- Enfermera, que pase el siguiente.
La enfermera salió de la consulta del doctor y, a los pocos instantes, abrió la puerta y entró un hombre de unos 40 años.
- Buenas tardes.
- Buenas tardes, señor…- el médico miró la agenda con las citas –... Mulligan. Siéntese, por favor.
- Gracias, muy amable.
- Creo que no nos conocemos, ¿verdad, señor Mulligan?
- No, es la primera vez que vengo. La verdad es que hasta ahora he tenido buena salud. Pero, últimamente…
El señor James Mulligan se quedó callado. El médico le animó a seguir.
- ¿Sí? ¿Ha notado algo extraño últimamente?
- Extraño, sí, esa es la palabra. Me pasan unas cosas un poco raras. No sé como empezar.
- Um, quizá si me cuenta cuando empezó a notar esas cosas raras tengamos un punto de partida.
- ¿Cuándo? La verdad es que no tengo muy claro cuando empezó, ha sido algo muy sutil. Pero sí que recuerdo claramente una mañana, mientras me afeitaba…
- ¿Sí?
- Pues verá, había terminado de afeitarme, me había echado el after shave, la colonia, y me estaba dando una crema hidratante. En ese momento me fijé en los tres frascos, alineados sobre el lavabo y, sin poderlo controlar, una idea me vino a la cabeza,…ejem…
- Tranquilo, señor Mulligan. ¿Cuál era esa idea?
- Pues, verá, pensé: “con lo que valen esas tres mierdas, una familia de Honduras podría vivir un mes”.
- ¿Eso pensó?
- Sí. No pude evitarlo, se me metió en la mente, como si me influyera una fuerza externa. ¿Es grave, doctor?
- Bueno, bueno. Calma, aún tenemos pocos datos. ¿Ha notado algo más?
- Pues, lo cierto es que sí – se veía que James Mulligan hacía un verdadero esfuerzo para hablar – Sucedió un día que iba a coger el coche…
- ¿Qué coche tiene usted?
- El todo terreno más monstruoso del mercado. Como le digo, iba a subir y, de nuevo, esa fuerza irresistible metió una idea en mi cabeza.
- ¿Y qué pensó?
- Pensé: “¿por qué cojones tienes que ir a todos lados en coche, además en ese pedazo de monstruo que ocupa cuatro carriles?”
- ¿Qué me dice?
- Lo que oye, doctor. Y eso no es lo peor…
- ¿Hay más?
- Sí, doctor. ¡Me fui a trabajar andando!
- ¡Es posible!
- ¡Como lo oye! Y lo he hecho otras veces desde entonces. Y además es que…¡me gusta!
- Bueno, señor Mulligan – dijo el doctor – Cierto es que lo que me ha contado hasta ahora es un poco preocupante, pero puede no ser serio. ¿Ha detectado algún síntoma extraño más?
- Pues sí, doctor. En el trabajo.
- ¿A qué se dedica usted?
- Soy consultor. Trabajo en una buena empresa, estoy bien considerado, gano dinero, soy socio de la compañía, pero…últimamente, con los clientes…
- ¿Sí? ¿Qué pasa?
- ¡Siento unas ganas irresistibles de decirles la verdad, doctor! ¡De contarles que las cosas carísimas que nos compran no sirven para nada, y que podrían resolver la mayoría de sus problemas con un poco de sentido común! Hasta ahora he podido resistirme a hacerlo, pero – James Mulligan se agarró la cabeza con las manos - ¡no sé cuanto podré aguantar!
- Tranquilícese, señor Mulligan. Estoy aquí para ayudarle. Escuche, ahora voy a hacerle algunas preguntas para definir mejor su caso. ¿De acuerdo?
- Dígame, doctor.
- ¿Ve usted la tele?
- La verdad que…muy poco – James Mulligan se sonrojó.
- ¿Y qué hace entonces?
- Pues…leo.
La enfermera salió de la consulta del doctor y, a los pocos instantes, abrió la puerta y entró un hombre de unos 40 años.
- Buenas tardes.
- Buenas tardes, señor…- el médico miró la agenda con las citas –... Mulligan. Siéntese, por favor.
- Gracias, muy amable.
- Creo que no nos conocemos, ¿verdad, señor Mulligan?
- No, es la primera vez que vengo. La verdad es que hasta ahora he tenido buena salud. Pero, últimamente…
El señor James Mulligan se quedó callado. El médico le animó a seguir.
- ¿Sí? ¿Ha notado algo extraño últimamente?
- Extraño, sí, esa es la palabra. Me pasan unas cosas un poco raras. No sé como empezar.
- Um, quizá si me cuenta cuando empezó a notar esas cosas raras tengamos un punto de partida.
- ¿Cuándo? La verdad es que no tengo muy claro cuando empezó, ha sido algo muy sutil. Pero sí que recuerdo claramente una mañana, mientras me afeitaba…
- ¿Sí?
- Pues verá, había terminado de afeitarme, me había echado el after shave, la colonia, y me estaba dando una crema hidratante. En ese momento me fijé en los tres frascos, alineados sobre el lavabo y, sin poderlo controlar, una idea me vino a la cabeza,…ejem…
- Tranquilo, señor Mulligan. ¿Cuál era esa idea?
- Pues, verá, pensé: “con lo que valen esas tres mierdas, una familia de Honduras podría vivir un mes”.
- ¿Eso pensó?
- Sí. No pude evitarlo, se me metió en la mente, como si me influyera una fuerza externa. ¿Es grave, doctor?
- Bueno, bueno. Calma, aún tenemos pocos datos. ¿Ha notado algo más?
- Pues, lo cierto es que sí – se veía que James Mulligan hacía un verdadero esfuerzo para hablar – Sucedió un día que iba a coger el coche…
- ¿Qué coche tiene usted?
- El todo terreno más monstruoso del mercado. Como le digo, iba a subir y, de nuevo, esa fuerza irresistible metió una idea en mi cabeza.
- ¿Y qué pensó?
- Pensé: “¿por qué cojones tienes que ir a todos lados en coche, además en ese pedazo de monstruo que ocupa cuatro carriles?”
- ¿Qué me dice?
- Lo que oye, doctor. Y eso no es lo peor…
- ¿Hay más?
- Sí, doctor. ¡Me fui a trabajar andando!
- ¡Es posible!
- ¡Como lo oye! Y lo he hecho otras veces desde entonces. Y además es que…¡me gusta!
- Bueno, señor Mulligan – dijo el doctor – Cierto es que lo que me ha contado hasta ahora es un poco preocupante, pero puede no ser serio. ¿Ha detectado algún síntoma extraño más?
- Pues sí, doctor. En el trabajo.
- ¿A qué se dedica usted?
- Soy consultor. Trabajo en una buena empresa, estoy bien considerado, gano dinero, soy socio de la compañía, pero…últimamente, con los clientes…
- ¿Sí? ¿Qué pasa?
- ¡Siento unas ganas irresistibles de decirles la verdad, doctor! ¡De contarles que las cosas carísimas que nos compran no sirven para nada, y que podrían resolver la mayoría de sus problemas con un poco de sentido común! Hasta ahora he podido resistirme a hacerlo, pero – James Mulligan se agarró la cabeza con las manos - ¡no sé cuanto podré aguantar!
- Tranquilícese, señor Mulligan. Estoy aquí para ayudarle. Escuche, ahora voy a hacerle algunas preguntas para definir mejor su caso. ¿De acuerdo?
- Dígame, doctor.
- ¿Ve usted la tele?
- La verdad que…muy poco – James Mulligan se sonrojó.
- ¿Y qué hace entonces?
- Pues…leo.
- ¿El Marca, supongo?
- Jamás leo el Marca, doctor – dijo, atribulado, James Mulligan – Leo…
- ¿¿Libros?? – preguntó el doctor, horrorizado.
- ¡Sí, doctor, libros!
- ¡Pero serán de Dan Brown, por lo menos!
- No, doctor. Leo a autores como Borges, Papini, Jorge Amado, Galeano, Sartre,…- las lágrimas corrían ahora por las mejillas de James Mulligan.
- ¡Dios Santo! Esto puede ser más grave de lo que pensaba. Dígame, ¿no escuchará usted música, por casualidad?
- Pues sí.
- Dígame que es Paulina Rubio, o Bisbal.
- No, doctor. Escucho música clásica y, también – a James Mulligan se le hizo un nudo en la garganta - ¡jazz!
Al doctor se le cayeron las gafas de la impresión.
- ¡Jazz! ¡Y encima no será fusión, ni smooth! ¡Será del de alta graduación!
- Thelonius Monk, mayormente – dijo Mulligan con un hilo de voz.
- Pero, ¿está usted loco, hombre de Dios? ¿Usted sabe lo que pueden suponer esos hábitos para su salud? Respóndame a otra pregunta: ¿se le ocurren a usted ideas, piensa que las cosas podrían ser diferentes a como son?
- ¡Constantemente!
- ¿¿Libros?? – preguntó el doctor, horrorizado.
- ¡Sí, doctor, libros!
- ¡Pero serán de Dan Brown, por lo menos!
- No, doctor. Leo a autores como Borges, Papini, Jorge Amado, Galeano, Sartre,…- las lágrimas corrían ahora por las mejillas de James Mulligan.
- ¡Dios Santo! Esto puede ser más grave de lo que pensaba. Dígame, ¿no escuchará usted música, por casualidad?
- Pues sí.
- Dígame que es Paulina Rubio, o Bisbal.
- No, doctor. Escucho música clásica y, también – a James Mulligan se le hizo un nudo en la garganta - ¡jazz!
Al doctor se le cayeron las gafas de la impresión.
- ¡Jazz! ¡Y encima no será fusión, ni smooth! ¡Será del de alta graduación!
- Thelonius Monk, mayormente – dijo Mulligan con un hilo de voz.
- Pero, ¿está usted loco, hombre de Dios? ¿Usted sabe lo que pueden suponer esos hábitos para su salud? Respóndame a otra pregunta: ¿se le ocurren a usted ideas, piensa que las cosas podrían ser diferentes a como son?
- ¡Constantemente!
- ¡Madre mía! Una última pregunta, señor Mulligan. ¿Qué valor le da a la opinión que tiene la gente sobre usted?
- ¿Qué gente?
- La gente, en general.
- Pues la verdad, doctor,…- James Mulligan se retorcía las manos - …¡la verdad es que me la sopla!
El médico se echó hacia atrás en el asiento, y se frotó el puente de la nariz. Entonces dijo:
El médico se echó hacia atrás en el asiento, y se frotó el puente de la nariz. Entonces dijo:
- No hay duda. Sufre usted un ataque de personalidad.
- ¿Personalidad? ¡Imposible! – gritó James Mulligan – Me la extirpé hace mucho tiempo, cuando estaba en la universidad y empecé a comprarme toda la ropa de marca.
- La personalidad es muy traicionera, señor Mulligan – dijo el doctor – Si uno no la vigila constantemente, puede volver a reproducirse. Parece que existe cierta propensión genética. Me temo que es su caso.
- ¿Qué puedo hacer, doctor? – sollozó James Mulligan - ¿Volveré a ser normal, a hacer lo que todo el mundo, a disfrutar con Gran Hermano?
- Su caso es serio, señor Mulligan, no voy a engañarle. Necesitaremos una terapia de choque.
- ¡Estoy dispuesto a lo que sea, doctor!
- Hay varias medidas inmediatas. Primero, tiene usted que ir en coche hasta a cagar. ¿Entendido?
- Sí, doctor.
- Y procure comer en el McDonalds o en el VIPS siempre que pueda. Si no hay ninguno cerca, pregunte por el local de moda.
- De acuerdo.
- Con respecto a los libros y los discos, tírelos, tiene que dejarlos de inmediato. Lea solamente revistas del corazón o, como mucho, el 20 Minutos. Y escuche los 40 principales todo el día.
- Pero doctor…
- ¡Todo el día, señor Mulligan! Esto es serio, ¿entiende?
- Sí, doctor. Todo el día.
- Vea un mínimo de cuatro horas de televisión al día, y cómprese todo lo que vea en los anuncios. Evite los documentales y programas educativos. En cuanto al trabajo, lea de nuevo todos los libros de gurús, tipo “¿Quién me ha mangado el queso?” y similares, hasta que se los crea.
- ¡Eso es imposible, doctor!
- O eso, o tendrá personalidad el resto de su vida, señor Mulligan. Usted decide. Es su salud.
James Mulligan suspiró.
- Está bien, doctor. ¿Cree que con esas medidas extremas me curaré?
- Si sigue usted este régimen a rajatabla, señor Mulligan, volverá usted a ser una medianía que sólo dice vaciedades y hace lo que todo el mundo. Se lo garantizo.
- ¡Doctor, es usted mi padre! ¿Cómo podré agradecérselo?
- Vamos, señor Mulligan. Mi trabajo es ayudar a la gente, y es suficiente recompensa. Siga mis consejos y volveremos a tenerle sano y estúpidamente feliz. Y antes de irse – el doctor apretó el botón del interfono - ¡Enfermera! Preparé 100 centímetros cúbicos de propaganda electoral para el señor Mulligan. En vena. Esto le mantendrá suficientemente idiotizado hasta llegar a casa. Y al llegar, ya sabe, ponga de inmediato la tele.
- Mil gracias otra vez, doctor.
- Gracias a usted, señor Mulligan. Y procure no relacionarse mucho las próximas dos semanas. La personalidad puede ser contagiosa en ocasiones.
Y esto fue lo que pasó, más o menos.
7 comentarios:
Muy bueno Troglo, o debería llamarte Sr.Mulligan? ;-).
Yo dentro de poco también iré al doctor, aunque con los consejos que le ha dado al Sr. Mulligan no sé si ir.
A mí que me registren, sólo soy ex director de operaciones.
Tienes que ir al médico, que si no vas a ser una marginal, y no te va a querer Mercedes Milá. Un abrazo.
Muy bien descrito, incisivo, donde duele.
Los síntomas de la enfermedad del señor Mulligan son: estabilización de constantes vitales, carencia de temas de conversación con los compañeros de trabajo, desarrollo del sentido común, aumento de criterios personales y más placer por vivir.
Envidia, que es lo que tengo.
Gracias por visitarme.
Brillante de nuevo señor Troglo, aunque me ha dejado levemente preocupado ya que me identifico con algunos síntomas, quizás no esté en un estado tan avanzado como el suyo pero creo que empezaré esta noche con unas dosis de informativos en televisión, seguido de alguna serie de moda, y quizás quemar algún libro de reciente adquisición y aún sin abrir, para no caer en la tentación de leerlo. Lo de sintonizar los cuarenta no es algo que me pueda plantear, soy débil de voluntad y acabaría tirando la radio por la ventana.
No se enfade conmigo si le deseo que la terapia le vaya rematadamente mal..., bueno, a usted no, al señor Mulligan.
Saludos.
Saludos a todos:
Félix, gracias a ti por devolver la visita. Ten cuidado con Mulligan, que esto es como la lepra. Nos seguimos visitando.
Señor Erradizo, últimamente le veo más bien escurridizo. Bien hallado. Lo de los 40 no es tan malo, a lo mejor ponen a Herbie Hancock, como ha ganado un grammy...¿Será esto un signo de esperanza, o uno de intranquilidad? No he oído el disco de Hancock, pero me acojona que le premien. Un saludo, y nos vemos.
Buenísimo y muy bien escrito. Eres genial. Estoy de acuerdo en todo. Me lo paso pipa leyéndote. Un abrazo.
Gracias, gracias, gracias. Yo también lo paso pipa escribiéndolo. Abrazos.
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