas obligaciones.
- ¿Aunque realmente seas más malo que un dragón con almorranas?
- Efectivamente. ¿Quién va a creer que es malo alguien que da un vaso de leche a un niño hambriento? Lo que cuenta es el gesto, Par Di Yo. Esta es una parte del Tao que se llama Mar Ke Ting.
- ¿Y cree que Confucio lo habría aprobado, Maestro? ¿No estamos faltando a la Verdad Suprema?
- Par Di Yo, Confucio era un filósofo, que no tenía que tratar, como nosotros, con los problemas diarios del comercio. La verdad es relativa.
- Me inclino ante vuestra sabiduría, Maestro.
- Pues empieza a obrar, Par Di Yo. Coge esas alfombras, que están para tirar, y dáselas a los pobres. Pero antes, asegúrate de que toda la ciudad se entera de lo que vamos a hacer. Y si te hacen un retrato regalando las alfombras, mejor. Luego lo haremos circular por pueblos y aldeas. Y cuando termines, compras alfombras nuevas para mi estancia. De las más finas y caras, que hacer el bien merece su recompensa. Y procura regatear hasta el último céntimo con el artesano alfombrero.
- Allá voy, Maestro.
- Ve en paz, hijo mio.

Y así fue como el mandarín Ku Ñao inventó la responsabilidad social corporativa. Y recogió la esencia de su sabiduría en estos versos:

Haz crecer al máximo tu reputación
para poder escaquearte de tu obligación.
Olvídate de Confucio
y acuérdate del Negocio.

Los cuentos de los mandarines

Para los que trabajamos en el área de consultoría, especialmente en el área de recursos humanos, no pasa desapercibida la presencia entre nosotros de la estirpe de los Mandarines. Son gente encumbrada, listos de cojones, cuya principal actividad es escribir libros y artículos, y proferir continuos disparates en público y en privado. La soberbia de los mandarines es inversamente proporcional a su nivel de sentido común. Normalmente, no entienden un pijo de personas, ya que su egoismo es ilimitado, pero pontifican un montón de buenas intenciones que ellos son los últimos en cumplir. Lo curioso es que esta casta, sin la cual el progreso quizá sería posible, se conoce desde muy antiguo. De hecho, un antiquísimo manuscrito chino que obra en mi poder por azares del destino, escrito por un agudo observador de la realidad llamado Ka Pu Yo, recoge una serie de relatos protagonizados por algunos de los mandarines más notorios de aquel tiempo. Por su interés, iré transcribiendo algunos de esos relatos para ilustración de la masa. Cualquier parecido con la realidad empresarial de cualquiera es pura coincidencia.

Consérvate bueno.

viernes, 23 de noviembre de 2007

Libros libres

Para los que tenemos la enfermedad de leer, nunca es bastante. Somos voraces, y buscamos continuamente nuevo material.

No todos los libros te hacen libre, está claro. Algunos idiotizan tanto o más que la tele, y hay que evitarlos como la peste. Pero hay muchísimas joyas ocultas. O sin ocultar.

Para los que nos gastamos una pasta en libros, nos viene al pelo tener lugares de Internet donde podamos conseguir algún material gratuito. Esto cada vez es más difícil, ya que los burguesazos de la cultura son cada día más agresivos, y llegará un día que le pongan un copyright a las palabras y haya que pagar por decirlas. Ya desaparecieron lugares como el legendario FTP de Michel, que eran un lujo para buscar libros.

No se entiende esa voracidad comercial, la verdad. Primero, porque gran parte de los libros que se ofrecen son absolutamente imposibles de encontrar en ninguna libreria, por estar descatalogados. Pero es igual, yo no te lo vendo, pero tampoco te dejo leerlo. Estrategia comercial "perro del hortelano", o dar por culo porque sí. Segundo, porque es falso que los libros descargados de Internet o sacados de las bibliotecas públicas repercutan negativamente en la venta de libros. Más bien es al revés, el fomentar la lectura hace que se vendan muchísimos más libros. A lo mejor lo que incide en que se vendan menos libros es que cuestan un pastón. Yo me lo pensaría si fuera un genio del marketing.

En fin, todavia quedan sitios en los que uno puede encontrar libros en Internet. Aquí dejo uno de los mejores que conozco. Hay que registrarse, y tiene la descarga diaria limitada, pero se pueden encontrar muchísimas cosas.

http://www.librostauro.com.ar/

Consérvate bueno.

jueves, 22 de noviembre de 2007

Welcome

Bienvenidos al punto de partida de una aventura compartida que esperemos funcione bien. En esta página iré dejando constancia de las elucubraciones de mi enfermo cerebro, en relación a multitud de temas. Espero que sirva, además de para desahogarme yo, para que alguien se pueda reir un poco alguna vez, o reflexionar sobre algún tema, o descubrir algún tipo de información interesante.
Advierto que soy un tanto irreverente, así que la peña con problemas ante las baciladas queda avisada. No admito reclamaciones.
Bien, solo queríamos darnos (y daros, si hay alguien ahí) una pequeña bienvenida a una casa que iremos llenando de cosas interesantes.
Consérvate bueno.