El mandarín Ku Ñao contaba tranquilamente sus monedas de oro cuando escuchó una voz que provenía de la puerta de su despacho:
- Maestro, ¿puedo osar presentar mi indigna figura ante vuestra sabiduría?
- Pasa, Par Di Yo. ¿Qué es lo que te turba, hijo mío?
- Maestro, ¿recordáis los trabajadores que tenemos desplazados en las plantaciones de arroz de Jo Dó?
- Claro que les recuerdo. Proporcionan a este mandarinato pingues ganancias. Lastima que la recogida de arroz no dure siempre.
- El problema es, Maestro, que se han acercado a mí para hacer una petición, ejem…
- ¡Qué! ¿De qué estás hablando, Par Di Yo?
- Maestro, los trabajadores sostienen que fueron contratados para trabajar en este mandarinato…
- ¡Ellos saben que pueden ser enviados a cualquier lugar en beneficio de su Emperador!
- Sí, Maestro. Esto lo saben. Pero dicen que las condiciones normales de su trabajo se desarrollan en estas dependencias. Esto les permite traerse el arroz para comer de su casa, de modo que pueden ahorrar algo de dinero.
- Somos generosos hasta extremos sangrantes dejándoles usar nuestro comedor, sí.
- El tema es, Maestro, que el desplazamiento a las plantaciones resulta mucho más complejo, y no pueden llevarse la comida, puesto que no tienen donde guardarla. Esto provoca que tengan que comprarla a vendedores ambulantes, lo que les ocasiona un gasto extra.
- ¿Y?
- Maestro, ¡perdón! – Par Di Yo se arrojó al suelo cuan largo era – Sostienen que la empresa debería pagarles, al menos en parte, este gasto extra, ya que viene ocasionado por necesidades de la misma empresa, y las condiciones de trabajo no son las habituales.
Ku Ñao empezó a cambiar de su amarillento color habitual a un hermoso púrpura y, poseído de la furia de los antiguos dioses, estalló:
- ¡Hijos de chivo sifilítico! ¡Encima de que les permitimos trabajar aquí! ¡Ese gasto forma parte de su trabajo, son gajes del oficio!
- Disculpad, Maestro, pero eso no es exacto – dijo Par Di Yo con un hilo de voz – Lo cierto es que están realizando un trabajo fuera de lo corriente, y desplazados de su lugar habitual. Lo normal es que el mandarinato se haga cargo de los gastos extra, en estos casos…o así me lo enseñaron mis maestros – añadió Par Di Yo al ver el furibundo rostro del mandarín Ku Ñao.
- ¿Tus maestros? ¿Esos calientasillones que no tienen idea de lo que es el mundo de la empresa? ¡Tus maestros no saben nada, Par Di Yo! ¡Desgraciados, miserables! ¿Qué he hecho yo para que los dioses me maldigan con estos trabajadores? ¿Crees tú que los trabajadores del mandarinato de Mu-Cha Gui-Ta piden el dinero de la comida? ¡Oh, si tuviera más recursos, les mandaría azotar a todos y les enviaría a sus casas, y contrataría profesionales de verdad!
- Pero…Maestro – dijo Par Di Yo, a quien la botella y media de licor de flores trasegada en la sobremesa prestaba un inusitado descaro - …er…Es que el mandarinato de Mu-Cha Gui-Ta paga el doble que nosotros, además de ser mucho más prestigioso. No me parece lógico compararnos en un aspecto con ese mandarinato, tendríamos entonces que compararnos en los demás, e íbamos a salir perdiendo…
- ¿Es que estás borracho, Par Di Yo? ¿Qué disparates estás diciendo?
- Bueno, un poco sí, Maestro, yo…
- ¡Tú eres un irresponsable indigno! ¿No te das cuenta de que, si pagamos esa comida, creamos un precedente peligroso?
- Pero, Maestro, ¿qué precedente? Confucio decía que hacer lo que es justo es lo justo. Sería como si yo sostengo que, si pago los impuestos una vez, sentaré un precedente y luego el estado pretenderá que debo pagarlos todos los años. Pero es que debo pagarlos. Hacer lo que es justo y obligado no es crear precedente alguno.
- ¡Asno salvaje! Si les pagas la comida, ¿qué les impide venirte a reclamar el vestido? Se supone que también es un gasto extra ocasionado por el trabajo, porque si se quedaran en su casa, ¡podrían ir desnudos como las bestias! ¿Te parece poco precedente, Par Di Yo?
- Disculpad mi ignorancia, Maestro, pero…- a estas alturas, y con el licor de flores haciendo cada vez más efecto, Par Di Yo casi se veía como el legendario guerrero Che, defensor de los pobres- pero ¿alguna vez un trabajador os ha pedido el importe del vestido? Y supongo que, si alguno lo pide, sería tan fácil como negárselo. Porque hay cosas que son de sentido común, y otras que no lo son.
- Par Di Yo, parece que tienes un día especialmente poco brillante. En mi infinita paciencia, voy a darte una argumentación más: ¿te acuerdas del Kon Ve Ño?
- Eh, claro, Maestro. El Kon Ve Ño es el sagrado texto que rige, en buena parte, nuestras relaciones con los trabajadores.
- ¡Ajá! Pues ese sagrado texto mantiene que solo se deben pagar esos gastos cuando el trabajador sale de los límites de la provincia en la que se encuentra el mandarinato. Y los arrozales de Jo Dó no están fuera de la provincia. ¿Qué te parece esto?
Par Di Yo se rascó la cabeza durante unos momentos. Parecía estupefacto.
- Sois sabio, Maestro, y tenéis razón en lo que decís. Pero vuestro argumento me llena de congoja.
- ¿Por qué, si puede saberse?
- Porque nosotros no cumplimos ni una sola palabra de las que salen en el Kon Ve Ño, Maestro. Si lo invocamos ahora, a mí me parece que estamos perdidos. Entonces, los trabajadores dirán que tendrán que cumplir sus horarios, cobrar conforme a su categoría, no trabajar en festivos, que se les reconozca la antigüedad, …
Ku Ñao se cubrió la cabeza con las manos y se lanzó al suelo temblando:
- ¡Basta, Par Di Yo! ¡No puedo soportar esta visión! Dales a esos miserables dos monedas de cobre al día para que puedan pagarse la comida. Y déjame a ver si puedo relajar algo mi acongojada alma con el Libro de las Torturas del rey Ka-Bro Na-Zo. ¡Quítate de mi vista, funesto patán!
- ¡Oigo y obedezco, Maestro!
Y ese día, el mandarín Ku Ñao, aprendió que la ley del embudo no siempre funciona. Y cuando Par Di Yo entregó las monedas de cobre, se sintió menos miserable que de costumbre. Y los escribas recogieron estos hechos en un poema, como era uso común en estos días:
¡No pagues! dice el gerente,
que crearás un precedente.
A no ser que, al no pagar
puedas quizá provocar
una desgracia mayor,
como que el trabajador
te pretenda reclamar
lo que en ley le debes dar.
Si se da esta situación,
paga, no seas cabezón.
- Maestro, ¿puedo osar presentar mi indigna figura ante vuestra sabiduría?
- Pasa, Par Di Yo. ¿Qué es lo que te turba, hijo mío?
- Maestro, ¿recordáis los trabajadores que tenemos desplazados en las plantaciones de arroz de Jo Dó?
- Claro que les recuerdo. Proporcionan a este mandarinato pingues ganancias. Lastima que la recogida de arroz no dure siempre.
- El problema es, Maestro, que se han acercado a mí para hacer una petición, ejem…
- ¡Qué! ¿De qué estás hablando, Par Di Yo?
- Maestro, los trabajadores sostienen que fueron contratados para trabajar en este mandarinato…
- ¡Ellos saben que pueden ser enviados a cualquier lugar en beneficio de su Emperador!
- Sí, Maestro. Esto lo saben. Pero dicen que las condiciones normales de su trabajo se desarrollan en estas dependencias. Esto les permite traerse el arroz para comer de su casa, de modo que pueden ahorrar algo de dinero.
- Somos generosos hasta extremos sangrantes dejándoles usar nuestro comedor, sí.
- El tema es, Maestro, que el desplazamiento a las plantaciones resulta mucho más complejo, y no pueden llevarse la comida, puesto que no tienen donde guardarla. Esto provoca que tengan que comprarla a vendedores ambulantes, lo que les ocasiona un gasto extra.
- ¿Y?
- Maestro, ¡perdón! – Par Di Yo se arrojó al suelo cuan largo era – Sostienen que la empresa debería pagarles, al menos en parte, este gasto extra, ya que viene ocasionado por necesidades de la misma empresa, y las condiciones de trabajo no son las habituales.
Ku Ñao empezó a cambiar de su amarillento color habitual a un hermoso púrpura y, poseído de la furia de los antiguos dioses, estalló:
- ¡Hijos de chivo sifilítico! ¡Encima de que les permitimos trabajar aquí! ¡Ese gasto forma parte de su trabajo, son gajes del oficio!
- Disculpad, Maestro, pero eso no es exacto – dijo Par Di Yo con un hilo de voz – Lo cierto es que están realizando un trabajo fuera de lo corriente, y desplazados de su lugar habitual. Lo normal es que el mandarinato se haga cargo de los gastos extra, en estos casos…o así me lo enseñaron mis maestros – añadió Par Di Yo al ver el furibundo rostro del mandarín Ku Ñao.
- ¿Tus maestros? ¿Esos calientasillones que no tienen idea de lo que es el mundo de la empresa? ¡Tus maestros no saben nada, Par Di Yo! ¡Desgraciados, miserables! ¿Qué he hecho yo para que los dioses me maldigan con estos trabajadores? ¿Crees tú que los trabajadores del mandarinato de Mu-Cha Gui-Ta piden el dinero de la comida? ¡Oh, si tuviera más recursos, les mandaría azotar a todos y les enviaría a sus casas, y contrataría profesionales de verdad!
- Pero…Maestro – dijo Par Di Yo, a quien la botella y media de licor de flores trasegada en la sobremesa prestaba un inusitado descaro - …er…Es que el mandarinato de Mu-Cha Gui-Ta paga el doble que nosotros, además de ser mucho más prestigioso. No me parece lógico compararnos en un aspecto con ese mandarinato, tendríamos entonces que compararnos en los demás, e íbamos a salir perdiendo…
- ¿Es que estás borracho, Par Di Yo? ¿Qué disparates estás diciendo?
- Bueno, un poco sí, Maestro, yo…
- ¡Tú eres un irresponsable indigno! ¿No te das cuenta de que, si pagamos esa comida, creamos un precedente peligroso?
- Pero, Maestro, ¿qué precedente? Confucio decía que hacer lo que es justo es lo justo. Sería como si yo sostengo que, si pago los impuestos una vez, sentaré un precedente y luego el estado pretenderá que debo pagarlos todos los años. Pero es que debo pagarlos. Hacer lo que es justo y obligado no es crear precedente alguno.
- ¡Asno salvaje! Si les pagas la comida, ¿qué les impide venirte a reclamar el vestido? Se supone que también es un gasto extra ocasionado por el trabajo, porque si se quedaran en su casa, ¡podrían ir desnudos como las bestias! ¿Te parece poco precedente, Par Di Yo?
- Disculpad mi ignorancia, Maestro, pero…- a estas alturas, y con el licor de flores haciendo cada vez más efecto, Par Di Yo casi se veía como el legendario guerrero Che, defensor de los pobres- pero ¿alguna vez un trabajador os ha pedido el importe del vestido? Y supongo que, si alguno lo pide, sería tan fácil como negárselo. Porque hay cosas que son de sentido común, y otras que no lo son.
- Par Di Yo, parece que tienes un día especialmente poco brillante. En mi infinita paciencia, voy a darte una argumentación más: ¿te acuerdas del Kon Ve Ño?
- Eh, claro, Maestro. El Kon Ve Ño es el sagrado texto que rige, en buena parte, nuestras relaciones con los trabajadores.
- ¡Ajá! Pues ese sagrado texto mantiene que solo se deben pagar esos gastos cuando el trabajador sale de los límites de la provincia en la que se encuentra el mandarinato. Y los arrozales de Jo Dó no están fuera de la provincia. ¿Qué te parece esto?
Par Di Yo se rascó la cabeza durante unos momentos. Parecía estupefacto.
- Sois sabio, Maestro, y tenéis razón en lo que decís. Pero vuestro argumento me llena de congoja.
- ¿Por qué, si puede saberse?
- Porque nosotros no cumplimos ni una sola palabra de las que salen en el Kon Ve Ño, Maestro. Si lo invocamos ahora, a mí me parece que estamos perdidos. Entonces, los trabajadores dirán que tendrán que cumplir sus horarios, cobrar conforme a su categoría, no trabajar en festivos, que se les reconozca la antigüedad, …
Ku Ñao se cubrió la cabeza con las manos y se lanzó al suelo temblando:
- ¡Basta, Par Di Yo! ¡No puedo soportar esta visión! Dales a esos miserables dos monedas de cobre al día para que puedan pagarse la comida. Y déjame a ver si puedo relajar algo mi acongojada alma con el Libro de las Torturas del rey Ka-Bro Na-Zo. ¡Quítate de mi vista, funesto patán!
- ¡Oigo y obedezco, Maestro!
Y ese día, el mandarín Ku Ñao, aprendió que la ley del embudo no siempre funciona. Y cuando Par Di Yo entregó las monedas de cobre, se sintió menos miserable que de costumbre. Y los escribas recogieron estos hechos en un poema, como era uso común en estos días:
¡No pagues! dice el gerente,
que crearás un precedente.
A no ser que, al no pagar
puedas quizá provocar
una desgracia mayor,
como que el trabajador
te pretenda reclamar
lo que en ley le debes dar.
Si se da esta situación,
paga, no seas cabezón.
Estos hechos son rigurosamente históricos, aunque no os lo creáis.
2 comentarios:
Buenas noches mr Troglo Jones. Primero gracias por su visita a mi blog. Segundo, he leído este cuento mandarín y algún otro que has publicado, y, sinceramente, me he estado descojonando un rato. Prometo visitas.
Saludos
Erradizo
Bienvenido, Sr. Erradizo. Me alegro de que te hayas reído con los disparates que vamos colocando aquí. Gracias por tu visita. Seguiremos en contacto.
Un saludo
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