El mandarín Ku Ñao meditaba bajo los saludables efectos de su tercera pipa de opio cuando una idea, etérea cual caballito de mar, cruzó por su preclara mente. Llamó de inmediato a su pupilo Par Di Yo.
- ¡Par Di Yo! Acude a mi celestial presencia.
- Aquí estoy, oh, Maestro, ¿qué desea vuestra grandeza?
- Par Di Yo, he tenido una gran idea para granjearnos las simpatías del pueblo y encaminarnos hacia el Tao: he inventado la responsabilidad social corporativa.
- ¡Albricias, Maestro! ¿Y en que consiste ese magnífico invento?
- De lo que se trata es de que nuestro mandarinato haga buenas acciones hacia los pobres y desamparados.
Par Di Yo quedó desconcertado:
- Pero…Maestro, ¿no es esa función de los monjes y del estado? Yo pensé que nosotros estábamos aquí para incrementar las ganancias del Emperador.
- Sí, Par Di Yo. Pero debemos devolver a la sociedad algo de lo que esta nos da. ¿No te parece una idea que contribuiría a crear orden en el universo?
- Sin duda lo es, Maestro. Pero aún no entiendo bien en que consiste. ¿Podríais ponerme un ejemplo?
- Pues, por ejemplo, podemos ir al barrio Chun Go, y regalar a una familia un traje nuevo, con el logotipo de nuestro mandarinato. De esta forma descargamos nuestras conciencias y contribuimos al progreso general. Por supuesto, sería bueno que estuvieran todos los cronistas y escribas de la ciudad, para recoger nuestro gesto y que luego cunda el ejemplo. ¡Oh, Par Di Yo, dime! ¿Hay mayor felicidad que hacer el bien?
- Pero, Maestro. ¿Se trata de hacer el bien?
- Así es.
- Entonces, se me ocurre algo mejor, Maestro. Los monjes ya reparten ropa a las familias pobres. Lo que nosotros podemos hacer es subir los sueldos de miseria que pagamos a nuestros trabajadores, o quizá remunerarles todas las horas extras que hacen por la cara. También se me ocurre que podríamos dejar de engañar a nuestros clientes, vendiéndoles cosas que sabemos que son inútiles para ellos. O que podríamos pagar las facturas de los proveedores en tiempo y forma, en lugar de hacer que tengan que reclamarlas, o dejar de llevar una contabilidad creativa para evitar pagar impuestos. También podríamos dejar de tirar nuestros desperdicios al río, o dotar a nuestros trabajadores de las medidas de seguridad que exigen las leyes, y…¡Maestro, sólo tendríamos que seguir las enseñanzas de Confucio, y la faz del mundo cambiaría! ¿No es esto responsabilidad social corporativa? ¡Oh, Maestro, verdaderamente! ¿Hay mayor felicidad que hacer el bien?
El hermoso y sereno rostro de Ku Ñao empezó a desfigurarse de ira al escuchar las divagaciones de su discípulo:
- ¡Par Di Yo, eres necio cual asno ebrio! ¡Escucha bien, grulla flatulenta! ¿Es que pretendes arruinar al Emperador?
- Maestro, imploro vuestro perdón. Entendí que el bien, la ética,…
- ¡Cierra tu ignorante bocaza, Par Di Yo, y escúchame! Una cosa es hacer el bien, y otra ser gilipollas. De lo que se trata es de hacer un bien que parezca mucho, pero que cueste poco. De esta manera, la reputación del Emperador crece, pero su bolsa continua llena. ¿Lo entiendes ahora?
- Creo que sí, Maestro, disculpad mi ignorancia. ¿La idea, entonces, es mejorar nuestra reputación, pero sin hacer nada en realidad para cambiar las cosas?
- Tú llegarás lejos, Par Di Yo.
- ¿Cómo cuando regalo mis viejas zapatillas a los pobres, en lugar de echarlas al fuego?
- Esto es, Par Di Yo. Se trata de que las gentes vean tu gesto, y de tu gesto deduzcan que eres bueno. Así, se olvidarán de demandarte tus verdaderas obligaciones.
- ¿Aunque realmente seas más malo que un dragón con almorranas?
- Efectivamente. ¿Quién va a creer que es malo alguien que da un vaso de leche a un niño hambriento? Lo que cuenta es el gesto, Par Di Yo. Esta es una parte del Tao que se llama Mar Ke Ting.
- ¿Y cree que Confucio lo habría aprobado, Maestro? ¿No estamos faltando a la Verdad Suprema?
- Par Di Yo, Confucio era un filósofo, que no tenía que tratar, como nosotros, con los problemas diarios del comercio. La verdad es relativa.
- Me inclino ante vuestra sabiduría, Maestro.
- Pues empieza a obrar, Par Di Yo. Coge esas alfombras, que están para tirar, y dáselas a los pobres. Pero antes, asegúrate de que toda la ciudad se entera de lo que vamos a hacer. Y si te hacen un retrato regalando las alfombras, mejor. Luego lo haremos circular por pueblos y aldeas. Y cuando termines, compras alfombras nuevas para mi estancia. De las más finas y caras, que hacer el bien merece su recompensa. Y procura regatear hasta el último céntimo con el artesano alfombrero.
- Allá voy, Maestro.
- Ve en paz, hijo mio.
Y así fue como el mandarín Ku Ñao inventó la responsabilidad social corporativa. Y recogió la esencia de su sabiduría en estos versos:
Haz crecer al máximo tu reputación
para poder escaquearte de tu obligación.
Olvídate de Confucio
y acuérdate del Negocio.
- Par Di Yo, he tenido una gran idea para granjearnos las simpatías del pueblo y encaminarnos hacia el Tao: he inventado la responsabilidad social corporativa.
- ¡Albricias, Maestro! ¿Y en que consiste ese magnífico invento?
- De lo que se trata es de que nuestro mandarinato haga buenas acciones hacia los pobres y desamparados.
Par Di Yo quedó desconcertado:
- Pero…Maestro, ¿no es esa función de los monjes y del estado? Yo pensé que nosotros estábamos aquí para incrementar las ganancias del Emperador.
- Sí, Par Di Yo. Pero debemos devolver a la sociedad algo de lo que esta nos da. ¿No te parece una idea que contribuiría a crear orden en el universo?
- Sin duda lo es, Maestro. Pero aún no entiendo bien en que consiste. ¿Podríais ponerme un ejemplo?
- Pues, por ejemplo, podemos ir al barrio Chun Go, y regalar a una familia un traje nuevo, con el logotipo de nuestro mandarinato. De esta forma descargamos nuestras conciencias y contribuimos al progreso general. Por supuesto, sería bueno que estuvieran todos los cronistas y escribas de la ciudad, para recoger nuestro gesto y que luego cunda el ejemplo. ¡Oh, Par Di Yo, dime! ¿Hay mayor felicidad que hacer el bien?
- Pero, Maestro. ¿Se trata de hacer el bien?
- Así es.
- Entonces, se me ocurre algo mejor, Maestro. Los monjes ya reparten ropa a las familias pobres. Lo que nosotros podemos hacer es subir los sueldos de miseria que pagamos a nuestros trabajadores, o quizá remunerarles todas las horas extras que hacen por la cara. También se me ocurre que podríamos dejar de engañar a nuestros clientes, vendiéndoles cosas que sabemos que son inútiles para ellos. O que podríamos pagar las facturas de los proveedores en tiempo y forma, en lugar de hacer que tengan que reclamarlas, o dejar de llevar una contabilidad creativa para evitar pagar impuestos. También podríamos dejar de tirar nuestros desperdicios al río, o dotar a nuestros trabajadores de las medidas de seguridad que exigen las leyes, y…¡Maestro, sólo tendríamos que seguir las enseñanzas de Confucio, y la faz del mundo cambiaría! ¿No es esto responsabilidad social corporativa? ¡Oh, Maestro, verdaderamente! ¿Hay mayor felicidad que hacer el bien?
El hermoso y sereno rostro de Ku Ñao empezó a desfigurarse de ira al escuchar las divagaciones de su discípulo:
- ¡Par Di Yo, eres necio cual asno ebrio! ¡Escucha bien, grulla flatulenta! ¿Es que pretendes arruinar al Emperador?
- Maestro, imploro vuestro perdón. Entendí que el bien, la ética,…
- ¡Cierra tu ignorante bocaza, Par Di Yo, y escúchame! Una cosa es hacer el bien, y otra ser gilipollas. De lo que se trata es de hacer un bien que parezca mucho, pero que cueste poco. De esta manera, la reputación del Emperador crece, pero su bolsa continua llena. ¿Lo entiendes ahora?
- Creo que sí, Maestro, disculpad mi ignorancia. ¿La idea, entonces, es mejorar nuestra reputación, pero sin hacer nada en realidad para cambiar las cosas?
- Tú llegarás lejos, Par Di Yo.
- ¿Cómo cuando regalo mis viejas zapatillas a los pobres, en lugar de echarlas al fuego?
- Esto es, Par Di Yo. Se trata de que las gentes vean tu gesto, y de tu gesto deduzcan que eres bueno. Así, se olvidarán de demandarte tus verdaderas obligaciones.
- ¿Aunque realmente seas más malo que un dragón con almorranas?
- Efectivamente. ¿Quién va a creer que es malo alguien que da un vaso de leche a un niño hambriento? Lo que cuenta es el gesto, Par Di Yo. Esta es una parte del Tao que se llama Mar Ke Ting.
- ¿Y cree que Confucio lo habría aprobado, Maestro? ¿No estamos faltando a la Verdad Suprema?
- Par Di Yo, Confucio era un filósofo, que no tenía que tratar, como nosotros, con los problemas diarios del comercio. La verdad es relativa.
- Me inclino ante vuestra sabiduría, Maestro.
- Pues empieza a obrar, Par Di Yo. Coge esas alfombras, que están para tirar, y dáselas a los pobres. Pero antes, asegúrate de que toda la ciudad se entera de lo que vamos a hacer. Y si te hacen un retrato regalando las alfombras, mejor. Luego lo haremos circular por pueblos y aldeas. Y cuando termines, compras alfombras nuevas para mi estancia. De las más finas y caras, que hacer el bien merece su recompensa. Y procura regatear hasta el último céntimo con el artesano alfombrero.
- Allá voy, Maestro.
- Ve en paz, hijo mio.
Y así fue como el mandarín Ku Ñao inventó la responsabilidad social corporativa. Y recogió la esencia de su sabiduría en estos versos:
Haz crecer al máximo tu reputación
para poder escaquearte de tu obligación.
Olvídate de Confucio
y acuérdate del Negocio.
2 comentarios:
Dios mio cómo me suenta todo esto. Cuanto más leo tu blog más me estoy quemando aquí en mi puesto de trabajo. Gracias por jorobarme el día, jajajaa. Noooo, es bromaa. Sigo leyendo...
Ah! Él término "contabilidad creativa" me ha gustado. Muy sutil, jajaja.
¿O sea que, en lugar de currar, estás leyendo estos disparates subversivos? Así me gusta.
No te quemes, sigue riéndote. Te recomiendo que leas a un filósofo francés, Guy Debord, cuyas enseñanzas pueden resumirse en una frase de dos palabras: "Nunca trabajes". Amen. Era un genio el tio.
Siempre un placer verte por aquí. Gracias por tus comentarios.
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