lunes, 28 de enero de 2008

El cuento de los tres gilipollas: alucinación filosófica

Esto eran tres gilipollas que iban en un coche, y de repente uno de ellos dijo:

- Oye, ¿por qué no montamos una gran empresa?
- ¿Una gran empresa? – preguntó el segundo gilipollas- Puede ser una buena idea. ¿Qué es lo que hay que hacer para eso?
- Creo -dijo el tercer gilipollas- que lo primero es tener algo que venderle a la gente.
- En eso te equivocas -respondió el primer gilipollas- He estado dándole vueltas, y he llegado a una conclusión distinta. ¿Qué tienen en común todas las grandes empresas?
- Hummm - dijo sabiamente el segundo gilipollas.
- No sé, ¿qué es lo que tienen? – preguntó el tercero.
- Pues, precisamente, que todas venden algo. Así que ¿cuál será la mejor manera de diferenciarse competitivamente de esas otras empresas?
- ¡Vender Nada! – dijo emocionado el segundo gilipollas.
- ¡Caramba! ¡Qué gran idea! ¿Y cómo se hace eso? – preguntó el tercero.
- Primero – informó el primer gilipollas- hemos de proveernos de Nada. Por suerte, la Nada es un producto abundante y fácil de producir. ¡Recojamos las botellas!

Los tres gilipollas buscaron por el suelo del coche las botellas vacías de cerveza que habían ido trasegando. Cuando tuvieron una cada uno, el primer gilipollas dijo:

- Perfecto, ahora, tapemos las botellas – y colocó en la suya un corcho que se extrajo de la oreja- Y ya lo tenemos.
- ¿Qué tenemos? – preguntó dudoso el tercer gilipollas.
- Pues nuestro producto embotellado- respondió el primero.
- Pero en estas botellas no hay nada – terció el segundo.
- ¡Tú lo has dicho! ¡Nada! – dijo triunfante el primer gilipollas- Y, como ya tenemos el producto, sólo nos queda encontrar alguien a quien vendérselo.
- En la capital hay otras grandes empresas – dijo el segundo de los gilipollas – Seguro que están interesadas en nuestro producto.

Y a la capital se fueron los tres gilipollas. Cuando llegaron allí, buscaron el edificio de la empresa más grande y poderosa.

- Seguro que esta empresa estará interesada en nuestro producto – opinó el primer gilipollas.
- ¿A qué esperamos? – dijeron al unísono el segundo y el tercero.

Los tres gilipollas entraron en el tremendo hall del edificio. Como había mucho trasiego de gente y tenían un aspecto muy confiado de saber adonde iban, nadie les preguntó, precisamente, adonde iban. Los tres gilipollas entraron en una de los ascensores y apretaron el botón del último piso, porque en todas las películas que habían visto, el mandamás de la empresas estaba siempre en el último piso.

Cuando llegaron al último piso, salieron del ascensor y giraron a la derecha, porque pensaron que el dinero suele estar en esa dirección. Y, ¡sorpresa1 encontraron una puerta en la que decía “Director General”.

Como su secretaria estaba muy ocupada dirigiendo la empresa, el despacho del Director General estaba desguarnecido. Así que los tres gilipollas irrumpieron en el mismo sin oposición, encontrando al Director General, que en aquel momento estaba concentrado en el proceso de tocarse las narices y pensando como despedir a más gente, que es lo que hacen los Directores Generales.

- ¿Ein? ¿Quiénes son ustedes? ¿Cómo han conseguido entrar aquí? – dijo, sorprendido por la intromisión, el Director General.
- Saludos, amigo – dijo el primer gilipollas con la sonrisa de los domingos- Hemos creado una gran empresa, y hemos pensado que estarían interesados en comprar nuestro novedoso producto.

El Director General pensó que si aquellos tres gilipollas habían podido llegar hasta su despacho sin ningún impedimento, algo de iniciativa debían tener, así que dijo:

- Bueno, nuestra empresa siempre está interesada en la innovación. ¿Qué venden ustedes?
- Nada – dijo el segundo gilipollas.
- ¿Cómo nada? – preguntó el Director General.
- Nada de la mejor calidad, señor – alabó el tercer gilipollas.
- ¿Están chiflados? ¿Cómo van a vender nada? ¿Quién va a comprar eso?- explotó el Director General.
- ¡Ah, estimado señor, pero este es un producto revolucionario! Todo el mundo querrá comprarlo – dijo el primer gilipollas – Verá, le mostraré un ejemplo de las bondades del producto. Imagine que llega usted a casa por la noche y pone la tele, ¿verdad?
- Sí, ¿y qué? – dijo el Director General.
- ¿Qué ponen en la tele? – continuó el primer gilipollas.
- ¿Cómo que qué ponen? Pues depende del día, yo que sé…- el Director General empezaba a perder la paciencia.
- Me refiero a nivel general, ¿qué ponen en la tele habitualmente? – preguntó el primer gilipollas.
- Pues, la verdad que habitualmente no ponen nada…- reflexionó el Director General.
- ¿Cómo nada? –atajó el primer gilipollas- ¡Todo lo contrario, querido amigo! ¡Siempre hay Algo! Y, además – concluyó con una sonrisa el primer gilipollas- ese algo siempre son mierdas.
- Bueno, efectivamente – dijo el Director General- Hay que reconocer que en la tele no ponen más que mierdas continuamente. Pero, ¿qué tiene que ver eso con lo que nos ocupa?
- ¡Hombre, pues está clarísimo!- dijo el primer gilipollas – Usted ¿qué prefiere que le den, mierdas o Nada?
- Bueno, en esa disyuntiva, la verdad es que prefiero que me den nada antes que mierda – dijo el Director General.
- ¿Se da cuenta? Este es el poder de nuestro producto. A la gente le venden continuamente mierdas de todo tipo. Pero, como usted dice, la gente preferiría que no le den nada a que le den una mierda. Lo malo es que hasta ahora no tenían posibilidad de elección, porque a nadie se le había ocurrido comercializar Nada. La gente sólo podía elegir entre una mierda y otra mayor. Pero ahora, cuando puedan elegir, ¿qué cree usted que harán los consumidores más que lanzarse a comprar Nada antes que mierda?
- Pero podrían no comprar nada…sin hacer nada – dijo el Director General.
- ¡Ni hablar! – intervino el segundo gilipollas - La gente está tan acostumbrada a consumir compulsivamente que es capaz de consumir mierda en lugar de estarse quieta. ¿Lo ve? Sólo hay que darles la posibilidad de consumir Nada. ¿Por qué no hacer nada va a ser gratis si se puede comercializar?
- Además – metió baza el tercer gilipollas – nuestro producto le da también acceso a un difícil mercado, el de las personas que no compran nada. Ahora tienen la oportunidad de tener Nada de verdad.
- Tenga, para que vea que no le mentimos, aquí tiene una muestra gratuita de nuestro asombroso producto – y el primer gilipollas le dio al Director General una botella de cerveza vacía tapada con un corcho.
- Pero si en esta botella no hay nada – dijo el Director.
- ¡Exacto! ¡Nada! ¿Se da cuenta de las posibilidades?- dijo, lleno de entusiasmo, el primer gilipollas.

El Director General, hombre avezado para los negocios, empezó a calibrar las posibilidades de aquello. ¿Cómo es que aún nadie había detectado las posibilidades de comercializar Nada? Aquello podría ser una revolución. Así que dijo:

- Bueno, señores. Mi compañía está interesada en su producto. Les ofrezco comprarles todas las acciones de su gran empresa y quedarnos con la patente de su producto y todas las muestras que existan. Les ofrezco un millón de euros por ellas.
- Preferimos 99 millones – dijo el primer gilipollas.
- ¿No le parece un poco excesivo? – dijo el Director General.
- ¿Excesivo? ¿99 millones a cambio de Nada? Piense en las posibilidades - argumentó el primer gilipollas.
- Está bien – dijo el Director General, pensando que por regatear pudiera perder el negocio del milenio- Se lo compro. Aquí tienen los 99 millones – y se sacó 99 millones de euros de la oreja.
- Perfecto. Aquí tiene las escrituras de nuestra gran empresa – dijo el primer gilipollas.
- ¿Qué escrituras? Esto es una servilleta, y además no tiene escrito nada – dijo el Director General.
- ¡Pues claro! – dijo contundentemente el primer gilipollas – usted mismo lo ha dicho, Nada. ¿Qué puede definir mejor a nuestra empresa?
- Está bien – dijo convencido el Director General – Trato hecho.

Los tres gilipollas salieron a la calle tras su aventura empresarial, y se fueron paseando tranquilamente.

- La verdad es que esto de tener una gran empresa es un coñazo – dijo el tercer gilipollas.
- Sí – aprobó el segundo- Yo prefiero nuestra vida anterior, sin responsabilidades ni ataduras.
- Tenéis razón – dijo el primero – Esto es un aburrimiento.
En ese momento, los tres gilipollas encontraron en su camino a un pobre, que les dijo:

- Señores, denme algo, por caridad….
- Le propongo algo mejor – dijo el primer gilipollas- Le cambio estos 99 millones por ese cartón de vino que lleva.
- No sé, no sé- dijo desconfiadamente el pobre.
- Venga, hombre. Además, con estos 99 millones puede acercarse a aquella gran empresa de allí y comprar un producto revolucionario que están lanzando- dijo el primer gilipollas.
- ¿Y qué es lo que venden? – preguntó el pobre.
- ¡Nada! – dijeron al unísono los tres gilipollas.
- ¿Nada? ¿De verdad? ¡Por fin lo que necesitaba! ¡Eso yo no me lo pierdo! – y salió zumbando con sus 99 millones.

Los tres gilipollas se apretaron el cartón de vino en tres grandes tragos. Y el primer gilipollas dijo:

- ¡Eh! ¿A qué no somos capaces de fabricar una guitarra con este cartón de vino?
- ¡Eso sí que parece divertido, así que no debe ser negocio! – dijo el segundo gilipollas.
- No me explico como la gente puede querer crear grandes empresas pudiendo estar haciendo guitarras con cartones de vino – dijo a su vez el tercero.

Y esto fue lo que pasó, más o menos.

viernes, 18 de enero de 2008

Cuentos de los mandarines: Ku Ñao y la comida de la discordia

El mandarín Ku Ñao contaba tranquilamente sus monedas de oro cuando escuchó una voz que provenía de la puerta de su despacho:

- Maestro, ¿puedo osar presentar mi indigna figura ante vuestra sabiduría?
- Pasa, Par Di Yo. ¿Qué es lo que te turba, hijo mío?
- Maestro, ¿recordáis los trabajadores que tenemos desplazados en las plantaciones de arroz de Jo Dó?
- Claro que les recuerdo. Proporcionan a este mandarinato pingues ganancias. Lastima que la recogida de arroz no dure siempre.
- El problema es, Maestro, que se han acercado a mí para hacer una petición, ejem…
- ¡Qué! ¿De qué estás hablando, Par Di Yo?
- Maestro, los trabajadores sostienen que fueron contratados para trabajar en este mandarinato…
- ¡Ellos saben que pueden ser enviados a cualquier lugar en beneficio de su Emperador!
- Sí, Maestro. Esto lo saben. Pero dicen que las condiciones normales de su trabajo se desarrollan en estas dependencias. Esto les permite traerse el arroz para comer de su casa, de modo que pueden ahorrar algo de dinero.
- Somos generosos hasta extremos sangrantes dejándoles usar nuestro comedor, sí.
- El tema es, Maestro, que el desplazamiento a las plantaciones resulta mucho más complejo, y no pueden llevarse la comida, puesto que no tienen donde guardarla. Esto provoca que tengan que comprarla a vendedores ambulantes, lo que les ocasiona un gasto extra.
- ¿Y?
- Maestro, ¡perdón! – Par Di Yo se arrojó al suelo cuan largo era – Sostienen que la empresa debería pagarles, al menos en parte, este gasto extra, ya que viene ocasionado por necesidades de la misma empresa, y las condiciones de trabajo no son las habituales.

Ku Ñao empezó a cambiar de su amarillento color habitual a un hermoso púrpura y, poseído de la furia de los antiguos dioses, estalló:

- ¡Hijos de chivo sifilítico! ¡Encima de que les permitimos trabajar aquí! ¡Ese gasto forma parte de su trabajo, son gajes del oficio!
- Disculpad, Maestro, pero eso no es exacto – dijo Par Di Yo con un hilo de voz – Lo cierto es que están realizando un trabajo fuera de lo corriente, y desplazados de su lugar habitual. Lo normal es que el mandarinato se haga cargo de los gastos extra, en estos casos…o así me lo enseñaron mis maestros – añadió Par Di Yo al ver el furibundo rostro del mandarín Ku Ñao.
- ¿Tus maestros? ¿Esos calientasillones que no tienen idea de lo que es el mundo de la empresa? ¡Tus maestros no saben nada, Par Di Yo! ¡Desgraciados, miserables! ¿Qué he hecho yo para que los dioses me maldigan con estos trabajadores? ¿Crees tú que los trabajadores del mandarinato de Mu-Cha Gui-Ta piden el dinero de la comida? ¡Oh, si tuviera más recursos, les mandaría azotar a todos y les enviaría a sus casas, y contrataría profesionales de verdad!
- Pero…Maestro – dijo Par Di Yo, a quien la botella y media de licor de flores trasegada en la sobremesa prestaba un inusitado descaro - …er…Es que el mandarinato de Mu-Cha Gui-Ta paga el doble que nosotros, además de ser mucho más prestigioso. No me parece lógico compararnos en un aspecto con ese mandarinato, tendríamos entonces que compararnos en los demás, e íbamos a salir perdiendo…
- ¿Es que estás borracho, Par Di Yo? ¿Qué disparates estás diciendo?
- Bueno, un poco sí, Maestro, yo…
- ¡Tú eres un irresponsable indigno! ¿No te das cuenta de que, si pagamos esa comida, creamos un precedente peligroso?
- Pero, Maestro, ¿qué precedente? Confucio decía que hacer lo que es justo es lo justo. Sería como si yo sostengo que, si pago los impuestos una vez, sentaré un precedente y luego el estado pretenderá que debo pagarlos todos los años. Pero es que debo pagarlos. Hacer lo que es justo y obligado no es crear precedente alguno.
- ¡Asno salvaje! Si les pagas la comida, ¿qué les impide venirte a reclamar el vestido? Se supone que también es un gasto extra ocasionado por el trabajo, porque si se quedaran en su casa, ¡podrían ir desnudos como las bestias! ¿Te parece poco precedente, Par Di Yo?
- Disculpad mi ignorancia, Maestro, pero…- a estas alturas, y con el licor de flores haciendo cada vez más efecto, Par Di Yo casi se veía como el legendario guerrero Che, defensor de los pobres- pero ¿alguna vez un trabajador os ha pedido el importe del vestido? Y supongo que, si alguno lo pide, sería tan fácil como negárselo. Porque hay cosas que son de sentido común, y otras que no lo son.
- Par Di Yo, parece que tienes un día especialmente poco brillante. En mi infinita paciencia, voy a darte una argumentación más: ¿te acuerdas del Kon Ve Ño?
- Eh, claro, Maestro. El Kon Ve Ño es el sagrado texto que rige, en buena parte, nuestras relaciones con los trabajadores.
- ¡Ajá! Pues ese sagrado texto mantiene que solo se deben pagar esos gastos cuando el trabajador sale de los límites de la provincia en la que se encuentra el mandarinato. Y los arrozales de Jo Dó no están fuera de la provincia. ¿Qué te parece esto?

Par Di Yo se rascó la cabeza durante unos momentos. Parecía estupefacto.

- Sois sabio, Maestro, y tenéis razón en lo que decís. Pero vuestro argumento me llena de congoja.
- ¿Por qué, si puede saberse?
- Porque nosotros no cumplimos ni una sola palabra de las que salen en el Kon Ve Ño, Maestro. Si lo invocamos ahora, a mí me parece que estamos perdidos. Entonces, los trabajadores dirán que tendrán que cumplir sus horarios, cobrar conforme a su categoría, no trabajar en festivos, que se les reconozca la antigüedad, …

Ku Ñao se cubrió la cabeza con las manos y se lanzó al suelo temblando:

- ¡Basta, Par Di Yo! ¡No puedo soportar esta visión! Dales a esos miserables dos monedas de cobre al día para que puedan pagarse la comida. Y déjame a ver si puedo relajar algo mi acongojada alma con el Libro de las Torturas del rey Ka-Bro Na-Zo. ¡Quítate de mi vista, funesto patán!
- ¡Oigo y obedezco, Maestro!

Y ese día, el mandarín Ku Ñao, aprendió que la ley del embudo no siempre funciona. Y cuando Par Di Yo entregó las monedas de cobre, se sintió menos miserable que de costumbre. Y los escribas recogieron estos hechos en un poema, como era uso común en estos días:

¡No pagues! dice el gerente,
que crearás un precedente.
A no ser que, al no pagar
puedas quizá provocar
una desgracia mayor,
como que el trabajador
te pretenda reclamar
lo que en ley le debes dar.
Si se da esta situación,
paga, no seas cabezón.


Estos hechos son rigurosamente históricos, aunque no os lo creáis.

miércoles, 2 de enero de 2008

El trueno entre las hojas

Durante estos días navideños, además de disfrutar de un catarrazo récord con el que llevo ya doce días, he tenido la oportunidad de leer "El trueno entre las hojas", recopilación de cuentos del gran escritor paraguayo Augusto Roa Bastos. Nunca ha sido un autor fácil de leer, pero la recompensa merece el esfuerzo.

Me llama la atención el hecho de que un escritor que pasó la mayor parte de su vida en el exilio pueda ser tan representativo de su país como Roa Bastos. O quizá el haber pasado casi toda su vida en el exilio es la mejor razón. Sus libros son hijos de su tiempo, de la situación política de su país, de su terrible y torturada historia, de su gente, siempre llenos de giros guaraníes que te hacen detener la lectura a cada rato. Su sabor es inconfundible.

Sus libros me provocan el deseo de conocer ese país tan desconocido, Paraguay. Tan castigado por las guerras y tan hermoso para los que lo han conocido. Espero poder visitarlo alguna vez.

Por cierto, demostración de conocimientos friki: ¿sabía usted que Paraguay es el único país cuya bandera no es igual por los dos lados? Con esto se puede impresionar a cualquier camarera que no sea paraguaya. También es posible que os echen del bar.

Consérvate bueno.