
Era un día típico inglés, gris y desapacible. Cerca de los muelles, en la calleja llamada Gazuzing Street, había una actividad inusual. La policia había cortado la calle, y concentraba sus efectivos investigadores en “Cogorhouse”, un tabernucho de mala muerte que parecía haber sido atacado por un tornado la noche anterior. Fue entonces cuando, con la parsimonia en él habitual y dando furiosas chupadas a su pipa, llegó al escenario del crimen el famoso detective Troglo Jones, acompañado de su inseparable ayudante, el loro Putobocatson.
- Saludos, inspector Despistrade – saludó Jones – Parece que nuestro visitante nocturno ha vuelto a atacar.
- Pues sí, Jones – dijo el inspector, mirando con cierta desconfianza al famoso dúo – Parece que ha cogido carrerilla.
- ¿Qué ha ocurrido esta vez?
- A medianoche, asaltó y destruyó un bar en Very Eggs Square. Posteriormente, atacó al banquero Sir Emil Littleboot cuando éste llegaba a su domicilio.
- ¿Cómo se encuentra Sir Littleboot?
- Grave. Por lo visto, le propinó una colleja de tal categoría que le incrustó la calva en la barbilla. No sé si saldrá de esta. Después, tomó por asalto esta taberna. Y aquí le perdemos la pista.
- ¿Algún testigo?
- Varios, pero las mismas descripciones vagas e increíbles de siempre. Mirada terrible, voz aterrorizante, aspecto terrorífico,...Todos los que hemos interrogado concuerdan en que no es un ser humano, sino algún tipo de bestia salvaje, o un monstruo, con aspecto espantoso y feroz.
- Y una enorme facilidad para escabullirse, Despistrade.
- Cierto, Jones, cierto. En cuanto se da la alarma y nos ponemos en marcha, parece que se lo hubiera tragado la tierra.
- O el aire.
- ¿Qué quiere decir, Jones?
- Nada, inspector, nada. Cosas mías. Le quedo muy reconocido por la información, buenos días.
La singular pareja se alejó del lugar de los hechos, dejando al inspector con sus pesquisas. Ante el semblante caviloso de Jones, Putobocatson preguntó:
- ¿En qué piensa, Jones?
- En nuestro nocturno amigo, Putobocatson.
- ¿Cree que hay algo de cierto en eso de que es una bestia, un ser inhumano?
- Aunque parezca increíble, los indicios apuntan a ello, Putobocatson. Recuerde cuando atacó y desvalijó las destilerías. Aquellas marcas en la puerta...ninguna mano humana ni ningún instrumento deja esa marca. Era una marca de garra.
- ¿Garras, eh?
- Elemental, Putobocatson. ¿Y recuerda cuando descalabró al gobernador Cramps?
- ¿El hombre de los mil trajes? Sí, claro.
- Le atizó en la cabeza con algo duro, contundente y afilado. De nuevo, la marca no cuadra con ningún tipo de cuchillo o de instrumento que yo conozca. Creo que ese ser le mordió, o algo parecido.
- A ver si va a ser un unicornio, Jones, je, je.
- Dejesé de burradas, Putobocatson. No, nada de unicornios, mis conjeturas van por otro lado. Nuestro nocturno personaje debe tener una boca muy particular...
- Jones, a todo esto, ¿por qué seguimos dando vueltas por estos callejones?
- Porque seguimos pistas, Putobocatson. ¿O es que no ha visto en el suelo aquella botella que acabamos de pasar?
- ¿Una botella en el suelo? ¿Y qué? Estas calles están llenas de basura.
- Esa botella es de güisqui de garrafa “Livercracker”. Sólo en un tascucio como el asaltado “Cogorhouse” sirven ese güisqui infecto. Estoy seguro que nuestro amigo afanó esa botella, se la bebió y luego la tiró. Así que pasó por aquí.
- ¡Vaya!
De repente, Jones se paró en seco. Dio un par de chupadas a la pipa, y se agachó.
- Fíjese, Putobocatson, mire esto.
- ¿Qué es? ¿Una huella?
- Nuestro monstruo debió de pisar ese charco, y ha ido dejando algunas huellas.
- ¿Qué clase de huella es esa?
- Elemental, Putobocatson. La de una garra.
Jones siguió caminando, hasta que la calle llegó a un punto en el que no había salida. Desembocaba directamente al borde del río.
- Parece que aquí acabó su viaje, Putobocatson. Ya no hay por donde seguir. A menos que...
- Jones, creo que deberíamos irnos ya. Está anocheciendo muy deprisa.
- Ya lo veo, Putobocatson. No se preocupe, sólo será un momento más. Dejeme ver...
Y entonces, ocurrió. A la vista de la luna, Troglo Jones empezó a temblar de pies a cabeza. Sus pies se transformaron en garras, su cara se estiró, convirtiéndose en un afilado pico, su cuerpo se cubrió de plumas y, con un esfuerzo supremo, sus brazos se transformaron en alas. La espeluznante transformación había terminado. La bestia estaba suelta de nuevo.
- ¡Putobocatson, me he convertido en un loro enorme!
- Elemental, Troglo. Te pasa todas las noches. ¡Eres un hombre-loro!
- ¿Qué me dices?
- La maldición del hombre loro empieza cuando un loro te arrea un picotazo en un martes y trece. A partir de entonces, cada noche te conviertes en loro y la armas, liándola pardísima en todos los garitos y atacando a prohombres y promujeres.
- ¿Y tú lo sabías?
- ¡Pues claro, si voy contigo cada noche, je, je!
- ¿Y la maldición incluye que cuando vuelvo a convertirme en humano por las mañanas pierda la memoria de mis andanzas?
- ¡Qué maldición ni niño muerto! Lo que pasa que te agarras unas tajás tan descomunales que luego no te acuerdas de nada.
- ¡Vaya! Sorprendente desarrollo de acontecimientos. Pero en fin, si estoy maldito y soy un hombre-loro habrá que tomárselo con flema británica y aprovecharlo, Putobocatson, así que vamos a liarla, je, je. Hoy me beberé hasta los floreros y luego pienso arrearle un picotazo de primera división a la presidenta Hope Aguirre.
- Je, je, me pido la coronilla.