Desde luego, esto no es Madrid. El puente, el aire, el mar, esas letras en la montaña que pone Hollywood…No, Madrid no es. ¡Ay, madre, que me temo que ha vuelto a pasar! A ver la ropa…¡Joder, que traje! Ni es Emidio Tucci ni nada, y qué pasado de moda, y además negro. Y la camisa, ¡hostias! si llevo una camisa blanca, sin rayitas. Y la corbata es negra, y qué nudo más pequeño llevo. Sí, no cabe duda. He vuelto a sufrir un desplazamiento espaciotemporal, y me he trasladado a Los Ángeles en los años 50.
Si alguien lee esto pensará que estoy como una cabra, porque los desplazamientos espaciotemporales no existen. Claro que existen. Solo hay que saber la teoría que se oculta tras ellos. Y no penséis que hay teorías cuánticas, ni máquinas espectaculares. Bueno, a lo mejor sí hay teorías cuánticas, pero el factor desencadenante es de lo más pedestre: whisky de garrafa. Como lo oís.
Pensareis que esto es una chorrada más de las mías, que os han servido muchas veces whisky de garrafa y que no habéis aparecido en Los Angeles en los 50. No funciona así. Es cuestión sobre todo de cantidad. Si vosotros le echáis un dedal de gasolina al coche, sigue sin andar. Para sufrir un desplazamiento espaciotemporal tenéis que beberos entre 60 y 70 cubatas de whisky de garrafón. Y seguidos, nada de en varios días. Así que, si os apetece, hacer el experimento. Tomaros 60 ó 70 cubatas de whisky de garrafón, y luego me decís si ha habido un desplazamiento espaciotemporal o no.
Estos desplazamientos son, además, incontrolables. Lo mismo apareces en la Tercera Guerra Zulú que en las cuevas de Altamira. Así que un desplazamiento espacio temporal siempre es una lata. Pero ahora, además, es que estaban las elecciones. Si no volvía a mi propia línea espaciotemporal pronto, podría quedarme sin votar en blanco, y eso nunca, porque una tradición familiar es una tradición familiar.
Tenía que hacer algo, así que me dije, “tengo que encontrar un sitio donde un chiflado como yo pueda pasar desapercibido, y además pueda encontrar alguien que me ayude”. ¡Ya lo tengo!
Como estaba en medio de la calle, paré un taxi.
- ¡Al hospital mental de Camarillo! – dije.
- Volando, jefe.
¡Eso es! Allí pasaría desapercibido, y podría buscar la ayuda del saxofonista Charlie Parker, que solía pasarse unas temporaditas allí. Era importante encontrar a Parker porque soplaba tanto que conocía el secreto del desplazamiento espaciotemporal, y de hecho una vez me lo había encontrado en la Revolución Chipriota y habíamos cambiado impresiones sobre los mejores whiskies de garrafa.
- ¿Nunca le han dicho que es usted clavado a Humphrey Bogart? – le dije al taxista.
- Mayormente, soy Humphrey Bogart.
- ¡Anda! ¿Y por qué conduce un taxi?
- Lo del cine es sólo una afición. Esto es lo que hago para ganarme la vida de verdad.
- Pues fíjese que yo tenía otra idea de esto del cine.
- Nada, hay mucho mito. Hemos llegado. Son 900 dólares.
- ¿Qué dice?
- Hombre, tendré que pagarme la mansión en Beverly Hills.
- De acuerdo. Ahora no llevo suelto. Espere aquí, que ahora saldrá un señor vestido de rojo con barba blanca montado en un trineo que le pagará.
- De acuerdo.
Esto es lo bueno de estar en los 50, que la gente no está tan resabiada como ahora y se creen todo lo que les cuentas. Entré velozmente en el hospital, y dije:
- Estoy chiflado, ¿podrían internarme?
- No sé – dijo el tipo de la recepción - ¿Puede usted demostrar que está chiflado?
- Bueno, no me gusta un pelo la serie del doctor Jaus.
- ¡Rayos! ¡Sujetarle!
Así que catorce amables enfermeros se abalanzaron sobre mí y me pusieron una camisa de fuerza. Como veis, yo había acertado al suponer que Jaus ya la ponían en Los Angeles en los años 50. Cuando me metieron en el manicomio, me sentaron en una sillita en el jardín, y dije:
- Oigan, ¿podría ver a Charlie Parker? Sé que viene a menudo por aquí.
- ¿Parker? Se fugó anteayer.
¡Joder! Con esto sí que no contaba. Ahora tenía que fugarme yo también. Así que empecé a pasear por el jardín, disimulando, a ver si encontraba alguna posibilidad de fuga. En seguida me percate de que el muro del hospital tenía un agujero de unos 500 metros. Probablemente por aquí había salido el astuto Parker. Así que salí pitando.
Aún tenía el ligero inconveniente de llevar puesta una camisa de fuerza pero, dada mi experiencia, sólo tuve que dislocarme los dos brazos y la espina dorsal para poder sacar una mano, que levanté para llamar un taxi. Me metí en el coche a toda velocidad, y afortunadamente no era Humphrey Bogart. ¿Dónde podría encontrar a ese rufián de Parker? En un arranque de genialidad le dije al taxista:
- ¡Al Lighthouse Café, donde se reúnen los músicos de jazz!
- Volando, jefe.
¡Eso es! Ahí se reunían todos a tocar, seguro que lo encontraba allí. Mientras me quitaba del todo la camisa de fuerza, le dije al taxista:
- ¿Nunca le han dicho que es usted clavadito a Sigmund Freud?
- Mayormente, soy Sigmund Freud. Por eso no me he asustado al verle entrar en el taxi con una camisa de fuerza. Estoy acostumbrado a tratar con chiflados de todo tipo.
- Es una suerte. ¿Usted no era un psiquiatra famoso?
- Eso es una afición. Esto es lo que hago para ganarme la vida de verdad. Oiga, ese sombrero que lleva…
- ¿Le gusta?
- Los sombreros de copa son un símbolo fálico. El llevarlo indica que es usted un reprimido sexual peligroso.
- ¿Es usted idiota?
- ¿Ve? Esa hostilidad es la prueba palpable de que estoy en lo cierto.
- ¿Y si hubiera aceptado lo que me ha dicho?
- Entonces sería la prueba palpable de que estoy en lo cierto.
- Vaya, una variación del clásico “si sale cara gano yo, si sale cruz pierdes tú”. Sea como sea, soy un reprimido.
- Así es, ¿brillante, verdad?
- Bueno, los consultores hemos desarrollado mucho esa idea básica. Permítame un momento…
Y le atice con un ladrillo que siempre llevo para estos casos, en el occipucio, y lo dejé inconsciente. Lo metí en el maletero y conduje hasta que encontré el Lighthouse, en lo que invertí unas 6 horas, porque no tenía ni zorra de dónde estaba nada en aquella ciudad de los 50. Era de noche cuando llegué. Me mantuve un poco apartado, porque no quería llamar la atención. Me bajé del coche, y pensé en sacar a Sigmund Freud del maletero, por si cambiaba el futuro y eso, pero dije “¡anda ya!”.
Observé que un camión paraba en la parte de atrás del Ligthouse, y descargaba unas cajas. Me acerqué y vi que lo que descargaban era ¡Jack Garrafaniel´s! ¡El mejor whisky de garrafa del mundo! ¡Mi oportunidad!
Habiendo demostrado ya que el desplazamiento espacio temporal es posible con 60 ó 70 cubatas de garrafón, sabido es también que otros 60 ó 70 te devuelven al punto de partida, normalmente. Así que tenía que llegar al Jack Garrafaniel´s antes de que los músicos de jazz, personas de bajas costumbres, se lo bebieran todo.
Me colé subrepticiamente, y con el follón que había en el local, nadie se dio cuenta de como me metía detrás de la barra. En los años 50, el whisky se servía en bombonas de butano, a las que se conectaba una goma que a su vez se conectaba con un grifo. Así, el músico de jazz colocaba la boca directamente bajo el grifo y lo abría. ¡Qué tiempos aquellos!
Así que desconecté la goma del grifo y me la aplique a los morros, y chupe con todas mis fuerzas, intentando llegar a la masa crítica de garrafón en el menor tiempo posible, antes de ser localizado. Por desgracia, Shelly Manné me vió:
- ¡Eh! ¿Quién hay ahí? ¡Se está bebiendo el whisky!
Así que todos los músicos se lanzaron sobre mí con objetos contundentes y berreando como posesos. Yo incrementé el ritmo desesperadamente, y pegué un chupetón tan fuerte que me tragué la bombona. Me hice un poco de daño pero, por suerte, Bud Powell estaba dándome palmaditas en la espalda con una llave inglesa, lo que me ayudó a pasarla. Los muy bestias me maniataron, y Powell dijo:
- ¿Qué hacemos con él?
- Llevémosle ante la reina – dijo Manné – Que ella decida su castigo. ¡Je, je, je! – y se rió sádicamente.
- ¡La reina! ¡La reina! – decían todos como energúmenos.
¡La reina! No podía ser otra que la malvada baronesa de Koenigswarter, famosa por su crueldad. Ahora sí que estaba perdido. Me arrastraron mientras sonaba un poco tranquilizador ritmo de tam tam africano en la batería. Pensé que Art Blakey debía andar cerca.
Y entonces noté cómo que me desvanecía. Las cosas empezaron a hacerse borrosas, y al instante siguiente me encontré en la calle. ¿Pero dónde? Me palpé la ropa: sí, mi traje Emidio Tucci, la camisa de rayitas con las iniciales, y mi corbata naranja, con un nudo con el que se podría ahorcar a un caballo. Miré a mi alrededor: en cada farola, carteles con las jetas de los candidatos. ¡Sí! ¡Había llegado a tiempo para votar en blanco! Me dieron ganas de llorar de felicidad.
Si alguien lee esto pensará que estoy como una cabra, porque los desplazamientos espaciotemporales no existen. Claro que existen. Solo hay que saber la teoría que se oculta tras ellos. Y no penséis que hay teorías cuánticas, ni máquinas espectaculares. Bueno, a lo mejor sí hay teorías cuánticas, pero el factor desencadenante es de lo más pedestre: whisky de garrafa. Como lo oís.
Pensareis que esto es una chorrada más de las mías, que os han servido muchas veces whisky de garrafa y que no habéis aparecido en Los Angeles en los 50. No funciona así. Es cuestión sobre todo de cantidad. Si vosotros le echáis un dedal de gasolina al coche, sigue sin andar. Para sufrir un desplazamiento espaciotemporal tenéis que beberos entre 60 y 70 cubatas de whisky de garrafón. Y seguidos, nada de en varios días. Así que, si os apetece, hacer el experimento. Tomaros 60 ó 70 cubatas de whisky de garrafón, y luego me decís si ha habido un desplazamiento espaciotemporal o no.
Estos desplazamientos son, además, incontrolables. Lo mismo apareces en la Tercera Guerra Zulú que en las cuevas de Altamira. Así que un desplazamiento espacio temporal siempre es una lata. Pero ahora, además, es que estaban las elecciones. Si no volvía a mi propia línea espaciotemporal pronto, podría quedarme sin votar en blanco, y eso nunca, porque una tradición familiar es una tradición familiar.
Tenía que hacer algo, así que me dije, “tengo que encontrar un sitio donde un chiflado como yo pueda pasar desapercibido, y además pueda encontrar alguien que me ayude”. ¡Ya lo tengo!
Como estaba en medio de la calle, paré un taxi.
- ¡Al hospital mental de Camarillo! – dije.
- Volando, jefe.
¡Eso es! Allí pasaría desapercibido, y podría buscar la ayuda del saxofonista Charlie Parker, que solía pasarse unas temporaditas allí. Era importante encontrar a Parker porque soplaba tanto que conocía el secreto del desplazamiento espaciotemporal, y de hecho una vez me lo había encontrado en la Revolución Chipriota y habíamos cambiado impresiones sobre los mejores whiskies de garrafa.
- ¿Nunca le han dicho que es usted clavado a Humphrey Bogart? – le dije al taxista.
- Mayormente, soy Humphrey Bogart.
- ¡Anda! ¿Y por qué conduce un taxi?
- Lo del cine es sólo una afición. Esto es lo que hago para ganarme la vida de verdad.
- Pues fíjese que yo tenía otra idea de esto del cine.
- Nada, hay mucho mito. Hemos llegado. Son 900 dólares.
- ¿Qué dice?
- Hombre, tendré que pagarme la mansión en Beverly Hills.
- De acuerdo. Ahora no llevo suelto. Espere aquí, que ahora saldrá un señor vestido de rojo con barba blanca montado en un trineo que le pagará.
- De acuerdo.
Esto es lo bueno de estar en los 50, que la gente no está tan resabiada como ahora y se creen todo lo que les cuentas. Entré velozmente en el hospital, y dije:
- Estoy chiflado, ¿podrían internarme?
- No sé – dijo el tipo de la recepción - ¿Puede usted demostrar que está chiflado?
- Bueno, no me gusta un pelo la serie del doctor Jaus.
- ¡Rayos! ¡Sujetarle!
Así que catorce amables enfermeros se abalanzaron sobre mí y me pusieron una camisa de fuerza. Como veis, yo había acertado al suponer que Jaus ya la ponían en Los Angeles en los años 50. Cuando me metieron en el manicomio, me sentaron en una sillita en el jardín, y dije:
- Oigan, ¿podría ver a Charlie Parker? Sé que viene a menudo por aquí.
- ¿Parker? Se fugó anteayer.
¡Joder! Con esto sí que no contaba. Ahora tenía que fugarme yo también. Así que empecé a pasear por el jardín, disimulando, a ver si encontraba alguna posibilidad de fuga. En seguida me percate de que el muro del hospital tenía un agujero de unos 500 metros. Probablemente por aquí había salido el astuto Parker. Así que salí pitando.
Aún tenía el ligero inconveniente de llevar puesta una camisa de fuerza pero, dada mi experiencia, sólo tuve que dislocarme los dos brazos y la espina dorsal para poder sacar una mano, que levanté para llamar un taxi. Me metí en el coche a toda velocidad, y afortunadamente no era Humphrey Bogart. ¿Dónde podría encontrar a ese rufián de Parker? En un arranque de genialidad le dije al taxista:
- ¡Al Lighthouse Café, donde se reúnen los músicos de jazz!
- Volando, jefe.
¡Eso es! Ahí se reunían todos a tocar, seguro que lo encontraba allí. Mientras me quitaba del todo la camisa de fuerza, le dije al taxista:
- ¿Nunca le han dicho que es usted clavadito a Sigmund Freud?
- Mayormente, soy Sigmund Freud. Por eso no me he asustado al verle entrar en el taxi con una camisa de fuerza. Estoy acostumbrado a tratar con chiflados de todo tipo.
- Es una suerte. ¿Usted no era un psiquiatra famoso?
- Eso es una afición. Esto es lo que hago para ganarme la vida de verdad. Oiga, ese sombrero que lleva…
- ¿Le gusta?
- Los sombreros de copa son un símbolo fálico. El llevarlo indica que es usted un reprimido sexual peligroso.
- ¿Es usted idiota?
- ¿Ve? Esa hostilidad es la prueba palpable de que estoy en lo cierto.
- ¿Y si hubiera aceptado lo que me ha dicho?
- Entonces sería la prueba palpable de que estoy en lo cierto.
- Vaya, una variación del clásico “si sale cara gano yo, si sale cruz pierdes tú”. Sea como sea, soy un reprimido.
- Así es, ¿brillante, verdad?
- Bueno, los consultores hemos desarrollado mucho esa idea básica. Permítame un momento…
Y le atice con un ladrillo que siempre llevo para estos casos, en el occipucio, y lo dejé inconsciente. Lo metí en el maletero y conduje hasta que encontré el Lighthouse, en lo que invertí unas 6 horas, porque no tenía ni zorra de dónde estaba nada en aquella ciudad de los 50. Era de noche cuando llegué. Me mantuve un poco apartado, porque no quería llamar la atención. Me bajé del coche, y pensé en sacar a Sigmund Freud del maletero, por si cambiaba el futuro y eso, pero dije “¡anda ya!”.
Observé que un camión paraba en la parte de atrás del Ligthouse, y descargaba unas cajas. Me acerqué y vi que lo que descargaban era ¡Jack Garrafaniel´s! ¡El mejor whisky de garrafa del mundo! ¡Mi oportunidad!
Habiendo demostrado ya que el desplazamiento espacio temporal es posible con 60 ó 70 cubatas de garrafón, sabido es también que otros 60 ó 70 te devuelven al punto de partida, normalmente. Así que tenía que llegar al Jack Garrafaniel´s antes de que los músicos de jazz, personas de bajas costumbres, se lo bebieran todo.
Me colé subrepticiamente, y con el follón que había en el local, nadie se dio cuenta de como me metía detrás de la barra. En los años 50, el whisky se servía en bombonas de butano, a las que se conectaba una goma que a su vez se conectaba con un grifo. Así, el músico de jazz colocaba la boca directamente bajo el grifo y lo abría. ¡Qué tiempos aquellos!
Así que desconecté la goma del grifo y me la aplique a los morros, y chupe con todas mis fuerzas, intentando llegar a la masa crítica de garrafón en el menor tiempo posible, antes de ser localizado. Por desgracia, Shelly Manné me vió:
- ¡Eh! ¿Quién hay ahí? ¡Se está bebiendo el whisky!
Así que todos los músicos se lanzaron sobre mí con objetos contundentes y berreando como posesos. Yo incrementé el ritmo desesperadamente, y pegué un chupetón tan fuerte que me tragué la bombona. Me hice un poco de daño pero, por suerte, Bud Powell estaba dándome palmaditas en la espalda con una llave inglesa, lo que me ayudó a pasarla. Los muy bestias me maniataron, y Powell dijo:
- ¿Qué hacemos con él?
- Llevémosle ante la reina – dijo Manné – Que ella decida su castigo. ¡Je, je, je! – y se rió sádicamente.
- ¡La reina! ¡La reina! – decían todos como energúmenos.
¡La reina! No podía ser otra que la malvada baronesa de Koenigswarter, famosa por su crueldad. Ahora sí que estaba perdido. Me arrastraron mientras sonaba un poco tranquilizador ritmo de tam tam africano en la batería. Pensé que Art Blakey debía andar cerca.
Y entonces noté cómo que me desvanecía. Las cosas empezaron a hacerse borrosas, y al instante siguiente me encontré en la calle. ¿Pero dónde? Me palpé la ropa: sí, mi traje Emidio Tucci, la camisa de rayitas con las iniciales, y mi corbata naranja, con un nudo con el que se podría ahorcar a un caballo. Miré a mi alrededor: en cada farola, carteles con las jetas de los candidatos. ¡Sí! ¡Había llegado a tiempo para votar en blanco! Me dieron ganas de llorar de felicidad.
No me digáis que esta aventura no os ha dado sed. Yo me voy a tomar unos cubatillas garrafa gran reserva. Y, a todo esto, ¿qué habrá sido de Sigmund Freud? ¿Seguirá en el maletero?
12 comentarios:
Y yo dándole al tetrahydrocannabinol de garrafón en dosis altas para conseguir esos viajes temporales y nada.
Es usted muy sabio señor Troglo, probaré este fin de semana con su receta, me tomaré 59 cubatas de garrafón, y el último cuando deposite mi papeleta en la urna. ¡Será espectacular desaparecer delante del presidente de la mesa cuando esté introduciendo mi voto!.
¡¡Flop!!
A ver si con suerte acabo en Nueva York a las puertas del local Slug's el 19 de febrero de 1972, a tiempo para darle una patada en la espinilla a aquella maldita mujer.
¿Que me recomienda para lograr esa precisión en mi viaje?
Un abrazo
Erradizo.
Estimado Sr. Erradizo:
Lo que podemos hacer es meterles 60 cubatas a los candidatos, a ver si aparecen en el terremoto de San Francisco y no vuelven.
Por desgracia es imposible saber dónde vas a acabar en un desplazamiento de garrafón. Si no, yo me trasladaría frecuentemente al harén de Harun Al Raschid cuando no estuviera él, pero no hay forma. Seguiré investigando a fondo el fin de semana.
Por cierto, tengo repetido un disco de Lee Morgan, editado en Rockin' Chair, es una actuación en el Lighthouse (se llama "Last Concert, Lighthouse" o algo así), con Bennie Maupin, Harold Mabern, Jymmie Merritt y el batería creo que es Roker. Año 70 ó 71. Quizá no estaba Morgan en plena forma, venía de rehabilitación, creo, pero siempre es un placer. Si a ti o a alguno de los amigos que pasan por aquí os interesa, pues vemos la forma de que os lo haga llegar.
Un abrazo.
Pues sí que tienes mala suerte, Troglo, con la de sitios interesantes que visitas 'por casualidad' y siempre vuelves a este siglo que ha comenzado tan flojo de buenos músicos y peores psiquiatras. Menos mal que nos queda una buena discoteca en casa.
Saludos y abrazos.
P.D. Si alguna vez te cruzas con Billie Holiday, dale un par de besos de mi parte y pídele que me perdone no haber nacido en su época.
Saludos, amigo Félix.
Bueno, este siglo tiene de todo, no te creas. Lo que pasa es que nosotros somos unos románticos, idealizamos aquello.
Eso sí, si alguna vez me cruzo con Billie Holliday, la meto en el maletero y me la traigo.
Un abrazo.
Me ha encantado la historia. Por cierto...¿has pensado en tratarte la locura o algo?.
Jajaja, ¡por supuesto es broma!. Qué sería de nuestras vidas si no delirásemos de vez en cuando.
Muy bueno señor Troglo. Un placer leerle.
Muy buena historia, como siempre. Aunque un poquitín larga. Fíjate en el blog de Tres Líneas Jazz! je je je
Y hablando de la baronesa De Koeningswarter, y gracias a la recomendación del sr Erradizo, ya tengo el libro entre mis manos. Lo recibí ayer desde Francia. Una joya, y encantada de haberlo comprado. Vale la pena.
Este finde me tragaré directamente la bombona de whisky... a ver si me transporto y aparezco en el caribe y allí sigo tomándome unos mojitos riquísimos con menta mientras escucho a Charlie Parker en Embraceable You. Y me muero del gusto.
Un abrazo.
Mamen:
Lo mio no tiene remedio, ya me lo dijo Sigmund antes de que le arreara con el ladrillo. ¿Se habrá fosilizado en el maletero?
Es un placer para mí que me leas y que te diviertas.
Esther:
A veces soy un poco prolijo, lo reconozco, pero es que los delirios no se pueden controlar ni meter en tres líneas, je, je. Oye, y cada vez que meto yo las narices en un blog, ¡zas! comentario de Esther al canto. ¡Qué actividad!
Que disfrutes de tu libro, y de Charlie, y cuidado con las bombonas, que son un poco indigestas. Ya os contaré alguna historieta de las mias en el Caribe.
Muchos besos y abrazos.
Si lo deseas puedes meter ahora mismo tus narices en mi blog. Puede ser que las fotos que he puesto te gusten.
Un abrazo caribeño.
Si no te gusta el doctor jaus es que no tienes remedio, ya es demasiado tarde para ti :P. En fin, ¿seguro que el freud que dio tanto que hablar de tantas cosas de la sicología humana no es el freud-post-ladrillazo?
Lo del garrafón... ¡aprovechen ahora para sus viajes espaciotemporales, que hay algún ministro potencial que quiere acabar con eso! Luego habrá una ley espaciotemporalseca y habrá que robar o matar para conseguirlo.
¡Demonios señor Trogglo!, ¡esto parece cosa de brujas!
No se lo creerá, pero tengo repetido un disco de Lee Morgan titulado City Lights, Blue Note (1957)
¿eh?, ¿a que se ha quedado asustado?
Seguramente que ya lo tiene, pero, si no lo tiene, ¿podríamos hacer un change?
¿eh?, ¿que me dice?
Saludos
¿Qué pasa, Mr. Blogger? Tengo que pasarme a visitarte, espera que finja que curro un rato.
Macho, yo es que recuerdo uno de los capítulos primeros del jaus, hace ya mucho, y había una chica en el hospital, de unos 15 años. Y empiezan con la paja mental de siempre. "Esto va a ser la enfermedad de Troglo" "pero eso no explica los vómitos" "la lepra explicaría los vómitos" "pero no se le han caído los dedos ni nada" "¿y la meningitis perniciosa?" y dale, y dale. ¿Sabes lo que tenía? ¡Estaba embarazada! ¡No me jodas! Olé los genios. Así que apagué la tele de mala hostia.
A Freud no le hacían falta ladrillazos para delirar, era así de natural. Yo, con esto de las elecciones, por si acaso, me estoy construyendo una destileria en casa.
Hola, Sr. Erradizo. ¡Qué cosas pasan! Me gustan estas coincidencias. Contesto a su proposición deshonesta en su blog.
Abrazos a ambos.
Es que lo divertido de jaus es eso, que se pegan todo el capítulo hacíendose la zancadilla unos a otros para que al final sea una simple gripe (muy jodía, eso si). Sabes que va a pasar al principio y al final. Lo divertido es ver como te lo destripan, y el jaus es un caso (y los que le rodean solo sirven para potenciarlo!). La parte médica es lo de menos :D
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