jueves, 27 de diciembre de 2007

Los 5000 dedos del Dr. Peterson

Valgan estas letras como homenaje a uno de los grandes del jazz que nos ha dejado: el legendario Oscar Peterson, el pianista barroco, el hombre que parecía tener cientos de dedos.

Había una frase que se aplicaba a Oscar Peterson, con cierta mala intención, pero que también implicaba respeto. Decía esa frase que, aquello que se podía decir con 10 notas, Oscar Peterson lo decía con 100. Y es cierto, casi le hacían falta dos teclados para meter tantas notas. Pero era muy bueno, un pianista extraordinario, y con una comprensión enorme de lo que hacía.

¿Sabiaís que el primer disco de jazz que tuve fue "At the Concertgebouw", una grabación en concierto del trio de Oscar Peterson, con aquellos inigualables Herb Ellis a la guitarra y Ray Brown al contrabajo? Fue como descubrir otro planeta. Escuchar los rugidos de Oscar mientras atacaba "Bluesology" o "Budo". No podía dejar de poner aquel disco, una y otra vez. Entonces me enamoré de esta música. Y ese amor es para siempre.

Esta es mi deuda con Oscar Peterson. Es una deuda grande, el haberme descubierto un nuevo mundo. Por eso quería dedicarle al menos unas palabras de recuerdo. Y dedicarle el mayor homenaje que creo que se le puede dedicar a un músico: seguiré escuchándole mientras me queden orejas.

viernes, 21 de diciembre de 2007

Happy Xmas

Entraremos en breve en una año llenito de esperanzas, al menos para mí lo es. Y, aunque se ha vuelto una asquerosidad consumista que empieza en octubre, la Navidad sigue teniendo ese poso que tenía cuando eramos niños: la época donde pueden ocurrir milagros.
Y, aunque no ocurran, los haremos ocurrir. Laica, religiosa, o como os dé la gana, Feliz Navidad a todos.

lunes, 17 de diciembre de 2007

Uno de Borges

Tras una divertida polémica sobre el poemilla "Instantes", que no es de Borges se quiera o no (ni siquiera le pega), quiero dejar aquí otro poema, que sí es de Borges, y que trata temas similares al del famoso "Instantes", repetido ad nauseam. Se llama EL REMORDIMIENTO:
He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he sido
feliz. Que los glaciares del olvido
me arrastren y me pierdan, despiadados.

Mis padres me engendraron para el juego
arriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida

no fue su joven voluntad. Mi mente
se aplicó a las simétricas porfías
del arte, que entreteje naderías.
Me legaron valor. No fui valiente.
No me abandona. Siempre está a mi lado
la sombra de haber sido un desdichado.

jueves, 13 de diciembre de 2007

Yo no tengo stress, yo estoy hasta los huevos

Parece que tenemos ciertos problemillas con el stress en la compañía. Je. A mí lo que me sorprende es que no se suiciden cada día quinientos curritos o, mejor, no asesinen a los gilipollas que dirigen sus empresas, o las peguen fuego. La gente es demasiado buena.

Yo y mis queridos compadres de recursos humanos no hacemos más que repetir a la gente que el stress es una percepción. Que depende de cómo te tomes las cosas, así son estas. Esto está muy bien, porque le estás diciendo a la gente que la culpa de tener stress la tiene él, que se toma las cosas demasiado a pecho. Así, la empresa queda a salvo y no tiene que hacer nada, puede seguir jodiéndote y decirte que no te lo tomes así.

No jodamos, macho. En muchas empresas, el stress no es una percepción, es un hecho objetivo. NADIE puede tomarse de una manera ecuánime y tranquila determinadas cosas, a no ser que sea la reencarnación de Gandhi. No se le puede pedir a la gente que sea capaz de alcanzar el Nirvana frente a un aluvión de gritos, presiones, plazos imposibles y putadas diversas. Eso está al alcance de muy pocos. En fin, no os dejéis engañar, lo cierto es que hay cosas mucho más importantes que el que tu jefe se compre otro yate, así que no te agobies, haz lo que buenamente puedas. Y si las cosas se desmandan, manda tu trabajo a tomar por culo. No conozco expresión más verdadera que aquella de "Dios proveerá".

Conservate bueno.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Cuentos de los mandarines: la flexibilidad de los juncos

Cierto día, el mandarín Ku Ñao despertó de su meditación vespertina. Deseoso de conocer la marcha de los negocios del Emperador, solicitó la presencia de su pupilo Par Di Yo.

- ¡Par Di Yo! Acude a mi celestial despacho.
- Oigo y obedezco, Maestro.
- Dime, Par Di Yo, ¿qué tal llevan nuestros escla…, digo, nuestros honorables funcionarios los negocios del Emperador?
- Bien, Maestro. La rentabilidad de los negocios es alta, sobre todo gracias a vuestra genialidad a la hora de gestionar personal. Debo reconocer mi asombro ante vuestra capacidad para conseguir que gente con contratos de 40 horas semanales curre más de 60.
- ¡Ah, Par Di Yo, hijo de una mona sindicalista! ¿Imaginas acaso que yo soy feliz cuando mis querido funcionarios deben hacer esfuerzos como estos? No, Par Di Yo, puedes creer que yo les amo como la rana a su charca. Desafortunadamente, así son los negocios.
- ¡Nada más lejos de mi intención que ofenderle, Maestro! Todos conocemos vuestro buen corazón. Pero, ¿qué significa que “así son los negocios”?
- Significa que, sin la flexibilidad suficiente por parte de los trabajadores, nuestro negocio no podría ser rentable. Tendríamos que cerrar, y la peste y las epidemias se extenderían por la nación. ¿Es esto lo que quieres, Par Di Yo?
- ¡Nunca, Maestro, que los dioses alejen de nosotros estas plagas! Pero,…¿queréis decir que si los honorables pringa…, los funcionarios no trabajaran 60 horas, nuestro negocio no sería rentable y llegarían las desgracias?
- Así es.
- Pero, Maestro, ¿quiere esto decir que la rentabilidad de este negocio depende de cuántas horas podamos robar a los funcionarios? Estoy perplejo, Maestro. Nada de lo que me enseñaron durante mis estudios hacia referencia a algo como esto. ¿Cómo puede plantearse siquiera un negocio que no puede ser rentable a no ser que deje de pagar lo que en buena justicia debe a sus trabajadores? ¿No es aberrante basar la rentabilidad de un negocio en cuanta fuerza de trabajo podamos usar sin pagarla? Siguiendo la sabiduría de los antiguos, un negocio así no debería existir. El sólo planteamiento es absurdo.

Ku Ñao respiró siete veces, se atusó los bigotes y miró fijamente a Par Di Yo:

- Par Di Yo, tienes suerte de que conozca a tu honorable padre desde hace largo tiempo. Porque estás empezando a recordarme a mi antiguo discípulo, Lis Ti Yo, al que tuve que enviar a pegar sellos a la región de Kin –Ta Os-Tia por su falta de espíritu.
- ¡Maestro, yo no pretendía…. ¡
- ¡Calla! ¿Cómo te atreves a criticar mi invento de la flexibilidad? Sin la flexibilidad, la empresa no es nada. El trabajador debe ser flexible cual junco, para ayudar a su empresa a ser competitiva. ¿O es que eres tan estúpido que no entiendes siquiera este sencillo concepto?
- Pero, Maestro – dijo Par Di Yo, con un hilo de voz – a mi eso me parece sabio…
- ¡Vaya, menos mal! ¿Y entonces?
- Es que eso de la flexibilidad ya lo recogen los antiguos códigos, Maestro. Está en el Es-Ta Tu To, aquel antiguo y olvidado libro que recoge como debe ser la relación entre los honorables funcionarios y la compañía. Poéticamente, ese hermoso libro designa ese concepto de flexibilidad como “horas extras”.
- ¿Lo ves?
- Pero, Maestro, no es lo mismo. “Flexibilidad” significa otra cosa en este caso. Una cosa es pedir flexibilidad, y pagarla, que es lo que dice el libro. En vuestra interpretación, la flexibilidad consiste en que los trabajadores nos regalen horas por la cara. Disculpadme, Maestro, pero no hay que ser una lumbrera para obtener rentabilidad si no pago las horas de trabajo.
- Par Di Yo, yo no sé si eres subversivo, o solamente estúpido cual buey borracho. Te voy a dar un argumento irrefutable para que asumas mi concepto de flexibilidad. ¿Estás listo?
- Sí, Maestro. Ardo en deseos de saber.
- O asumes mi concepto de flexibilidad, o te pongo en la puta calle. ¿Qué te parece, Par Di Yo?
- Lao Tsé no habría sido tan elocuente, Maestro. Ciertamente, vuestro argumento es irrefutable.
- Me alegra oírlo.
- A partir de ahora pediré siempre a mis trabajadores flexibilidad, amenazándoles con la mayor de las desgracias si no ayudan a su pobrecita empresa.
- Así me gusta, discípulo.
- Y cada hora que me regalen de su vida, será más oro en la bolsa del Emperador.
- Esta es la verdad, Par Di Yo.
- Verdad suprema, Maestro. En verdad sois el más sabio de los hombres, cuando podéis conseguir que las palabras signifiquen algo distinto a lo que en realidad significan.
- Este es un arte solo al alcance de los mandarines, Par Di Yo. Ahora, vete en paz.
- Sí, Maestro.

Y así fue como Ku Ñao inventó de nuevo el concepto de flexibilidad. Lo celebró con este poema, que cantaron sus hijos, y los hijos de sus hijos:

Si rentabilidad quiero
el camino claro está
conseguir que curren más
y no darles más dinero.
Esto es flexibilidad.

viernes, 30 de noviembre de 2007

Soy leyenda

Queda poco para que se estrene una nueva versión peliculera del libro de Richard Matheson "Soy leyenda". Mucho me temo que, como en la versión anterior, la infumable "Omega Man" con el amigo Charlton Heston, la conviertan en un mero espectáculo de acción chorra y final feliz, con Will Smith volándoles la sesera a tutiplen a mogollón de vampiros y afines. Pero en fin, la esperanza es lo último que se pierde. Me gustaría que, por una vez en la vida, fueran fieles al libro de Matheson, a la desesperanza, la soledad y la tristeza que transmite. ¿Cómo puede alguien seguir viviendo en esa situación, por qué no pegarse un tiro y acabar de una vez?
Y sobre todo, que refleje ese puñetazo a todos los prejuicios de los "normales", ese final donde el título de "Soy leyenda" cobra todo el sentido que quiso darle Matheson.
Consérvate bueno.

lunes, 26 de noviembre de 2007

Muchos años después...

Tras leer "El corazón de oro de Ku Ñao", no me resisto a dejar aquí las palabras que, muchos años después, escribió Tolstoy:

"El diablo de la filantropía pretendió que los que roban por quintales pudieran pagar en gramos a los miserables a quienes robaron y que, gracias a ello, se labraran una reputación de virtud, sin necesitar ya perfeccionarse."

Consérvate bueno.

Cuentos de los mandarines: el corazón de oro de Ku Ñao

El mandarín Ku Ñao meditaba bajo los saludables efectos de su tercera pipa de opio cuando una idea, etérea cual caballito de mar, cruzó por su preclara mente. Llamó de inmediato a su pupilo Par Di Yo.

- ¡Par Di Yo! Acude a mi celestial presencia.

- Aquí estoy, oh, Maestro, ¿qué desea vuestra grandeza?
- Par Di Yo, he tenido una gran idea para granjearnos las simpatías del pueblo y encaminarnos hacia el Tao: he inventado la responsabilidad social corporativa.
- ¡Albricias, Maestro! ¿Y en que consiste ese magnífico invento?
- De lo que se trata es de que nuestro mandarinato haga buenas acciones hacia los pobres y desamparados.

Par Di Yo quedó desconcertado:

- Pero…Maestro, ¿no es esa función de los monjes y del estado? Yo pensé que nosotros estábamos aquí para incrementar las ganancias del Emperador.
- Sí, Par Di Yo. Pero debemos devolver a la sociedad algo de lo que esta nos da. ¿No te parece una idea que contribuiría a crear orden en el universo?
- Sin duda lo es, Maestro. Pero aún no entiendo bien en que consiste. ¿Podríais ponerme un ejemplo?
- Pues, por ejemplo, podemos ir al barrio Chun Go, y regalar a una familia un traje nuevo, con el logotipo de nuestro mandarinato. De esta forma descargamos nuestras conciencias y contribuimos al progreso general. Por supuesto, sería bueno que estuvieran todos los cronistas y escribas de la ciudad, para recoger nuestro gesto y que luego cunda el ejemplo. ¡Oh, Par Di Yo, dime! ¿Hay mayor felicidad que hacer el bien?
- Pero, Maestro. ¿Se trata de hacer el bien?
- Así es.
- Entonces, se me ocurre algo mejor, Maestro. Los monjes ya reparten ropa a las familias pobres. Lo que nosotros podemos hacer es subir los sueldos de miseria que pagamos a nuestros trabajadores, o quizá remunerarles todas las horas extras que hacen por la cara. También se me ocurre que podríamos dejar de engañar a nuestros clientes, vendiéndoles cosas que sabemos que son inútiles para ellos. O que podríamos pagar las facturas de los proveedores en tiempo y forma, en lugar de hacer que tengan que reclamarlas, o dejar de llevar una contabilidad creativa para evitar pagar impuestos. También podríamos dejar de tirar nuestros desperdicios al río, o dotar a nuestros trabajadores de las medidas de seguridad que exigen las leyes, y…¡Maestro, sólo tendríamos que seguir las enseñanzas de Confucio, y la faz del mundo cambiaría! ¿No es esto responsabilidad social corporativa? ¡Oh, Maestro, verdaderamente! ¿Hay mayor felicidad que hacer el bien?

El hermoso y sereno rostro de Ku Ñao empezó a desfigurarse de ira al escuchar las divagaciones de su discípulo:

- ¡Par Di Yo, eres necio cual asno ebrio! ¡Escucha bien, grulla flatulenta! ¿Es que pretendes arruinar al Emperador?
- Maestro, imploro vuestro perdón. Entendí que el bien, la ética,…
- ¡Cierra tu ignorante bocaza, Par Di Yo, y escúchame! Una cosa es hacer el bien, y otra ser gilipollas. De lo que se trata es de hacer un bien que parezca mucho, pero que cueste poco. De esta manera, la reputación del Emperador crece, pero su bolsa continua llena. ¿Lo entiendes ahora?
- Creo que sí, Maestro, disculpad mi ignorancia. ¿La idea, entonces, es mejorar nuestra reputación, pero sin hacer nada en realidad para cambiar las cosas?
- Tú llegarás lejos, Par Di Yo.
- ¿Cómo cuando regalo mis viejas zapatillas a los pobres, en lugar de echarlas al fuego?
- Esto es, Par Di Yo. Se trata de que las gentes vean tu gesto, y de tu gesto deduzcan que eres bueno. Así, se olvidarán de demandarte tus verdaderas obligaciones.
- ¿Aunque realmente seas más malo que un dragón con almorranas?
- Efectivamente. ¿Quién va a creer que es malo alguien que da un vaso de leche a un niño hambriento? Lo que cuenta es el gesto, Par Di Yo. Esta es una parte del Tao que se llama Mar Ke Ting.
- ¿Y cree que Confucio lo habría aprobado, Maestro? ¿No estamos faltando a la Verdad Suprema?
- Par Di Yo, Confucio era un filósofo, que no tenía que tratar, como nosotros, con los problemas diarios del comercio. La verdad es relativa.
- Me inclino ante vuestra sabiduría, Maestro.
- Pues empieza a obrar, Par Di Yo. Coge esas alfombras, que están para tirar, y dáselas a los pobres. Pero antes, asegúrate de que toda la ciudad se entera de lo que vamos a hacer. Y si te hacen un retrato regalando las alfombras, mejor. Luego lo haremos circular por pueblos y aldeas. Y cuando termines, compras alfombras nuevas para mi estancia. De las más finas y caras, que hacer el bien merece su recompensa. Y procura regatear hasta el último céntimo con el artesano alfombrero.
- Allá voy, Maestro.
- Ve en paz, hijo mio.

Y así fue como el mandarín Ku Ñao inventó la responsabilidad social corporativa. Y recogió la esencia de su sabiduría en estos versos:

Haz crecer al máximo tu reputación
para poder escaquearte de tu obligación.
Olvídate de Confucio
y acuérdate del Negocio.

Los cuentos de los mandarines

Para los que trabajamos en el área de consultoría, especialmente en el área de recursos humanos, no pasa desapercibida la presencia entre nosotros de la estirpe de los Mandarines. Son gente encumbrada, listos de cojones, cuya principal actividad es escribir libros y artículos, y proferir continuos disparates en público y en privado. La soberbia de los mandarines es inversamente proporcional a su nivel de sentido común. Normalmente, no entienden un pijo de personas, ya que su egoismo es ilimitado, pero pontifican un montón de buenas intenciones que ellos son los últimos en cumplir. Lo curioso es que esta casta, sin la cual el progreso quizá sería posible, se conoce desde muy antiguo. De hecho, un antiquísimo manuscrito chino que obra en mi poder por azares del destino, escrito por un agudo observador de la realidad llamado Ka Pu Yo, recoge una serie de relatos protagonizados por algunos de los mandarines más notorios de aquel tiempo. Por su interés, iré transcribiendo algunos de esos relatos para ilustración de la masa. Cualquier parecido con la realidad empresarial de cualquiera es pura coincidencia.

Consérvate bueno.

viernes, 23 de noviembre de 2007

Libros libres

Para los que tenemos la enfermedad de leer, nunca es bastante. Somos voraces, y buscamos continuamente nuevo material.

No todos los libros te hacen libre, está claro. Algunos idiotizan tanto o más que la tele, y hay que evitarlos como la peste. Pero hay muchísimas joyas ocultas. O sin ocultar.

Para los que nos gastamos una pasta en libros, nos viene al pelo tener lugares de Internet donde podamos conseguir algún material gratuito. Esto cada vez es más difícil, ya que los burguesazos de la cultura son cada día más agresivos, y llegará un día que le pongan un copyright a las palabras y haya que pagar por decirlas. Ya desaparecieron lugares como el legendario FTP de Michel, que eran un lujo para buscar libros.

No se entiende esa voracidad comercial, la verdad. Primero, porque gran parte de los libros que se ofrecen son absolutamente imposibles de encontrar en ninguna libreria, por estar descatalogados. Pero es igual, yo no te lo vendo, pero tampoco te dejo leerlo. Estrategia comercial "perro del hortelano", o dar por culo porque sí. Segundo, porque es falso que los libros descargados de Internet o sacados de las bibliotecas públicas repercutan negativamente en la venta de libros. Más bien es al revés, el fomentar la lectura hace que se vendan muchísimos más libros. A lo mejor lo que incide en que se vendan menos libros es que cuestan un pastón. Yo me lo pensaría si fuera un genio del marketing.

En fin, todavia quedan sitios en los que uno puede encontrar libros en Internet. Aquí dejo uno de los mejores que conozco. Hay que registrarse, y tiene la descarga diaria limitada, pero se pueden encontrar muchísimas cosas.

http://www.librostauro.com.ar/

Consérvate bueno.

jueves, 22 de noviembre de 2007

Welcome

Bienvenidos al punto de partida de una aventura compartida que esperemos funcione bien. En esta página iré dejando constancia de las elucubraciones de mi enfermo cerebro, en relación a multitud de temas. Espero que sirva, además de para desahogarme yo, para que alguien se pueda reir un poco alguna vez, o reflexionar sobre algún tema, o descubrir algún tipo de información interesante.
Advierto que soy un tanto irreverente, así que la peña con problemas ante las baciladas queda avisada. No admito reclamaciones.
Bien, solo queríamos darnos (y daros, si hay alguien ahí) una pequeña bienvenida a una casa que iremos llenando de cosas interesantes.
Consérvate bueno.