domingo, 21 de junio de 2009

El misterio de Verymach Beicon

El vizconde de Verymach Beicon estaba sentado aquella noche en su sillón de orejas favorito. La noche estaba desapacible y tormentosa, pero en la mansión del vizconde se estaba más que confortable. El mismísimo vizconde, con bata y pantuflas, sorbía un cubata de whisky escocés de garrafa mientras leía en la prensa las hazañas de un tal Berlusconi:


- ¡Hay que ver cómo está el mundo! ¡No sé dónde iremos a parar! Bueno, a ver cómo han quedado las carreras de caballos...

- ¡Señor vizconde, señor vizconde!

- ¿Eh? ¿Qué pasa, Ambrosio? ¡Modérate! ¿Por qué chillas de esa manera?

- ¡Señor vizconde! – dijo el mayordomo Ambrosio, pálido, sin respiración- ¡Han asesinado a la mecedora!

- ¡Sapristi! – ya se sabe que la aristocracia utiliza expresiones de asombro bastante chorras - ¿Qué me dices, Ambrosio? ¿Dónde, cuándo, cómo?

- ¡Está en la biblioteca, señor vizconde! ¡Es horrible!


El vizconde de Verymach Beicon siempre había sido un hombre de acción. De acción pasiva, en concreto, que consiste en no hacer nada. No obstante, en este momento, se levantó del sillón de orejas, se puso el monóculo y dijo:


- Vamos allá, Ambrosio.


Se dirigieron a la biblioteca, y allí estaba la mecedora. El vizconde se acercó con cuidadito, y la empujó levemente con un dedo. Nada, la mecedora no se movía.


- ¿Está muerta, verdad, señor vizconde? – preguntó Ambrosio.


El vizconde empujó la mecedora con más fuerza, pero esta siguió sin moverse. No se mecía nada.


- Me temo que sí, Ambrosio. Creo que le está empezando el rigor mortis. Pobrecilla.

- ¿Quién habrá podido ser, señor?

- Umm, no sé, Ambrosio. Déjame pensar. Tiene que ser alguién con acceso a la biblioteca, de quién no sospechamos,...Ummm.

- ¿Por qué me mira así, señor vizconde?

- Ambrosio, tendrás que reconocer que en las de misterio, el asesino siempre es el mayordomo, así que tienes todas las papeletas.

- Eh, bueno, tiendo a coincidir con usted, señor. Pero hemos de tener en cuenta que, en este blog, el asesino siempre es el loro.

- Cierto, Ambrosio, cierto. Pero nosotros no tenemos loro.

- ¿Qué no tenemos loro? Pero señor, si está toda la casa llena de loros. En esta habitación hay por lo menos doce en este momento. ¡Si tiene usted uno en el hombro!

- ¿Eh? Anda, pues es verdad, je, je. ¡Quita, bicho! ¡Qué capacidad de observación tienes, Ambrosio! Demasiada, me temo. No me dejas opción.


Y, diciendo esto, el vizconde de Verymach Beicon se agarró sus propios pelos y tiró fuertemente, arrancándose la máscara, y...


- ¡Dios mío! – dijo Ambrosio.

- Sí, Ambrosio. Yo también soy un loro. Y no uno cualquiera, sino el malvado loro Puto Bocazas.

- ¡El Fantomas de los loros! Entonces, ¿usted asesinó a la mecedora?

- Sí, Ambrosio. Y también asesiné al columpio de Leidi Merrigüeder, y al balancín del coronel Mortimer.

- ¡Qué monstruo!

- ¡Odio los muebles que se mueven! ¡No te puedes fiar de ellos! Te quedas dormido encima, y cualquier ráfaga de viento los hace moverse y te das el trompazo. En fin, Ambrosio...

- ¿Qué va usted a hacer?

- Sabes demasiado, Ambrosio, así que te voy a dejar más tieso que a la mecedora. Pero antes, hazme un cubalitro de whisky, que te salen de fábula.

- Marchando, señor.


Y es que Ambrosio era un profesional hasta el final. Y después todos los loros cantaron, al estilo de los Four Freshmen, este “Mr. B’s Blues”, que era una canción que les gustaba mucho para asesinar.



11 comentarios:

Armando dijo...

Genial Troglo. De principio a fin. Este estilo se te da muy bien.

Abrazo

Troglo Jones dijo...

Saludos, Armando. Muchas gracias, hombre. La maldad del loro me inspira mucho.

Abrazo.

Doctor Krapp dijo...

Veo, Troglo, que estás muy enganchado a las historias de nuestro patriótico, aunque escocés, Sir Tim O'Teo.
A mi que detrás de cada ser humano se encuentre un loro escondido me produce cierto pavor. Otra duda que me sugiere este texto es si el Vizconde adopta esa misma intransigencia con sus perros, caballos y demás fauna doméstica teniendo en cuenta el sentido mobiliario que le dan todos estos señores a sus pertenencias.

Troglo Jones dijo...

Salud, Doc. Casi ya no me acordaba del Sir, je, je. No hay duda de que detrás de cada vizconde se esconde un loro, es la bestia que llevamos dentro. Por suerte, los loros suelen ser menos bestias con las otras bestias que los vizcondes humanos.

Abrazos.

Lienzo tierra dijo...

Jo es que con esta musiquilla da gusto matar.

Muy entretenido ;-)

Anónimo dijo...

Terrorífico, lorofrígico, whiskytrágico...No me puedo reir con libertad,-es decir, todo lo que quisiera o me sale- ,maldita sea, porque estoy en el curro.

qué alienación.

Un saludo, Troglojones!

Troglo Jones dijo...

Saludos:

Mamen, a según quien, da gusto matar con o sin musiquilla, je, je.

Gracias, amigo 335. ¿Trabajo? Eso sí que es terrorífico y currofágico. Aléjate todo lo posible.

Abrazos.

Esther dijo...

Qué buena historia. Me he metido de lleno. Ese vizconde sí que trabaja, sí. Supongo que el loro para meterse en la piel del vizconde primero lo asesinaría, no?

Bueno, voy a ver cómo van las carreras de caballos...

BESOS!!!

Troglo Jones dijo...

Hola, Esther. Se nota que eres de la aristocracia valenciana, je, je. Nunca se supo que ocurrió con el auténtico vizconde de Verimach Beicon. Se rumorea que el loro lo hipnotizó y ahora se gana la vida como sillón de orejas.

Besos.

Mr Blogger dijo...

¿Una canción para asesinar? que mal estamos...

resulta irónico que el mayordomo haya caído por ser más bocazas que el loro...

Troglo Jones dijo...

Mister, hay canciones para todo: para ir a trabajar, para dormirse, para vomitar,...hasta para asesinar se necesita cierto ritmillo. Lástima de mayordomo, con lo bien que hacía los cubatas.

Saludos.