En nuestro recorrido por perfiles lamentables y olvidados del jazz nos fijamos hoy en la figura del pianista Carmelitos Belahundé. Carmelitos nació en Piedras del Río, Cuba, de padre desconocido y madre también desconocida, es decir, que apareció a la orilla de un río sin saberse cómo. Ni corto ni perezoso, a pesar de su tierna edad de diez minutos, se dirigió a la cercana hacienda de los marqueses de Chupamarca, que le contrataron como recolector de mangos en prácticas, y le dieron el nombre de Carmelitos Descalzos Belahundé, por ser el santo del día.
Como a los marqueses no les gustaban los mangos, Carmelitos tenía mucho tiempo libre, que dedicaba a practicar con el piano de la casa. Y un día Carmelitos sufrió el accidente que le traumatizaría para el resto de su vida y supondría el despegue de su carrera. Mientras tocaba el piano, un malintencionado loro que tenían los marqueses, llamado Puto Bocazas, empujó la tapa del mismo, que cayó sobre los tiernos dedos de Carmelitos. Este dio un alarido descomunal e intentó asesinar al loro, que le había hecho mobbing desde el primer día. Pero sucedió que el loro era un enchufado así que, encima, a Carmelitos le pusieron en la calle. Este hecho provocó que Carmelitos desarrollará una fobia extrema a las teclas del piano, que ya no pudo volver siquiera a rozar sin volverse loco de ansiedad en toda su vida.
Aunque a primera vista parece un inconveniente grande para un pianista no tocar las teclas, Carmelitos no se arredró. Se fue a la capital, compró un piano a plazos, y se dedicó como loco a practicar con los pedales. “Ya que no puedo tocar las teclas” se dijo Carmelitos, “seré el mayor virtuoso del mundo tocando los pedales”. Y allí que se pasaba, horas y horas, ¡tap! ¡tap! ¡tap! dándole a los pedales del piano. Además, el piano le servía de vivienda, ya que por las noches se metía dentro.
Quiso la fortuna que Carmelitos conociera un empresario de variedades que no estaba muy bien de la cabeza, lo que le permitió debutar en el Teatro de Títeres de Canelagüay. Carmelitos asombró al respetable con su virtuosismo pedaleador. Los “¡oh!” y “¡ah!” se escuchaban por todo el teatro, porque ningún músico había conseguido nunca lo que Carmelitos: tocar el piano sin acercarse a las teclas.
Tras este gran triunfo, la carrera de Carmelitos fue fulgurante. Pero el éxito agrió su carácter apacible. Sucedía que Carmelitos necesitaba para sus actuaciones tener perfectamente afinadas las suelas de los zapatos. Así que contrataba afinadores de suelas de zapatos, pero era terriblemente exigente. El afinador le afinaba las suelas, Carmelitos las probaba, ¡tap! ¡tap! ¡tap!, pero nunca estaba contento, y entonces daba de puntapiés al afinador. Un mal día, Carmelitos tomó a su servicio a un afinador de suelas llamado Giorgione Capprone, que era conocido en su pueblo natal de Salchichone dei Fiori como “Il Tonttilocco”. Este, harto de los abusos de Carmelitos, le envenenó las suelas de los zapatos con crema Nivea. Cuando Carmelitos salió a escena, su ímpetu al entrar, la crema Nivea y las bruñidas tablas del escenario del Teatro 37 de Octubre de La Habana, precipitaron la catástrofe: Carmelitos pegó un fenomenal resbalón, dio tres vueltas de campana en el aire y cayó verticalmente de cabeza sobre el foso de la orquesta, yendo a aterrizar sobre la tapa de una alcantarilla, lo que le provocó la muerte, además de una fuerte jaqueca. Y aquí acabó su prometedora carrera.
Como a los marqueses no les gustaban los mangos, Carmelitos tenía mucho tiempo libre, que dedicaba a practicar con el piano de la casa. Y un día Carmelitos sufrió el accidente que le traumatizaría para el resto de su vida y supondría el despegue de su carrera. Mientras tocaba el piano, un malintencionado loro que tenían los marqueses, llamado Puto Bocazas, empujó la tapa del mismo, que cayó sobre los tiernos dedos de Carmelitos. Este dio un alarido descomunal e intentó asesinar al loro, que le había hecho mobbing desde el primer día. Pero sucedió que el loro era un enchufado así que, encima, a Carmelitos le pusieron en la calle. Este hecho provocó que Carmelitos desarrollará una fobia extrema a las teclas del piano, que ya no pudo volver siquiera a rozar sin volverse loco de ansiedad en toda su vida.
Aunque a primera vista parece un inconveniente grande para un pianista no tocar las teclas, Carmelitos no se arredró. Se fue a la capital, compró un piano a plazos, y se dedicó como loco a practicar con los pedales. “Ya que no puedo tocar las teclas” se dijo Carmelitos, “seré el mayor virtuoso del mundo tocando los pedales”. Y allí que se pasaba, horas y horas, ¡tap! ¡tap! ¡tap! dándole a los pedales del piano. Además, el piano le servía de vivienda, ya que por las noches se metía dentro.
Quiso la fortuna que Carmelitos conociera un empresario de variedades que no estaba muy bien de la cabeza, lo que le permitió debutar en el Teatro de Títeres de Canelagüay. Carmelitos asombró al respetable con su virtuosismo pedaleador. Los “¡oh!” y “¡ah!” se escuchaban por todo el teatro, porque ningún músico había conseguido nunca lo que Carmelitos: tocar el piano sin acercarse a las teclas.
Tras este gran triunfo, la carrera de Carmelitos fue fulgurante. Pero el éxito agrió su carácter apacible. Sucedía que Carmelitos necesitaba para sus actuaciones tener perfectamente afinadas las suelas de los zapatos. Así que contrataba afinadores de suelas de zapatos, pero era terriblemente exigente. El afinador le afinaba las suelas, Carmelitos las probaba, ¡tap! ¡tap! ¡tap!, pero nunca estaba contento, y entonces daba de puntapiés al afinador. Un mal día, Carmelitos tomó a su servicio a un afinador de suelas llamado Giorgione Capprone, que era conocido en su pueblo natal de Salchichone dei Fiori como “Il Tonttilocco”. Este, harto de los abusos de Carmelitos, le envenenó las suelas de los zapatos con crema Nivea. Cuando Carmelitos salió a escena, su ímpetu al entrar, la crema Nivea y las bruñidas tablas del escenario del Teatro 37 de Octubre de La Habana, precipitaron la catástrofe: Carmelitos pegó un fenomenal resbalón, dio tres vueltas de campana en el aire y cayó verticalmente de cabeza sobre el foso de la orquesta, yendo a aterrizar sobre la tapa de una alcantarilla, lo que le provocó la muerte, además de una fuerte jaqueca. Y aquí acabó su prometedora carrera.
Para que te fíes de la crema Nivea.
11 comentarios:
ja ja ja ja ja buenísimo como siempre y muy delirante. Eres un genio. Pobre Carmelitos, aunque el tío era un cabroncete tiene lo que se merece. Oye, y esos calcetines eran los de Carmelitos? La imagen es magnífica.
Puto Bocazas es un pillín.
bss
Hola, Esther:
Sí, son los mismisimos calcetines de Carmelitos, que se guardan en un relicario del Teatro 37 de octubre.
El domingo por la mañana quedaré con el sr.Erradizo para cambiarle un disco, por si os queréis pasar. Me ha dicho que él lo paga todo.
Un abrazo.
jaaaaaaaaaaa ja ja ja qué bueno eres troglo.
Y lo peor de todo es que lo cuentas a la gente y nadie te cree... esta triste historia de superación personal me recordó esto: http://youtube.com/watch?v=9dt0drBsFKY
¿seguro que la jaqueca por la que murió fue por caerse a la alcantarilla o por el ladrillazo que le metió puto bocazas? ¿estaba el loro en realidad conchabado con el salchichone?
La implicación de Puto Bocazas nunca se demostró, Mr Blogger. Cubre muy bien sus huellas.
Y ten cuidado, que ahora es abogado y te mete una demanda que te cruje.
Abrazos.
Ups es cierto! Ese loror es más listo que...
"Envenenó sus zapatos con Nivea", jaja, qué bueno.
Me gustan los calcetines de Carmelitos, se los voy a copiar ;-). Al señor Troglo también le pegan esos calcetines ¿eh?
¿Osea que me vas a hacer esperar hasta después de Semana Santa para leer a mi querido Ku-ñao? No tienes corazón...
A ver si consigo que se vuelva un poco antes, pero es bastante vago.
Es curioso, porque he leído el título y he visto el calcetín-piano y he pensado en los Carmelitos Descalzos, jajaj.
Un abrazo.
Je, je, con esos calcetines coges una moral tremenda para tocar el piano.
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