lunes, 3 de diciembre de 2007

Cuentos de los mandarines: la flexibilidad de los juncos

Cierto día, el mandarín Ku Ñao despertó de su meditación vespertina. Deseoso de conocer la marcha de los negocios del Emperador, solicitó la presencia de su pupilo Par Di Yo.

- ¡Par Di Yo! Acude a mi celestial despacho.
- Oigo y obedezco, Maestro.
- Dime, Par Di Yo, ¿qué tal llevan nuestros escla…, digo, nuestros honorables funcionarios los negocios del Emperador?
- Bien, Maestro. La rentabilidad de los negocios es alta, sobre todo gracias a vuestra genialidad a la hora de gestionar personal. Debo reconocer mi asombro ante vuestra capacidad para conseguir que gente con contratos de 40 horas semanales curre más de 60.
- ¡Ah, Par Di Yo, hijo de una mona sindicalista! ¿Imaginas acaso que yo soy feliz cuando mis querido funcionarios deben hacer esfuerzos como estos? No, Par Di Yo, puedes creer que yo les amo como la rana a su charca. Desafortunadamente, así son los negocios.
- ¡Nada más lejos de mi intención que ofenderle, Maestro! Todos conocemos vuestro buen corazón. Pero, ¿qué significa que “así son los negocios”?
- Significa que, sin la flexibilidad suficiente por parte de los trabajadores, nuestro negocio no podría ser rentable. Tendríamos que cerrar, y la peste y las epidemias se extenderían por la nación. ¿Es esto lo que quieres, Par Di Yo?
- ¡Nunca, Maestro, que los dioses alejen de nosotros estas plagas! Pero,…¿queréis decir que si los honorables pringa…, los funcionarios no trabajaran 60 horas, nuestro negocio no sería rentable y llegarían las desgracias?
- Así es.
- Pero, Maestro, ¿quiere esto decir que la rentabilidad de este negocio depende de cuántas horas podamos robar a los funcionarios? Estoy perplejo, Maestro. Nada de lo que me enseñaron durante mis estudios hacia referencia a algo como esto. ¿Cómo puede plantearse siquiera un negocio que no puede ser rentable a no ser que deje de pagar lo que en buena justicia debe a sus trabajadores? ¿No es aberrante basar la rentabilidad de un negocio en cuanta fuerza de trabajo podamos usar sin pagarla? Siguiendo la sabiduría de los antiguos, un negocio así no debería existir. El sólo planteamiento es absurdo.

Ku Ñao respiró siete veces, se atusó los bigotes y miró fijamente a Par Di Yo:

- Par Di Yo, tienes suerte de que conozca a tu honorable padre desde hace largo tiempo. Porque estás empezando a recordarme a mi antiguo discípulo, Lis Ti Yo, al que tuve que enviar a pegar sellos a la región de Kin –Ta Os-Tia por su falta de espíritu.
- ¡Maestro, yo no pretendía…. ¡
- ¡Calla! ¿Cómo te atreves a criticar mi invento de la flexibilidad? Sin la flexibilidad, la empresa no es nada. El trabajador debe ser flexible cual junco, para ayudar a su empresa a ser competitiva. ¿O es que eres tan estúpido que no entiendes siquiera este sencillo concepto?
- Pero, Maestro – dijo Par Di Yo, con un hilo de voz – a mi eso me parece sabio…
- ¡Vaya, menos mal! ¿Y entonces?
- Es que eso de la flexibilidad ya lo recogen los antiguos códigos, Maestro. Está en el Es-Ta Tu To, aquel antiguo y olvidado libro que recoge como debe ser la relación entre los honorables funcionarios y la compañía. Poéticamente, ese hermoso libro designa ese concepto de flexibilidad como “horas extras”.
- ¿Lo ves?
- Pero, Maestro, no es lo mismo. “Flexibilidad” significa otra cosa en este caso. Una cosa es pedir flexibilidad, y pagarla, que es lo que dice el libro. En vuestra interpretación, la flexibilidad consiste en que los trabajadores nos regalen horas por la cara. Disculpadme, Maestro, pero no hay que ser una lumbrera para obtener rentabilidad si no pago las horas de trabajo.
- Par Di Yo, yo no sé si eres subversivo, o solamente estúpido cual buey borracho. Te voy a dar un argumento irrefutable para que asumas mi concepto de flexibilidad. ¿Estás listo?
- Sí, Maestro. Ardo en deseos de saber.
- O asumes mi concepto de flexibilidad, o te pongo en la puta calle. ¿Qué te parece, Par Di Yo?
- Lao Tsé no habría sido tan elocuente, Maestro. Ciertamente, vuestro argumento es irrefutable.
- Me alegra oírlo.
- A partir de ahora pediré siempre a mis trabajadores flexibilidad, amenazándoles con la mayor de las desgracias si no ayudan a su pobrecita empresa.
- Así me gusta, discípulo.
- Y cada hora que me regalen de su vida, será más oro en la bolsa del Emperador.
- Esta es la verdad, Par Di Yo.
- Verdad suprema, Maestro. En verdad sois el más sabio de los hombres, cuando podéis conseguir que las palabras signifiquen algo distinto a lo que en realidad significan.
- Este es un arte solo al alcance de los mandarines, Par Di Yo. Ahora, vete en paz.
- Sí, Maestro.

Y así fue como Ku Ñao inventó de nuevo el concepto de flexibilidad. Lo celebró con este poema, que cantaron sus hijos, y los hijos de sus hijos:

Si rentabilidad quiero
el camino claro está
conseguir que curren más
y no darles más dinero.
Esto es flexibilidad.

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