
El mandarín Ku-Ñao observaba las tranquilas evoluciones de sus hermosos faisanes en su principesco jardín, mientras mentalmente se le hacía la boca agua pensando en papearse un par de docenas. En ese momento, rompiendo el sueño gastronómico del mandarín, apareció su discípulo, Par Di Yo:
- Maestro, perdonad si os importuno...
- Tú siempre me importunas, Par Di Yo, gorgojo del bambú. ¿Qué tripa se te ha roto esta vez?
- Maestro, eh...esto...el candidato que se iba a incorporar el lunes....
- ¿Sí? – preguntó suavemente Ku Ñao mientras se le empezaba a hinchar la vena de la frente.
- Pues...que ha dicho que no se incorpora, Maestro.
Par Di Yo se cubrió la cabeza con las manos, temiendo un ataque de ira furibunda de Ku-Ñao. Pero el mandarín le sorprendió demostrando una calma verdaderamente oriental.
- ¡Ay, Par Di Yo, hijo mío! ¿A dónde va este mundo? ¡Los valores transmitidos por los mandarines durante generaciones se derrumban! ¿Dónde vamos a llegar?
- Maestro, ¿os encontráis bien? ¿Qué os pasa? ¿Dónde está vuestra legendaria ira?
- Lo que pasa es que hoy me encuentro filosófico y meditativo, Par Di Yo, oveja del desierto. Aparte de que estoy un poco de bajón porque se me fue la mano con los Ku-Ba-Tá de después de comer. A ver si llega la hora de merendar y los bajo un poco con unos Ka-Li Mo-Xo. ¿Tú has visto, Par Di Yo, la falta de compromiso de la juventud actual?
- Maestro, me temo que, como casi siempre, no capto la esencia de vuestras palabras.
- Olvidaba que tu intelecto es comparable al de una grulla adicta al opio, Par Di Yo. Quiero decir que percibo cada vez menos interés por parte de los candidatos por el puesto de trabajo al que optan.
- ¿A qué os referís, Maestro?
- Pues, por ejemplo, a que en la primera entrevista ponen encima de la mesa sus exigencias de sueldos, horarios y demás mamarrachadas comunistas. ¡Esto en mis tiempos no pasaba!
- Maestro, ¿y por qué se trabajaba en los tiempos de vuestra mandarinez? ¿Por gusto?
- ¡Menos cachondeo, Par Di Yo, cabra subversiva! Lo que quiero decir es que lo primero es acceder a un trabajo, desarrollarte en él, y luego ya veremos.
- ¿Quiere esto decir, Maestro, que deben trabajar por las condiciones que les ofrezcamos, sean estas las que sean? ¿Y qué, si no es así, es que no se preocupan de su desarrollo?
- ¡Exacto, Par Di Yo! ¿Ves como cuando lo intentas no eres tan lerdo, hijo mío?
- Pero si yo lo decía con ironía, Maes...
- ¡Ay! Los que nos dedicamos a este sacrificado arte de la selección de personal estamos en horas bajas, Par Di Yo. Antes decíamos nosotros al candidato, “ya te llamaré”. Ahora es él el que nos dice, “ya les llamaré”. ¡Ca-Gón los peces de colores!
Aprovechando que veía a Ku-Ñao con la mente más enturbiada por el alcohol de lo normal, el taimado Par Di Yo se decidió a vacilarle un poco más. Como decía Confucio, la ocasión la pintan calva.
- ¡Ah, Maestro, cuanta razón tenéis! ¡El sacrificado arte de la selección, cuando podíamos tratar a los candidatos como a pordioseros que vinieran a pedir limosna, en vez de cómo a profesionales! ¡Tenerles una hora esperando en el vestíbulo, y luego decirles que no les podíamos recibir! ¡Cuando podíamos decir “ya te llamaré”, y no llamar a nadie nunca! ¡Qué tiempos aquellos, Maestro!
- ¡Calla, Par Di Yo, que se me saltan las lágrimas! Ya sabes lo sensible que soy.
- ¡Qué verdad, Maestro, el equilibrio del universo se ha trastocado! Ciertamente, es bueno que yo diga “ya te llamaré”, pero cuando me lo dicen a mí, ya no tiene gracia. ¡El caos se acerca, Maestro, cuando cualquier pelagatos puede saltarse la ley más suprema de los mandarines: la del Em-Bu-Do!
- ¡Cuanta inspiración hay en tus palabras, Par Di Yo! ¡Yo que había desistido ya de hacer de ti un mandarín de provecho, cordero mongol! – dijo Ku Ñao, mientras gruesos lagrimones corrían por sus amarillentas mejillas – Sí, Par Di Yo, los jóvenes ya no quieren trabajar, porque son unos inmaduros, o porque están sobreprotegidos por sus familias, que les idiotizan.
- ¡Qué gran verdad, Maestro! ¡En los tiempos de vuestra mandarinez sí que era dura la vida, y no ahora!
- ¡Ahí le has dao, Par Di Yo! ¡Qué yo me puse a currar a los 14 años, Ka-chis el dragón de jade!
- ¿No sería más bien a los 24, Maestro?
- ¿Eh? Bueno, eso da igual, Par Di Yo. ¡Pero yo empecé desde abajo, y con mi propio esfuerzo he llegado hasta aquí!
- ¡Sí, Maestro! ¡Que os colocara vuestro tío, el mandarín En-Chu-Fong, es lo de menos!
- ¡Eso, eso, Par Di Yo! ¡Si es que estos jóvenes están idiotizados cual lagarto borracho! ¡Nosotros si que lo tuvimos Chun-go!
- ¡Diga que sí, Maestro! ¿Qué más da que ahora la vivienda cueste el doble, o que los sueldos apenas hayan subido realmente? ¡Estos jóvenes son débiles cual papel de arroz caducado!
En este momento, el mandarín Ku-Ñao, que tenía una trompa espesa cual tinta china, pero que no era subnormal, entorno sus astutos ojillos, estuvo a punto de caerse, y habló así:
- Par Di Yo, ¿no me estarás vacilando, hijo del Celeste Imperio?
- ¡Maestro! ¡Nada más lejos de las intenciones de vuestro humilde discípulo!
- ¡Ca-Gón el loto blanco, Par Di Yo! ¡Vigila tus pasos, ciervo sindicalista, que como me vaciles te voy a poner a hacer zapatillas en una fabrica de Ni-Ke! ¡Traeme ahora mismo recado de escribir, burro salvaje, que me pide el cuerpo hacer un artículo sobre la falta de madurez y valores de la juventud actual! Y ándate con ojito, Par Di Yo, que te vigilo.
- Oigo y obedezco, Maestro.
Y así fue como el mandarín Ku-Ñao demostró que los jóvenes son siempre unos desagradecidos y unos inmaduros. Y esto se recogió en los versos de rigor:
Está bien cuando yo tengo
por el mango la sartén
pero, cuando no la tengo
y me dicen: “que te den”
a pesar de mi abolengo
pues eso no está tan bien.
PD: Yo conozco a un mandarín que escribió un artículo sobre la “juventud” más o menos en estos términos. Lo increíble es que él ¡lo decía en serio! Y es que la realidad supera siempre a la ficción.