viernes, 29 de febrero de 2008

Ahora en serio

Bueno, parece que se me ha pasado el efecto de las mitsubisis caducadas que me tomé, y ya no veo a Scott LaFaro ni nada. ¡29 de febrero! ¡Tolón, tolón! Suena la campana de la última vuelta. Mi último mes en Tarados, S.A. Tras años de tragar quina y pelearme con todo dios, se acaba la cosa.

Es triste no estar triste, la verdad. Son unos cuantos años aquí, el largarme debería provocarme tristeza, pero lo que siento es una alegría inmensa. Me quito un peso de encima descomunal. Ahora, a por otros proyectos, a ser posible totalmente diferentes. Sigo teniendo algunos colchones, mis máster y tal, y algunos han contactado ya conmigo para alguna cosilla. Nos podemos ganar la vida sin problemas, no preocuparse. Bueno, todo en la vida tiene riesgos, yo los asumo sin ningún problema. Pero lo que no se puede es seguir como hasta ahora, porque la vida no es eso. Por supuesto, seguiremos publicando disparates a buen ritmo.

No se me debe haber pasado del todo el efecto alucinógeno, porque estoy viendo a Gaby, Fofó, Miliki y Fofito haciéndome señas desde la sala de juntas. Ah, no, que es el comité de dirección. ¿Qué hoy tenemos reunión? ¿Otra vez? ¿Y por qué tengo que ir yo, coño, si me voy el 31?

¡Qué largo se me está haciendo!

jueves, 28 de febrero de 2008

Improvisación sobre cualquier gilipollez

- ¿Tú puedes improvisar una historia sobre cualquier gilipollez? – me preguntó mi amigo Lucas Iscariote, más conocido como Trespiños por su cautivadora sonrisa.
- ¡Claro! – le dije yo – No olvides que llevo mucho tiempo escuchando jazz, y algo se pega. ¿Qué es un jazzman sino un improvisador? Le da lo mismo la sinfonía 40 que el himno del Atleti, son simples excusas argumentales para improvisar. Pues yo soy un jazzman de las gilipolleces. Un virtuoso de la gilipollez, diría yo.
- No me creo que puedas improvisar sobre cualquier gilipollez.
- ¿Tú no definirías esta conversación como una auténtica gilipollez?
- Pues ahora que lo dices, sí.
- Y, sin embargo, nos está saliendo una historia ¿no? Y habrá alguien que incluso la esté leyendo. Oye, ¿qué tienes en la oreja?
- ¿En cuál? Ah, las llaves del coche, es que en el bolsillo se me clavan cuando me siento.
- ¿Te das cuenta?
- ¿De qué?
- El nivel de gilipollez de nuestra conversación crece cada vez más, y esto me permite seguir improvisando.
- No estoy seguro de pillar muy bien esto de la improvisación.
- ¿No ves como voy arriba y abajo de la escala de la gilipollez? ¿Cómo encuentro notas gilipollescas que no parecía que pudieran estar ahí? Eso es porque no tienes educado el oído, déjame que te meta un par de puñetazos en la oreja para amoldarla.
- ¡Quita, coño, que luego no encuentro las llaves! Y, además, ¿no tenías que estar trabajando, en vez de escribiendo gilipolleces?
- ¡Anda, hombre! ¿Currar yo? Yo soy un artista, desgracia humana.
- ¿Y por qué te hicieron director de operaciones?
- ¡Ay, amigo Trespiños! Una infancia desdichada, las malas compañías,…es una historia muy triste.
- ¿Nos vamos al parque del Oeste a hacer botellón?
- Acertada sugerencia, estimado Trespiños. ¡Vayamos! Y creo que llamaré a nuestro diálogo “Improvisación sobre cualquier gilipollez”.
- ¿Vas a tener el morro de colgar eso en el blog?
- ¡Pues si vieras lo que le vendo a los clientes! Esto es arte, macho.
- ¡Venga, vámonos ya! ¿Y dónde coño habré puesto las llaves del coche?

miércoles, 27 de febrero de 2008

El día de la trompeta

El día de la trompeta empezó como un día normal, salvo que decidí comprarme una trompeta, que ya era hora. Así que me dirigí a una tienda de instrumentos musicales, donde había un viejecito muy simpático que me preguntó:

- ¿En qué puedo servirle, caballero?
- Querría una trompeta, santidad – le contesté yo.
- ¡Hum! – dijo él – Creo que tengo lo que necesita.

Y se fue por una puertecita, y volvió en seguida con una trompeta en las manos.

- ¿Qué le parece? – me dijo mostrándomela.
- Hombre, yo la veo un poco vieja.
- Mucho mejor. Eso significa que ha sido tocada por muchos músicos, con lo que ha adquirido la solera necesaria.
- ¿Y esta abolladura que tiene aquí?
- Eso le da un timbre característico – me dijo él.
- No puedo mover los pistones – le dije mientras los apretaba con todas mis fuerzas.
- Al principio van un poco duros, eso es buena señal. Esta trompeta tiene personalidad, señor.

Así que me la quedé. No todos los días encuentra uno una trompeta con personalidad. Y salí tan contento de la tienda y ¡oh, sorpresa! en la esquina me encontré a Chet Baker.

- ¡Mira que trompeta me he comprado! – le dije.
- Esa trompeta es una birria. Te han timado – me respondió Chet.

¡Cómo! ¿Una birria mi trompeta? ¿Será posible? Debo admitir que en un primer momento sufrí un shock, pero luego pensé que tampoco había que fiarse de lo que dijera Chet, ya que era un tipo de vida disoluta. Pero me dejó preocupado, así que me acerqué a casa de Dizzy Gillespie. Llamé al timbre, y me abrió su madre:

- ¿Sí?
- ¿Está Dizzy?
- ¿Quién es, mamá? – se oyó la voz de Dizzy.
- Es Troglo Jones.
- ¡Dile que no estoy!

Demasiado tarde. Estoy acostumbrado a estas situaciones, así que me colé en la casa en un descuido de la madre, y dije:

- ¡Mira que trompeta me he comprado!
- Esa trompeta es una birria. Te han timado. ¡Mamá! – gritó Dizzy.

Y en ese momento la madre me cogió por los hombros y me echó a la calle. Este contratiempo me preocupó, pero pensé que uno no puede fiarse tampoco de Dizzy. Es un bromista incorregible. Así que me acerqué a casa de Miles Davis, y me abrió la puerta el mayordomo.

- ¿Sí, señor?
- Quiero ver a Miles – dije yo.
- ¿Quién es, Ambrosio? – se oyó la voz de Miles.
- Es Troglo Jones, señor.
- ¡Suelta los perros! – dijo ese desagradecido de Miles Davis.
- ¡Miles! – grité yo - ¡Mira que trompeta me he comprado!

El negrísimo careto de Miles asomó ligeramente por una rendija, y dijo:

- Esa trompeta es una birria. Te han timado. ¡Y largo de aquí!

Así que salí a paso bastante rápido de la propiedad del afable Miles. Yo aún no podía creer que aquel viejecito tan simpático me hubiera timado. Así que entré en el cementerio y di unos toquecitos sobre la lápida de Bunny Berigan.

- Esa trompeta es una birria. Te han timado. – me dijo Bunny desde su tumba.

Pero no me di por vencido. Me acerqué al bar, y me encontré a Freddie Hubbard y a Lee Morgan, que jugaban al cinquillo.

- ¡Mirad que trompeta me he comprado!
- Esa trompeta es una birria. Te han timado – dijeron en un dúo tan perfecto que me dieron ganas de pedir un bis, pero hubiera sido masoquismo.

Le pregunté a Louis Armstrong, a Clifford Brown, a Fats Navarro, a Wynton Marsalis, a Kenny Dorham, a los hermanos Candoli, a Maynard Ferguson, a Cootie Williams, a Joe Newman, a Dusko Goykovich, a Donald Byrd, a Thad Jones. A Benny Bayley, a Art Farmer, a Clark Terry, a Howard McGhee, a Nicholas Payton, a Booker Little, a Ted Curson. Pregunté incluso a Stu Willamson, a Tony Fruscella, a Blue Mitchell y a Buddy Childers. Pero todos me dijeron lo mismo:

- Esa trompeta es una birria. Te han timado – dijeron todos.

Contraté una médium y le pregunté al fantasma de Bunk Johnson:

- Esa trompeta es una birriaaaaa. Te han timadooooo – dijo una voz de ultratumba.

Me fui sin pagar a la médium y le pregunté a Jack Teagarden, que pasaba por allí.

- ¿A mí que me cuentas? Yo toco el trombón – me dijo – Pero esa trompeta es una birria. Te han timado.

Intenté asesinar a Jack, pero se montó en su trombón y salió a escape. Ahora sí que estaba enfadado de verdad. Así que me fui derecho a la tienda, me coloqué el sombrero de copa un poco ladeado, y entré. Allí estaba el viejecito, así que le agarré por las solapas, y le dije:

- ¡Oiga usted! ¡Les he preguntado a todos mis amigos músicos y todos me han dicho que esta trompeta es una birria! ¡Me ha timado usted!

El viejecito, sin perder la compostura, me dijo:

- ¿Cómo, caballero? ¿Timarle yo? ¡En absoluto!
- ¿Me va a negar que esta trompeta es una birria? – dije yo alzándole por las solapas hasta que tocó el techo con el cráneo.
- ¡No, señor! – dijo el tipo – La trompeta es, sin duda, una birria. Pero es el instrumento que usted necesita, porque usted no sabe tocar la trompeta.

Y entonces la luz se hizo en mi cabeza.

- ¡Pues es verdad! – dije - ¡No tengo ni la más remota idea de tocar la trompeta! ¡Disculpe la confusión, caballero! – le dije al viejecito mientras volvía a colocarlo en el suelo y le daba, por acto reflejo, un par de puñetazos en el hígado - ¡Qué feliz soy, no me han timado!

Y salí de la tienda bailando. Justo en la puerta me encontré a Don Cherry, que me dijo:

- ¡Vaya birria de trompeta! Te han timado.

Y yo le dije:

- No, señor, no me han timado, ¡porque yo no sé tocar la trompeta!

Así que se puso rojo de rabia y se fue corriendo a contárselo a los otros, que se murieron de envidia. Y esto fue lo que pasó, más o menos.

PD: Recuperamos esta chorrada del archivo. No están todos los que son, pero sí son todos los que están. Aquí hay demasiadas memorias a las que dedicar, tantos muertos jóvenes: Morgan, Clifford Brown, Navarro, Booker Little, Berigan…¡cuánto nos podían haber dado!

La imagen es de un cuadro del pintor checo Jindrich Pevny (no me lo he inventado, es de verdad).

martes, 26 de febrero de 2008

Dos recuerdos

El pasado día 19 de febrero, coincidiendo con el aniversario de la muerte de Lee Morgan, falleció el saxofonista y productor Teo Macero. Como músicos, no podían ser más diferentes. Lee Morgan era el gran improvisador, Macero era buen técnico y compositor, pero le faltaba el don de Lee.

Conocimos a Macero sobre todo por su trabajo con Miles Davis, aunque también trabajó con muchos otros músicos. Dos ejemplos: "Kind of Blue" y "Time Out" llevan su sello. Un artesano. Y yo imagino que había que tener una paciencia tremenda para trabajar con Miles Davis, así que debía ser un santo varón.

Pues nada, a ver si deja de morirse gente y empieza a nacer, y el próximo día puedo anunciar: "ha nacido en San Petersburgo el gran trompetista Yuri Soploff, con un peso de 3 kilos 200 gramos. Desde aquí la enhorabuena a sus felices papás...". Ojalá.

Consérvate bueno.

lunes, 25 de febrero de 2008

Primavera con una esquina rota

El título de esta entrada me lo ha prestado Mario Benedetti. He hablado con él y me ha dicho que vale, que lo podía usar, pero que dijera que era suyo. Y yo he dicho, pues vale, mientras no tenga que pagar.

Pero ahora que lo pienso, no sé por qué ese titulo es de Mario Benedetti. A ver, si esas cinco palabras están en el diccionario, ¿por qué no las puedo usar yo? ¿Porque a él se le haya ocurrido juntarlas antes que a mí ya son suyas? Pues no me parece bien. Yo podría sacudir un diccionario al azar, y podrían salir esas cinco palabras y ¿qué pasa?, ¿que porque las haya usado antes Mario Benedetti no las puedo usar, o qué?

A ver, voy a coger el diccionario y lo voy a sacudir hasta que caigan tres palabras (¡zrus! ¡zrus! ¡zrus!, ruido de diccionario al ser agitado). ¡Aquí están!, a ver, son “tomate”, “verde”, “frito”. ¡Joder, qué casualidad! Vamos a ver otra vez (¡zrus! ¡zrus! ¡zrus!, ruido de diccionario al ser agitado). Ya. “la”, “historia”, “interminable”. ¡Pero bueno! Este diccionario está trucado, voy a coger otro, a ver. Y ahora a agitarlo (¡zrus! ¡zrus! ¡zrus!, ruido de diccionario al ser agitado). Ya caen. A ver, ahora sí, “accadera”, “joola”, “kive”. ¿Pero esto qué coño es? ¡Si este diccionario es de finlandés! ¿Y por qué tengo yo un diccionario de finlandés? En fin, como ejemplo me vale. Imaginaros que yo titulo algo “Accadera joola kive”. Pues, hala, ese título ya es mío. Así que si vosotros lo queréis usar tenéis que decir: “voy a titular esto Accadera joola kive, pero tengo que reconocer que este título es de Troglo Jones, así que ya no tiene mérito”. Y eso que ni soy finlandés ni nada. Pues una injusticia. A lo mejor lleváis tres meses buscando un título para un post, y de repente decís, “Eureka, Accadera joola kive, qué título más cojonudo”. Pues os jodéis, porque simplemente yo agité un día un diccionario. Y aunque vosotros no supierais que existe Troglo Jones, da igual. ¿Se puede consentir esto? Estoy tan indignado que ya no me da la gana de decir que el título de esta entrada es de Mario Benedetti.

Pero bueno, a lo que íbamos…¡Joder! Se me ha olvidado completamente lo que iba yo a decir en esta entrada. Y la culpa es de Mario Benedetti. ¿Qué era, coño, si era algo muy interesante? ¿Cómo se me puede haber olvidado? Lo que más me molesta es que esto me pasa cantidad de veces, que me enrollo con una chorrada y luego se me olvida lo importante. Aunque hay veces en que uno no tiene muy claro qué es lo importante. Me acuerdo una vez que le pedí un taladro al vecino…pero esto es otra historia, ya estoy otra vez igual. ¿Qué era lo que iba a decir, coño? Tranquilos, si lo tengo en la punta de la lengua. ¿Hummmm?

viernes, 22 de febrero de 2008

Slow down week

¡Qué vida esta! Aquí tenemos una películita flash de Adbusters que podían habernos filmado con cámara oculta a cualquiera. Que nos sirva de reflexión.
Al loro el careto que pone cuando va en el coche. Impagable.

http://www.adbusters.org/media/flash/slow_down_week/

Consérvate bueno.

jueves, 21 de febrero de 2008

Delirio electoral con toque jazz

Pues salía yo del museo Guggenheim nuevo que han puesto en Móstoles, de ver una exposición de Esther Cidoncha. Buena, buena. Iba con Scott LaFaro, que le habían resucitado para que pudiera votar en las elecciones del nueve de marzo, fijaros si eran importantes las elecciones.

Scott era buen chico, pero muy plasta, y no paraba de intentar sonsacarme a ver si iba a votar a Rajoy o no.

- Mira, Scott – le dije – no puedo votar a Rajoy porque le prometí a mi loro en su lecho de muerte que nunca votaría a un tío con barba.
- ¿Y por qué no vas a votar a un tío con barba, si se puede saber?
- Porque los tíos con barba no son de fiar.
- ¿No?
- Mira Papá Noel, por ejemplo.
- ¿Papá Noel no es de fiar?
- ¿A ti te traía lo que le pedías?
- ¡Qué va! ¡El gilipollas siempre me traía un jersey, y calcetines, y mierdas así!
- ¿Ves? Para una cosa que le pedías en todo el año, y te la jugaba.
- Me has convencido. ¿Vas a votar a Zapatero, entonces?

Pero qué plasta es este Scott LaFaro.

- No puedo – le dije.
- ¿Por qué?
- Porque le juré a mi loro en su lecho de muerte que nunca votaría a un tío que tuviera una zeta en el nombre.
- ¿Y por qué no vas a votar a un tío con una zeta en el nombre, si se puede saber?
- Porque la gente con una zeta en el nombre no son de fiar.
- ¿No?
- Mira Zunzunegui, por ejemplo.
- ¿Zunzunegui no es de fiar? ¿Y quién coño es Zunzunegui?
- ¿Ves? ¿Tú te fiarías de un tío que ni conoces? Y además, igual tiene barba.
- ¿Zunzunegui tiene barba?
- Es posible.
- Me has convencido. ¿Vas a votar a Llamazares, entonces?

Pero qué plasta es este Scott LaFaro.

- No puedo – le dije.
- ¿Por qué?
- Porque Llamazares tiene barba y una zeta en el nombre.
- Me has convencido.

Menos mal, coño.

PD: Delirio dedicado a la memoria de Scott LaFaro, 1936-1961

miércoles, 20 de febrero de 2008

Delirio 3: La noche que conocí a Cassandra Wilson

Quería contaros lo que pasó la noche que conocí a Cassandra Wilson.

La cosa fue así:

Yo había salido tarde de la oficina, como casi siempre, porque suelo quedarme dormido en el despacho con mucha facilidad. Era ya de noche, y la noche estaba muy rara. Ni llovía, ni dejaba de llover, pero la calle tenía como un brillo extraño. No había casi nadie, y yo caminaba algo más idiotizado de lo normal. No tenía muy claro por dónde andaba, quizá me había perdido. De repente, un taxi se paró a mi lado. Se abrió la puerta y ¿quién diréis que se bajó? ¡Sí! ¡Cassandra Wilson! ¡La misma!

- ¡Anda ya!

El autor de este anticlímax es Puto Bocazas, un loro que tengo en casa y que no me deja vivir. Le puse el nombre por su exuberante personalidad.

- ¡Calla ya, buitre! ¿Qué sabrás tú de contar historias? ¿Has escrito alguna, eh?
- ¡No he escrito ninguna porque no tengo manos, sólo alas! ¡Vas a flipar, anota mientras te dicto, ya verás que historia! “Era un noche como tantas…”

En este momento, y con sigilo, he tapado la jaula de Puto Bocazas con una toalla. Ahora, abro la ventana y tiro la jaula, eso sí, con mucho cuidado. Dicen que los loros viven 70 años. No, si yo puedo evitarlo. Así que, como decía, la noche que conocí a Cassandra Wilson la cosa fue así:

Cassandra se bajó del taxi, me miró así como de aquella manera, y con ese vozarrón me dijo:

- Hola, Troglo Jones. Te estaba buscando.

¡Fijaros que situación! ¿Qué hubierais dicho vosotros en mi lugar? Yo dije:

- Tanto gusto, señora.

Ya sé que es una idiotez, pero me hubiera gustado veros, con aquel mujerón mirandóos. Y dijo:

- Te necesito, Troglo, es cuestión de vida o muerte. Tengo que actuar esta noche y no tengo acompañante. ¡Tú tocarás el saxo para mí!

Y se me quedó allí, mirándome fijamente. ¡Y lo bien que hablaba español Cassandra Wilson, qué cosas! Yo hubiera tocado lo que me hubiera dicho, pero aquello era demasiado. Así que dije:

- ¿Lo qué?

Ya sé que no fue muy brillante pero, repito, me hubiera gustado veros. Ella dijo:

- ¡No hay tiempo!

Y me agarró del brazo y me metió en el taxi.

- Ahora tengo que vendarte los ojos – me dijo.

Y me los vendó, para que no supiera dónde íbamos. Dimos vueltas y vueltas, hasta que el taxi se paró. Ella me desató la venda y me dijo:

- Ven.

Y fui. Y entramos en un club de jazz. ¡Y qué club! ¿Os acordáis del de la peli de “Round Midnight”? Pues igualito. Y lleno de gente. Y cuando entramos, todos se pusieron a gritar como posesos. Y subimos al escenario, y Cassandra Wilson me dio un saxofón tenor, y me dijo:

- Toca conmigo.

Y yo le dije:

- ¡No puedo! ¡No puedo!– y me salió voz de Chiquito de la Calzada, que me pasa cuando me pongo nervioso. Ya sé que no es muy brillante, pero me gustaría haberos visto a vosotros. Y ella me dijo:
- Yo te daré el poder.

Y lo que me dio fue un beso de tornillo que me volvió loco. ¡Qué labios, hijos míos, qué labios! Y al instante noté que me entraba en los pulmones Dexter Gordon. Y después entró Sonny Rollins. Y a continuación, tenía a Lester Young, sí señores. Y entonces tuve que toser, porque me ahogaba con tanta gente en los pulmones.

Y entonces agarré el saxo y me puse a tocar. Y Cassandra se puso a cantar. Y tocamos “Some other time”. Y después, “You don’t know what love is”. Y “Shall we dance”. Y hasta “´Strange Fruit”. Y muchas más. Y yo tocaba como nunca había tocado, porque no había tocado nunca, la verdad, y ella cantaba como siempre había cantado, pero mejor, y la gente se volvió loca, y todos nos volvimos locos. Y cuando ya no podíamos más, después de horas y horas, paramos. Y la gente aplaudía, y aplaudía, y aplaudía. Y ella me dijo:

- Gracias, Troglo Jones. Me has salvado.

Y me miró con esa pregunta en los ojitos. Y yo dije:

- Cassandra, yo me debo a la Dirección de Operaciones – vale, esta es especialmente poco brillante, pero me gustaría haberos visto a vosotros. Y ella me dijo:
- Déjalo todo y ven conmigo.

Y, como decía mi abuelo, hay mujeres que quizá no son tan guapas, pero tienen algo. Bueno, realmente mi abuelo no decía nada, sólo fumaba celtas y refunfuñaba, así que esta frase debe ser mía. En fin, a lo que iba, que ella me dijo:
- Déjalo todo y ven conmigo.

Y yo dije:

- ¡Vale! – sí, sí, no pasará a la historia, pero fue lo más acertado que dije en toda la noche.

Y entonces Cassandra se acercó de una manera que me dio hasta miedo. Y cuando ya estábamos pegaditos, pegaditos, me caí de la silla y me di cuenta de que me había vuelto a quedar frito en el despacho. ¡Maldita sea mi suerte! Así que me levanté del suelo, me puse el sombrero (suelo llevar sombrero de copa), y me marché a la calle, pensando en mi sueño y en ella.

Así que, como veis, yo había salido tarde de la oficina, como casi siempre, porque suelo quedarme dormido en el despacho con mucha facilidad. Era ya de noche, y la noche estaba muy rara. Ni llovía, ni dejaba de llover, pero la calle tenía como un brillo extraño. No había casi nadie, y yo caminaba algo más idiotizado de lo normal. No tenía muy claro por dónde andaba, quizá me había perdido. De repente, un taxi se paró a mi lado. Se abrió la puerta y ¿quién diréis que se bajó? ¡Sí!

PD: Muchas gracias a Esther Cidoncha por prestarme esta maravillosa foto de Cassandra Wilson para este delirio. © ESTHER CIDONCHA CASTELLOTE

lunes, 18 de febrero de 2008

Cuentos de los mandarines: el peso de la sabiduría

El mandarín Ku Ñao despertó de su siesta del burro (una cabezadita antes del aperitivo) un poco más temprano de lo habitual. Decidió entonces aprovechar el tiempo, que según dicen es oro, e hizo sonar el gong para llamar a su pupilo, el ignorante Par Di Yo:

¡GONG!

Sorprendentemente, Par Di Yo no acudió a la llamada. Sospechando la naturaleza de esta falta, Ku Ñao pateó el gong con todas sus fuerzas:

¡GONG! ¡GONG!

De inmediato, unos pasos precipitados se oyeron por el pasillo, y en la puerta apareció sofocado Par Di Yo, que apenas podía abrir los ojos. Esto, junto con el hecho de ser chino y tenerlos oblicuos, hacía que los ojos de Par Di Yo parecieran, más que ojos, dos puñaladas en un tomate.

- ¡Oigo y obedezco, Maestro!
- ¡Par Di Yo, rata de arrozal! ¿Será posible que estuvieras durmiendo en horas de trabajo?
- ¡Maestro, jamás osaría…!
- ¡Calla! ¡Si tienes marcados en la cara los ideogramas, de haber dormido sobre el Te Kla Do, pedazo de asno! Cierra otra vez los ojitos para que te aplique el toque del sueño de kung fu, Par Di Yo. Te despertarás en el I Nem.
- ¡Maestro, eso no! ¡Perdonad a este indigno esclavo! ¡Haré lo que sea para redimirme a vuestros ojos! – Par Di Yo se arrojó al suelo y comenzó a sollozar de forma conmovedora.
- ¡Levanta! – dijo Ku Ñao – Una vez más, voy a perdonar tu miserable vida, aunque no sé por qué soy tan generoso.
- ¡Gracias, Maestro, os juro que…!
- ¡Basta ya, Par Di Yo, no hagas que me arrepienta! ¿Has terminado el informe de consultoría que había que entregar para la empresa de Grandes Murallas?
- Está listo, Maestro.
- Bien. Tráelo para que lo revise. Les voy a colocar una factura caudalosa como el río Amarillo, je, je.

Par Di Yo salió a escape y regresó muy ufano con unos papeles, que depositó sobre la mesa de Ku Ñao:

- Maestro, no es mi intención pecar de soberbia, pero creo que encontrará que mi informe es magnífico. Grandes Murallas estará satisfecho.

Ku Ñao bajó la vista hacia el informe, y su corazón dejó de latir.

- ¿Qué es esto? ¡Si no tiene ni 20 páginas!
- ¡Exacto, Maestro! Sin embargo, cada palabra es pertinente. Soluciona de una forma sencilla y elegante todos sus problemas.
- ¡Sencilla! – bramó Ku Ñao - ¿Y tú crees que por una solución sencilla puedo cobrarles una factura del tamaño de la Ciudad Prohibida? ¡Oh! ¿Por qué he sido maldecido por los dioses con un idiota semejante?
- Pero, Maestro, si es lo que necesitan…

Ku Ñao adoptó la postura de la grulla para calmarse. A continuación, arrojó un cenicero de jade a Par Di Yo, que se agachó justo a tiempo.

- Par Di Yo, eres un zoquete. Los dioses debían estar borrachos cuando dispersaron tu estirpe sobre la tierra. ¿Qué hablas de solucionar problemas? ¡Lo que yo quiero es facturar! ¿O tú crees que las concubinas son gratis?
- Me consta que no, Maestro, pero…
- ¡Silencio! Pero mi paciencia es infinita, y voy a mejorar tu educación. Te voy a enseñar a hacer informes de consultoría. ¡Toma tu tabla y papel, y apunta!
- Sí, Maestro. Estoy listo.
- ¿Qué es lo primero y más importante para hacer un informe de consultoría sobre cualquier tema?
- Entiendo que conocer bien el tema, Maestro.
- Estás acabando con mi paciencia oriental, Par Di Yo. El conocimiento del tema no tiene ninguna importancia para un consultor que se precie. ¿O no me has visto a mí hablar durante horas de temas de los que no tengo ni la más repajolera idea?
- Constantemente, Maestro.

Ku Ñao miró con suspicacia a su pupilo, ya que le había parecido detectar cierto Ka Chon Deo.

- Quedamos, entonces, - dijo Ku Ñao - en que el conocimiento del tema no tiene que ver. De hecho, es mejor cuanto menos sepa.

Par Di Yo se quedó alucinado ante esta información:

- Maestro, ¿seguro que no os ha sentado mal el sake?
- ¡Silencio, insolente culebra de agua! Escucha, y toma nota del primer mandamiento sobre los informes de consultoría: cuanta menos idea tenga yo de qué demonios ocurre en la empresa del cliente, más folios produciré. Así, el peso en kilos del informe es directamente proporcional a mi ignorancia sobre el tema objeto del mismo. Esto es un mecanismo compensatorio. No sé nada, pero el mamotreto que entrego hace parecer que soy más sabio que el mismo Príncipe Chuan.
- Pero, Maestro, ¡el cliente se dará cuenta de…!

Ku Ñao empezó a carcajearse vilmente de la afirmación de Par Di Yo:

- ¡Jo, jo, jo, jo, jo! Me subestimas, Par Di Yo.
- ¡Nunca, Maestro!
- ¡Calla y apunta una nueva perla de sabiduría! Cuando el informe es de un tamaño monstruosamente enorme, esto justificará que la factura sea monstruosamente grande. ¡No como esta birria que me has traído! ¿Tú crees que alguien pagaría un dineral por 20 folios, aunque sean la mayor maravilla del universo? Los honorables clientes sólo entienden conceptos sencillos, como “más grande, más caro”. ¡Coge de aquella estantería el informe que hicimos para la compañía de Patos de Pekín, y tráelo aquí!
- Sí, Maestro. ¡Buf! ¡Uf! ¡Aaaargh! – bufaba Par Di Yo bajo el peso de un descomunal mamotreto encuadernado en piel de dragón.
- Ponlo sobre esa mesa.

Con un esfuerzo sobrehumano, Par Di Yo, colocó el informe sobre una mesa de bambú. De inmediato, la mesa empezó a temblar y las patas a combarse hasta que, con un terrible crujido, la mesa se vino abajo.

- ¿Ves, Par Di Yo? La prueba de la mesa es definitiva para saber si tienes un buen informe de consultoría. Si la mesa no se rompe, aún no está listo. ¿Has entendido hasta aquí, Par Di Yo?
- Sí, Maestro.
- Bien, sigamos avanzando en la senda de la sabiduría. Aquí va otro principio muy importante de la filosofía mandarínica. El cliente nunca se dará cuenta de que no sé de que hablo, porque el cliente nunca supera el nivel máximo de estupidez.
- ¿Qué queréis decir, Maestro?
- ¿Tú crees que habría alguien tan estúpido en el mundo como para ponerse a leer ese monstruo de informe?
- Me tiembla la coleta sólo de pensarlo, Maestro. Para leer eso habría que ser más duro que un monje saolin.
- Exacto. El cliente podría leerse tu birrioso informe, pero no es tan estúpido como para leerse este, porque valora su salud mental. Además, la inmensa mayoría de los clientes son tan vagos como nosotros, Par Di Yo. Y esto es magnífico para nuestros planes, porque puedo estar seguro, al 99%, de que nadie leerá mi informe. De este modo, puedo poner en él lo que me dé la gana.
- ¿Cómo?
- Atiende, Par Di Yo. Por un lado tienes que tener un informe gigantesco. Esto sería malo, porque podría significar que tengo que trabajar. Pero, por otro lado, tienes la seguridad de que nadie lo va a leer. ¿Puedes imaginar una situación más magnífica? Puedo dar rienda suelta a mi imaginación.
- Me dejáis sin palabras, Maestro.
- He conocido algunos mandarines que introducían paquetes de folios en blanco en los informes, pero eso demuestra muy poca elegancia por su parte. No, no. Es el momento de una limpieza espiritual.
- ¿Ein?
- Un buen consultor agarra ahora todos los papelotes que tiene abarrotando los armarios y los grapa al informe. De esta manera, libera espacio a la par que genera el informe. Incluso cojo esos Kur-I-Ku-Lum que la plebe cree que tiene derecho a mandarme y los incluyo.
- Pero, Maestro, esos documentos son confidenciales.
- ¿Y dónde estará mejor resguardada la confidencialidad que en un informe que nadie leerá, Par Di Yo?
- Es cierto, Maestro. Había olvidado ese principio.
- Además, Par Di Yo, una ventaja de utilizar la basura acumulada para componer el informe estriba en que, aunque el cliente sea tan retorcido como Fu Manchú, y vaya a mirar una hoja de la parte media del mamotreto al azar, con el fin de comprobar si de verdad hemos hecho algo o nos hemos limitado a ponerle nuestro logo a la guía de teléfonos, existe una probabilidad del 95% de que encuentre palabras como “competencias”, “paradigma” o “gestión del conocimiento”, ya que los consultores las utilizamos continuamente para todo.
- Muy cierto, Maestro.
- Y también las utilizan los que me mandan propaganda y los candidatos que me envían su Kur-I-Ku-Lum. Por supuesto, el honorable cliente no entiende una estupidez del calibre de “constructo” o "factor primario", pero le suena a las estupideces que decimos habitualmente, con lo que da por bueno el informe, lo guarda en un cajón, dice que lo ha leído y que está muy bien, y nos paga.
- ¡Sublime, Maestro! Voy inmediatamente a vaciar los cajones para terminar el informe.
- ¡Par Di Yo, ven acá! – gritó Ku Ñao – Con razón dice el sabio que la estupidez es más peligrosa que las hordas mongolas. No he terminado aún contigo.
- Lo siento, Maestro.
- Nunca olvides las lecciones que has aprendido hoy. Jamás vuelvas a entregarme un informe útil.
- ¡Nunca más, Maestro!
- Y no olvides que no queremos solucionar los problemas del cliente. ¿No ves que si lo haces ya no tendrá necesidad de comprarnos? Lo que tenemos que hacer es agravar sus problemas, pero sutilmente, sin que lo note.
- Vuestra astucia es legendaria, Maestro. No lo olvidaré. Voy a hacer un informe del tamaño de un oso panda.
- Este es el espíritu, Par Di Yo. Pero esto no es todo, los informes tienen muchas más sutilezas, que veremos en otro momento. Ahora tengo la boca seca y me voy a apretar una Ma-Ho-U. Vete en paz.
- Mil gracias, oh Maestro.

Y así Par Di Yo aprendió que el tamaño sí importa. Y los escribas lo recogieron en estos versos:

Cuando un informe compones
y mucho quieres cobrar
hazlo grande de cojones
y no pongas ná de ná.

viernes, 15 de febrero de 2008

Henri Salvador

Parezco un enterrador. Me enteré ayer del fallecimiento de Henri Salvador. No era, desde luego, un jazzman puro, ni mucho menos, pero sí un músico que hizo muchas cosas interesantes. Admirador y después acompañante de Django Reinhardt, compadre de Boris Vian, guitarrista y cantante de muchas influencias, cabaret, bossa nova, jazz, cuya fusión no siempre resulta bien, pero otras crea un universo musical muy particular. Recomendable su disco “Chambre avec vue” (reeditado después por Blue Note con el título de “Room with a wiew”), que supuso una especie de reentré. El tipo tenía más de 80 años cuando grabó este disco, y parece imposible al escucharle. No creo que ninguno de los que nos consideramos amantes del jazz nos sintamos ofendidos al escuchar “J’ai Vu” o ese “All I really want is love” a dúo con Lisa Ekhdal, (cantante que, a veces, hace alguna cosa que se parece lejanamente al jazz). Lo dicho, no es jazz puro, ni mucho menos, pero sí pura música, nada menos.

Descanse en paz.

Delirio nº 51

Bueno. Empieza a pesarme un poquito la semana. Ayer, hasta las diez y pico de la noche dando clase. Que yo sea profesor en algún máster da una idea de la irresponsabilidad que hay en el mundo. ¿Qué podemos esperar después de la juventud? Pero es lo que tiene ser Director de Operaciones, que pareces algo. Normalmente, no tienes ni puta idea de lo que hablas, pero lo dices con una seguridad que la gente hasta toma apuntes.

Realmente, lo que hago cuando doy clase es enviarles mensajes subliminales, les hipnotizo sin que se den cuenta, y les convierto en “durmientes”. Tienen una sugestión posthipnótica, de modo que cuando oigan la palabra “luisaragonés” ejecutarán su misión, arrojando el televisor por la ventana y saliendo a la calle a arrancar los números de los portales. Esto provocará que las cartas no puedan ser entregadas, porque el cartero no sabrá el número del portal, y no se molestará en contarlos, porque es un coñazo. Al no recibir correspondencia, la gente no se enterará de que en Corporación Dermoestética tienen una oferta de 3 tetas por 2, por ejemplo. La industria nacional se hundirá, será el caos, llanto y crujir de dientes. Esto me permitirá ejecutar mis planes de dominación mundial. No puede fallar.

El que avisa no es traidor.

jueves, 14 de febrero de 2008

Por decir algo

"Cuando Troglo Jones se despertó aquella mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto". Esto lo dijo mi amigo Kafka un día que me vió antes de afeitarme.

Después de unos días engañando clientes a jornada completa, volvemos a dedicarle algo de tiempo a poner disparates en el blog, único remedio eficaz para retrasar la metamorfosis en consultor. Los clientes bien, gracias, contentísimos de tener menos dinero en la cartera y haber disfrutado de mi simpatía y buen hacer. Al paso que voy me convertiré en gurú, o en mandarín.

Habrá que poner en marcha el Plan B. Consiste en convertirme en señor y amo del mundo. Si alguien quiere apuntarse, que envie sus datos personales escritos con letra muy clara en un billete de 200 euros, y yo le contactaré.

Pues eso.

lunes, 11 de febrero de 2008

La extraña enfermedad de James Mulligan

- Enfermera, que pase el siguiente.

La enfermera salió de la consulta del doctor y, a los pocos instantes, abrió la puerta y entró un hombre de unos 40 años.

- Buenas tardes.
- Buenas tardes, señor…- el médico miró la agenda con las citas –... Mulligan. Siéntese, por favor.
- Gracias, muy amable.
- Creo que no nos conocemos, ¿verdad, señor Mulligan?
- No, es la primera vez que vengo. La verdad es que hasta ahora he tenido buena salud. Pero, últimamente…

El señor James Mulligan se quedó callado. El médico le animó a seguir.

- ¿Sí? ¿Ha notado algo extraño últimamente?
- Extraño, sí, esa es la palabra. Me pasan unas cosas un poco raras. No sé como empezar.
- Um, quizá si me cuenta cuando empezó a notar esas cosas raras tengamos un punto de partida.
- ¿Cuándo? La verdad es que no tengo muy claro cuando empezó, ha sido algo muy sutil. Pero sí que recuerdo claramente una mañana, mientras me afeitaba…
- ¿Sí?
- Pues verá, había terminado de afeitarme, me había echado el after shave, la colonia, y me estaba dando una crema hidratante. En ese momento me fijé en los tres frascos, alineados sobre el lavabo y, sin poderlo controlar, una idea me vino a la cabeza,…ejem…
- Tranquilo, señor Mulligan. ¿Cuál era esa idea?
- Pues, verá, pensé: “con lo que valen esas tres mierdas, una familia de Honduras podría vivir un mes”.
- ¿Eso pensó?
- Sí. No pude evitarlo, se me metió en la mente, como si me influyera una fuerza externa. ¿Es grave, doctor?
- Bueno, bueno. Calma, aún tenemos pocos datos. ¿Ha notado algo más?
- Pues, lo cierto es que sí – se veía que James Mulligan hacía un verdadero esfuerzo para hablar – Sucedió un día que iba a coger el coche…
- ¿Qué coche tiene usted?
- El todo terreno más monstruoso del mercado. Como le digo, iba a subir y, de nuevo, esa fuerza irresistible metió una idea en mi cabeza.
- ¿Y qué pensó?
- Pensé: “¿por qué cojones tienes que ir a todos lados en coche, además en ese pedazo de monstruo que ocupa cuatro carriles?”
- ¿Qué me dice?
- Lo que oye, doctor. Y eso no es lo peor…
- ¿Hay más?
- Sí, doctor. ¡Me fui a trabajar andando!
- ¡Es posible!
- ¡Como lo oye! Y lo he hecho otras veces desde entonces. Y además es que…¡me gusta!
- Bueno, señor Mulligan – dijo el doctor – Cierto es que lo que me ha contado hasta ahora es un poco preocupante, pero puede no ser serio. ¿Ha detectado algún síntoma extraño más?
- Pues sí, doctor. En el trabajo.
- ¿A qué se dedica usted?
- Soy consultor. Trabajo en una buena empresa, estoy bien considerado, gano dinero, soy socio de la compañía, pero…últimamente, con los clientes…
- ¿Sí? ¿Qué pasa?
- ¡Siento unas ganas irresistibles de decirles la verdad, doctor! ¡De contarles que las cosas carísimas que nos compran no sirven para nada, y que podrían resolver la mayoría de sus problemas con un poco de sentido común! Hasta ahora he podido resistirme a hacerlo, pero – James Mulligan se agarró la cabeza con las manos - ¡no sé cuanto podré aguantar!
- Tranquilícese, señor Mulligan. Estoy aquí para ayudarle. Escuche, ahora voy a hacerle algunas preguntas para definir mejor su caso. ¿De acuerdo?
- Dígame, doctor.
- ¿Ve usted la tele?
- La verdad que…muy poco – James Mulligan se sonrojó.
- ¿Y qué hace entonces?
- Pues…leo.
- ¿El Marca, supongo?
- Jamás leo el Marca, doctor – dijo, atribulado, James Mulligan – Leo…
- ¿¿Libros?? – preguntó el doctor, horrorizado.
- ¡Sí, doctor, libros!
- ¡Pero serán de Dan Brown, por lo menos!
- No, doctor. Leo a autores como Borges, Papini, Jorge Amado, Galeano, Sartre,…- las lágrimas corrían ahora por las mejillas de James Mulligan.
- ¡Dios Santo! Esto puede ser más grave de lo que pensaba. Dígame, ¿no escuchará usted música, por casualidad?
- Pues sí.
- Dígame que es Paulina Rubio, o Bisbal.
- No, doctor. Escucho música clásica y, también – a James Mulligan se le hizo un nudo en la garganta - ¡jazz!

Al doctor se le cayeron las gafas de la impresión.

- ¡Jazz! ¡Y encima no será fusión, ni smooth! ¡Será del de alta graduación!
- Thelonius Monk, mayormente – dijo Mulligan con un hilo de voz.
- Pero, ¿está usted loco, hombre de Dios? ¿Usted sabe lo que pueden suponer esos hábitos para su salud? Respóndame a otra pregunta: ¿se le ocurren a usted ideas, piensa que las cosas podrían ser diferentes a como son?
- ¡Constantemente!
- ¡Madre mía! Una última pregunta, señor Mulligan. ¿Qué valor le da a la opinión que tiene la gente sobre usted?
- ¿Qué gente?
- La gente, en general.
- Pues la verdad, doctor,…- James Mulligan se retorcía las manos - …¡la verdad es que me la sopla!

El médico se echó hacia atrás en el asiento, y se frotó el puente de la nariz. Entonces dijo:

- No hay duda. Sufre usted un ataque de personalidad.
- ¿Personalidad? ¡Imposible! – gritó James Mulligan – Me la extirpé hace mucho tiempo, cuando estaba en la universidad y empecé a comprarme toda la ropa de marca.
- La personalidad es muy traicionera, señor Mulligan – dijo el doctor – Si uno no la vigila constantemente, puede volver a reproducirse. Parece que existe cierta propensión genética. Me temo que es su caso.
- ¿Qué puedo hacer, doctor? – sollozó James Mulligan - ¿Volveré a ser normal, a hacer lo que todo el mundo, a disfrutar con Gran Hermano?
- Su caso es serio, señor Mulligan, no voy a engañarle. Necesitaremos una terapia de choque.
- ¡Estoy dispuesto a lo que sea, doctor!
- Hay varias medidas inmediatas. Primero, tiene usted que ir en coche hasta a cagar. ¿Entendido?
- Sí, doctor.
- Y procure comer en el McDonalds o en el VIPS siempre que pueda. Si no hay ninguno cerca, pregunte por el local de moda.
- De acuerdo.
- Con respecto a los libros y los discos, tírelos, tiene que dejarlos de inmediato. Lea solamente revistas del corazón o, como mucho, el 20 Minutos. Y escuche los 40 principales todo el día.
- Pero doctor…
- ¡Todo el día, señor Mulligan! Esto es serio, ¿entiende?
- Sí, doctor. Todo el día.
- Vea un mínimo de cuatro horas de televisión al día, y cómprese todo lo que vea en los anuncios. Evite los documentales y programas educativos. En cuanto al trabajo, lea de nuevo todos los libros de gurús, tipo “¿Quién me ha mangado el queso?” y similares, hasta que se los crea.
- ¡Eso es imposible, doctor!
- O eso, o tendrá personalidad el resto de su vida, señor Mulligan. Usted decide. Es su salud.

James Mulligan suspiró.

- Está bien, doctor. ¿Cree que con esas medidas extremas me curaré?
- Si sigue usted este régimen a rajatabla, señor Mulligan, volverá usted a ser una medianía que sólo dice vaciedades y hace lo que todo el mundo. Se lo garantizo.
- ¡Doctor, es usted mi padre! ¿Cómo podré agradecérselo?
- Vamos, señor Mulligan. Mi trabajo es ayudar a la gente, y es suficiente recompensa. Siga mis consejos y volveremos a tenerle sano y estúpidamente feliz. Y antes de irse – el doctor apretó el botón del interfono - ¡Enfermera! Preparé 100 centímetros cúbicos de propaganda electoral para el señor Mulligan. En vena. Esto le mantendrá suficientemente idiotizado hasta llegar a casa. Y al llegar, ya sabe, ponga de inmediato la tele.
- Mil gracias otra vez, doctor.
- Gracias a usted, señor Mulligan. Y procure no relacionarse mucho las próximas dos semanas. La personalidad puede ser contagiosa en ocasiones.

Y esto fue lo que pasó, más o menos.

viernes, 8 de febrero de 2008

Mala racha

Vaya racha que llevamos. Espero que esto no se convierta en un obituario. Pero no puedo dejar de rendir un mínimo homenaje a un músico de jazz que ha sido, si no uno de los más conocidos, sí un músico magnífico.

Ha muerto Pete Candoli, trompetista potente donde los hubiera, la leyenda de la orquesta de Woody Herman, el tantas veces acompañante de Sinatra, el que tocó con Tommy Dorsey, Count Basie,…

En la foto está detrás de su hermano pequeño, el también excelente trompetista Conte Candoli, fallecido hace unos años. Por suerte existe la música grabada, aunque no sea lo mismo, y aún tengo algunos discos de esta pareja, juntos y por separado, para seguir disfrutando de su maestría.

Descanse en paz, “Superman” Candoli.

miércoles, 6 de febrero de 2008

La máquina del ritmo

Ha muerto el gran percusionista cubano Tata Güines. Desde aquí un homenaje a este músico autodidacta, línea directa del gran Chano Pozo, que tocó con Cachao, Chico O’Farril, Mario Bauzá, etc. Yo tengo algunos discos en los que aún puedo disfrutar de su arte, con Jane Bunnett, “Maraca” Valle, o con Bebo y Cigala en el celebérrimo “Lágrimas Negras”.

En esta foto aparece con sombrero y sonrisa en la tumbadora con el grupo de Cachao. Para interesados, magnífica fuente la Diaz-Ayala Cuban and Latin American Popular Music Collection http://gislab.fiu.edu/smc/

El mundo tiene hoy un poco menos de ritmo.

Poemas de la oficina

Siempre es recomendable releer al gran Mario Benedetti. Especialmente magníficos encuentro sus “Poemas de la oficina”, de los que transcribo un ejemplo aquí. ¡Cuántas veces no me habré sentido así, no me habrá pasado esto! Y a todos, supongo.

Voy a cerrar la tarde
se acabó
no trabajo
tiene la culpa el cielo
que urge como un río
tiene la culpa el aire
que está ansioso y no cambia
se acabó
no trabajo
tengo los dedos blandos
la cabeza remota
tengo los ojos llenos
de sueños
yo qué sé
veo sólo paredes
se acabó
no trabajo
paredes con reproches
con órdenes
con rabia
pobrecitas paredes
con un solo almanaque
se acabó
no trabajo
que gira lentamente
dieciséis de diciembre.

Iba a cerrar la tarde
pero suena el teléfono
sí señor enseguida
comonó cuandoquiera.

Si se puede, se compra uno el libro. Si no, podéis encontrar este y otros libros de Benedetti en la revolucionaria web del Viejo Blues, http://www.viejoblues.com/.

Consérvate bueno.

lunes, 4 de febrero de 2008

Cuentos de los mandarines: el ascenso de los humildes

Cierta mañana, el mandarín Ku Ñao llegó a su despacho y llamó a su pupilo predilecto, Par Di Yo:

- ¡Par Di Yo! Deslízate cual serpiente veloz hasta mi despacho. Y tráeme un té con galletitas.
- ¡Sus deseos son órdenes, Maestro!

Mientras Ku Ñao bebía con delectación su té, al que había añadido un generoso chorrito de sake sin que lo viera Par Di Yo, preguntó a su acólito:

- Dime, Par Di Yo, ¿cómo están los ánimos entre los desgra…, entre los trabajadores del mandarinato?
- La verdad es, Maestro, que no están demasiado animados. Hay bastantes quejas por la carga de trabajo, y no hay mucho compromiso con la compañía. Me temo que bastantes de ellos están pensando irse a trabajar a otro lugar.
- ¡Ratas desagradecidas! Les das trabajo y un sueldo suficiente para no morirse de hambre, y así te lo pagan. La iniquidad humana no tiene límites, Par Di Yo. ¡Recuérdalo!
- Sí, Maestro, el trabajador es desagradecido por naturaleza.
- Así es. Pero todo tiene arreglo. He tenido una idea genial para devolver la motivación a esta colección de bueyes descerebrados, y que vayan a trabajar con alegría en el corazón y música en el alma. ¡Je, je, je! He inventado la pirámide invertida.
- Pero, Maestro, ¿es posible?
- Todo es posible para un mandarín, Par Di Yo. Han iluminado mi mente los escritos del gran Gu-Rú.
- Maestro, no me digáis que os creéis lo que dice Gu-Rú, si es una sarta de necedades, que…bueno, o quizá es que yo no lo he entendido bien – dijo Par Di Yo al ver que la cara del mandarín Ku Ñao iba arrugándose peligrosamente.
- Par Di Yo, un día voy a perder mi celestial paciencia y vas a aparecer en el I Nem.
- ¡Maestro, piedad, perdonad a esta rata miserable! – dijo arrodillándose Par Di Yo al oír mencionar el nefasto nombre del I Nem, tabú para los trabajadores de cualquier mandarinato.
- ¡Calla! Y deja de temblar cuál hoja de loto. Tráeme ahora mismo el OrGa-NiGra-Ma, despreciable patán.
- ¡Al instante, Maestro!

Par Di Yo regresó transportando un gran cuadro, en el que se representaba una pirámide. En la cúspide de esa pirámide aparecía la cara del Emperador. Justo por debajo aparecían los retratos de los mandarines más ilustres. Según se iba descendiendo por la pirámide, aparecían rostros de funcionarios de menor rango, hasta llegar a la amplia base de la misma, donde se acumulaban los trabajadores de menor nivel.

- Bien, Par Di Yo- dijo Ku Ñao – supongo que, a pesar de ser un despreciable ignorante, estás familiarizado con este OrGa-NiGra-Ma.
- ¡Por supuesto, Maestro! Recoge, en forma de pirámide, la estructura de la empresa, de arriba abajo.
- Bien. Ahora reúneme en el Salón de Ceremonias a todos los chupa…a todos los trabajadores. Les voy a meter una charla motivadora que ni con siete pipas de opio.
- ¿Ahora, Maestro?
- ¿Osas replicarme, Par Di Yo? ¡Vuela!
- ¡A la orden, Maestro!

Las órdenes de Ku Ñao fueron cumplidas a rajatabla, y los funcionarios del mandarinato fueron reunidos en el Salón de Ceremonias. Estaban expectantes ante las noticias que podrían darles. Entonces, apareció en el escenario del Salón la imponente figura de Ku Ñao, seguido por Par Di Yo, que transportaba el OrGa-NiGra-Ma. Colocó este sobre un atril, de forma que pudiera ser visto por todos.

- ¡Os saludo, honorables trabajadores!- tronó la voz de Ku Ñao.
- ¡Que las bendiciones caigan sobre tu cabeza! – contestaron todos los trabajadores a coro.
- Hijos míos, os he reunido aquí para haceros conscientes de lo importantes que sois para este mandarinato. Muchos de vosotros pensaréis que vuestro trabajo no es importante, que sólo sois una parte insignificante de un inmenso engranaje, un simple ladrillo en la Gran Muralla. Pero no es así. ¡Vuestro trabajo es de la más grande importancia!

Los funcionarios bullían inquietos, esperando las grandes revelaciones de Ku Ñao.

- Observad el OrGa-NiGra-Ma. Todos lo conocéis. El Emperador está en la cúspide de la pirámide, y vosotros abajo. ¡Pues bien, no es así!- berreó Ku Ñao.
- ¡Oh!
- ¡Uh!
- ¡Ah!

El asombro de los funcionarios era palpable ante las atrevidas palabras de Ku Ñao. El mandarín preguntó entonces:

- Decidme, ¡oh, funcionarios! ¿Cuál es la razón de ser de esta empresa?
- ¿El dinero? – apuntó el funcionario Jo Don.
- ¡Cretino miserable! – dijo furioso Ku Ñao- ¡Los CLIENTES! ¡Ellos son nuestra razón de ser, lo más importante! ¿Y dónde están los clientes?
- ¿Con la competencia? – volvió a intervenir Jo Don.
- ¡Descerebrado abyecto! ¡Están AQUÍ! – Y Ku Ñao señaló un punto por debajo de la base de la pirámide- ¡Sois vosotros los que atendéis directamente a los clientes! Y, si los clientes son lo más valioso, lo más importante, entonces…

Y Ku Ñao, con un grácil movimiento de muñeca, dio la vuelta al OrGa-NiGra-Ma, quedando la ancha base en la parte superior y la cúspide en la inferior.

- ¡Oh!
- ¡Uh!
- ¡Ah!

Dijeron los funcionarios.

- …entonces – continuó Ku Ñao - ¡Vosotros sois los más importantes de la empresa! ¿Lo entendéis, hijos míos? Vosotros sois los que aseguráis la supervivencia de este mandarinato, los verdaderamente importantes. Todos los demás, desde los mandarines hasta el Emperador, están aquí únicamente para ayudaros en vuestra sagrada misión, a vuestro servicio. ¡Esta es la verdadera forma de mirar el OrGa-NiGra-Ma!

¡El murmullo en las filas de los funcionarios era cada vez mayor! ¡Las palabras de Ku Ñao habían despertado gran excitación! El mandarín empezaba a felicitarse por el éxito que iba a tener su charla motivadora cuando pidió la palabra el funcionario Bo Ka Za.

- Maestro,…
- Dime, hijo mío.
- ¿Nosotros estamos, entonces, en la parte más alta de la pirámide?
- Esta es la verdad, Bo Ka Za.
- Entonces hay algo que se me escapa, Maestro – dijo Bo Ka Za, rascándose la cabeza.
- ¿Qué es ello, hijo mío’
- ¿Por qué, entonces, los que estamos en la parte más alta de la pirámide somos los que menos cobramos?

El mandarín Ku Ñao se quedó paralizado como si hubiera sido alcanzado por un rayo. Y sólo acertó a contestar:

- ¡Eh! ¡Uh! ¡Oh!

Y se desató un gran revuelo en el Salón de Ceremonias. Una carcajada, estruendosa cual eructo de dragón, retumbó por la estancia.

- ¡Jo, jo, jo! ¡Jua, jua, jua! ¡Muy bueno, Bo Ka Za! ¡Ahí le has dao!

El funcionario Ka Chon Do pidió la palabra y dijo:

- Como yo soy el último mono en esta empresa debo estar en el punto más alto del organigrama. Creo que lo justo es que se me traiga en palanquín al trabajo.
- ¡Jo, jo, jo! ¡Jua, jua, jua! – se descojonaron los funcionarios.

Revuelo general. Par Di Yo no pudo reprimir más tiempo una carcajada, que rogó a los cielos no hubiera sido escuchada por Ku Ñao.

- Como yo hago el trabajo de nivel más ínfimo y, por tanto, el más importante- dijo Be Ka Rio – creo que lo justo es que reciba tres concubinas más.
- ¡Jo, jo, jo! ¡Jua, jua, jua!
- Ya que está a nuestro servicio, ¿alguien puede avisar al Emperador de que me traiga un Ku Ba Ta Tres Delicias? Es para atender al cliente más motivado aún – soltó Jo Don.
- ¡Jo, jo, jo! ¡Jua, jua, jua! ¡Ji, ji, ji! – los funcionarios se retorcían por el suelo de risa ante esta tremenda irreverencia.
- ¡BASTA! – dijo Ku Ñao, con la cara desfigurada por la ira. Al tiempo, aplicó una certera patada de kung fu al OrGa-NiGra-Ma, devolviéndolo a su posición original, con la cúspide en la parte superior - ¡Pedazos de asno, no entendéis nada, no estáis preparados para la gestión moderna! ¿Así pagáis mis intentos de motivaros? ¡Pues a seguir como antes! ¿Estáis contentos?
- Quizá sea lo mejor, Maestro – se oyó una voz entre las filas de funcionarios.
- Sí, podemos pasar que nos exploten, pero que también nos bacilen con pirámides invertidas es un poco excesivo – dijo otra.

Ku Ñao no pudo reprimirse y lanzó una antigua maldición manchú:

- ¡KaGon To Do! ¡Todo el mundo a trabajar, la reunión ha terminado!

Los funcionarios desfilaron rápidamente, escuchándose aún alguna risilla. Cuando el Salón de Ceremonias se hubo vaciado, dijo Ku Ñao:

- ¿Tú has visto, Par Di Yo? Con estas bestias no se puede hacer nada. No tienen espíritu, ni entienden la nueva gestión. Es echar margaritas a los cerdos. ¿A dónde vamos con esta juventud?
- Verdaderamente, Maestro, no aprecian los esfuerzos que se hacen por ellos.
- ¡Exacto, Par Di Yo! En fin, lo mejor es que me eche una siesta para serenarme, y recuperarme del contacto con estos animales. ¡Y quita de mi vista esa pirámide!
- A la orden, Maestro.

Y así la pirámide volvió a ser lo que nunca había dejado de ser. Y los escribas dejaron constancia de este suceso en los versos de rigor:


Ten cuidado con soltar
muy grandes gilipolleces
porque las más de las veces
te las tendrás que tragar.
Porque que la gente trague
nunca ha querido decir
que si además les bacilas
lo vayan a consentir