lunes, 31 de mayo de 2010

Portadas que me gustan


Elegante y sobria portada para el saxofonista más rápido a este lado del Mississipi, el amigo Johnny Griffin. Es un disco del 56, y el diseño de la portada es de W. Hopkins, que está firmada, ojo. También podéis ver los músicos que acompañan al amigo Johnny, Junior Mance al piano, Buddy Smith a la batería y Wilbur Ware al bajo. Por cierto, Wilbur hizo sólo un disco como líder, “The Chicago Sound” (también me gusta la portada), acompañado casualmente por...Junior Mance y Johnny Griffin entre otros, y es que todos eran chicaguenses. Cosas de la geografía musical.


Esto es un original de tío Griffin, “Satin Wrap”. Os podéis quitar el sombrero.



viernes, 28 de mayo de 2010

Frozen Dreams

No sé cómo lo hicieron, ni cuándo empezó, pero lo cierto es que congelaron a la gente. A todo el mundo, incluso a mí. Dicen que fue a través de unos rayos que salían de la tele, o que los periódicos tenían algo que al tocarlos pasaba a la sangre. Otros dicen que fueron los famosos transgénicos. Incluso hay quien dice que algo tenía que ver con el fútbol. Yo que sé, ya sabéis que, a toro pasado, todo el mundo es muy listo y se dicen muchas chorradas.


Pero lo cierto es que la gente estaba, estábamos, congelados. Totalmente tiesos, no podíamos movernos. Era una sensación muy desagradable, la verdad. Y en esto subieron la edad de jubilación, y me dije, ah, ya está, ahora la gente se descongelará, nos descongelaremos, y nos moveremos, y ya verán. Pero no. Nada.


Así que siguieron. Y redujeron sueldos y derechos por la jeta. Mientras los listos de siempre se forraban más. Y yo pensé, ahora, ahora, la mala hostia nos abrasará tanto el corazón que nos descongelaremos, y se van a cagar. Pero no. Estábamos ahí, y jurábamos un poco entre dientes, era todo lo que podíamos movernos.


Así que siguieron. Nos hicieron reformas laborales, y subidas de impuestos, además. Como no nos podíamos mover, llegaban al punto de darnos collejas, y se reían:


- ¡Jo, jo, jo, jo!


Estaban muy seguros, porque todos estábamos congelados.


Por eso, la noche que ardió el Palacio de Invierno, nadie se lo esperaba. Y entonces, los listos se dieron cuenta del error. Habían congelado a la gente, sí. Pero se habían olvidado de los loros, que esperaban su oportunidad. Ahora ya es tarde.


En fin:


Soñé que en el sol helaba,

soñé que la nieve ardía.

Soñé que no me quejaba

sino que, al fin, me movía.

domingo, 23 de mayo de 2010

Portadas que me gustan

Pues aquí va ésta de los tiempos gloriosos de RCA Victor, que tenía haciendo portadas a gente como Jim Flora, o el mismo Bob Jones, autor de ésta, con su línea humorística, de “dibujos animados”. Por su parte, Pete Jolly fue un pianista al que se identifica con aquello del West Coast. De larga carrera y polifacética carrera, llegó a grabar con los Carpenters, Frank Zappa o Tom Waits, además de con gente como Gerry Mulligan, Chet Baker o Art Pepper, y también tocó en mogollón de bandas sonoras de series y películas, como “Dos hombres y un destino”, “MASH”, o “Superagente 86”. Una mina, el muchacho. Éste es su disco de debut como líder, 1955. Alterna temas en duo, con el bajista Buddy Clark, en trio, sumando al batería Art Mardigan, o en cuarteto, añadiendo al cóctel al saxo Bill Perkins.


Y aquí va “Diablo’s Dance”, original de su amiguete Shorty Rogers, en formato trio. Marchita con los dedos rápidos de don Pete, que viene el diabólico lunes.



martes, 18 de mayo de 2010

Hank Jones


Pues se nos fue el último de los hermanos Jones. El bueno de Hank, curiosamente el hermano mayor, ha fallecido con 91 añazos. Se nos van acabando las leyendas. Gracias a mi amiga Esther, conservamos parte de esas leyendas en imágenes, como en esta maravillosa foto de Hank que me ha prestado. Gracias, friend.


En estos casos, siempre hay algo que me sirve de consuelo: seguro que, en algún lugar del mundo, ha nacido ya el nuevo Hank Jones. Así que, abundando en ese pensamiento, os dejo al hermano Hank, en colaboración con el hermano Elvin a la batería y George Mraz al bajo, con uno de los temas más importantes del hermano Thad, “A Child Is Born”.



lunes, 17 de mayo de 2010

Fábula absurda del jubilata y el loro

Érase una vez un jubilado llamado Octogenaro Parménides. Era éste Octogenaro hombre de costumbres regulares, así que un día encendió la televisión y se enteró de que el Gobierno tenía la intención de bajarle la pensión. Ante la noticia, Octogenaro resumió en una exclamación la filosofía que había guiado su vida:


- ¡Me cago en mi calavera!


Sí, la indignación se apoderó del señor Parménides. ¡Esto no podía quedar así! ¡Tenía que rebelarse! Pero, ¿qué hacer? Pensaba y pensaba furiosamente, pero no se le ocurría nada, hasta que, de pronto, tuvo una idea: consultaría con el loro.


Sucedía que Octogenaro tenía en su casa un viejísimo loro. Más valdría decir que el loro vivía en casa de Octogenaro, ya que el hecho de que Octogenaro fuera el dueño del loro era muy discutible. Algunos dicen que ese loro tenía gromecientos años, y que su nombre era Puto Bocazas, pero ya sabéis lo poco de fiar que es la tradición oral. En fin, resulta que este loro era de una gran inteligencia y astucia, y tenía respuesta para todo. Más que un loro, diríamos que era un loráculo, si se nos perdona el espantoso chiste. Lo malo es que sólo se le ocurrían maldades.


Así que, ni corto ni perezoso, Octogenaro pidió audiencia al loro, y le consultó que podría hacer para vengarse del Gobierno por tamaña afrenta. El loro pensó durante unos segundos, pidió a Octogenaro que se acercara, y le susurró al oído:


- Bssss, bsss, bsss,...


Y Octogenaro dijo:


- ¡Eureka! ¡Qué idea!


Y a continuación dijo:


- ¡Aayy! ¡Me cago en mi calavera!


Y es que el loro había aprovechado la proximidad para arrearle un picotazo en la oreja. Así son los loros. Antes de que Octogenaro pudiera asesinarle, el loro se refugió en la lampara y empezó a carcajearse de él (¡Je, je, je!, decía aquel malvado bicho).


Pero al señor Parménides se le pasó rápidamente el cabreo, porque la idea del loro era demasiado buena. Así que, de inmediato, puso manos a la obra.

.........


Cuando, cierto día, Octogenaro Parménides se acercó a la oficina de la Seguridad Social a cobrar su pensión (no se fiaba de los bancos, y hacía bien), el funcionario que atendía aquella oficina se fijó con un poco más de detalle (se aburría) en su carnet de identidad. Y le llamó la atención el curioso hecho de que Octogenaro tuviera, según aquel documento, 185 años. Ante aquella insólita longevidad, el funcionario dijo:


- Perdone, pero este documento tiene un error. Según él, tiene usted 185 años.

- El documento es correcto, chupatintas – dijo el señor Parménides – Tengo 185 años, y los que me quedan.

- Pero eso no es posible – dijo el funcionario, que era hombre de poca imaginación.

- Claro que lo es – respondió con suficiencia Octogenaro – Resulta que, cuando los sinvergüenzas del Gobierno decidieron bajarme la pensión, concebí un plan maquiavélico: si ellos me pagaban menos, yo cobraría durante más tiempo. Es lo justo. Así que decidí no morirme.

- ¿Cómo dice?

- Lo que oye, escribiente. Ya pueden bajarme la pensión que, como voy a cobrar durante un taco de años, a la larga siempre recuperaré lo que me han robado.

- ¡Pero eso no es serio, señor Parménides! ¡Tiene usted que morirse, como todo el mundo!

- ¡He dicho que no me da la gana morirme! ¡Pienso estar cobrando la pensión hasta el día del Juicio Final! Así que calle y apoquine, burócrata.


Así que el funcionario apoquinó, pero aquello le dejó preocupado. De momento, el problema no era grave pero, ¿y si lo que había hecho Octogenaro llegaba a oídos de otros y se extendía? ¿Y si la gente empezaba a tomar en masa la decisión de no morirse? Más que pensar en el abismo filosófico que abría la posibilidad de la inmortalidad, el funcionario pensaba que la inmortalidad sería la ruina de la Seguridad Social. Así que se decidió a poner el asunto en manos de su superior.


Cuando, siguiendo el conducto reglamentario, el asunto llegó catorce años después al despacho del ministro del ramo, éste dijo:


- ¡Me cago en mi calavera!


Porque el comportamiento anarquista de Octogenaro era realmente subversivo. Así que el ministro tomó la decisión que cualquier gobierno democrático hubiera tomado: asesinar al señor Parménides. Le lanzaron desde un octavo piso una caja de caudales sobre la cabeza pero, para su sorpresa, Octogenaro siguió tan fresco. Y es que, cuando tienes una voluntad inquebrantable, todo es posible. Había decidido no morirse y no se moría, ¡ea!


Pero Octogenaro no contaba con las taimadas artes de los gobernantes. Resulta que el Consejo de Ministros (dicen que asesorado por un loro) tomo la decisión de retrasar la edad de jubilación para que coincidiera con la de fallecimiento. Lo vendieron muy bien, era un chollo, ahora tenías la posibilidad de jubilarte a los 40 años, si tenías la suerte de morirte. Con este sagaz plan, la Seguridad Social estaba salvada, ya que no se pagaría una sola pensión. Ante la perspectiva de tener que volver a currar por toda la eternidad, Octogenaro decidió morirse rápidamente.


Y, colorín colorado, así quedo salvada la estabilidad democrática, el orden y las buenas costumbres. Ya nadie decidía no morirse. Eso sí, ante la perspectiva de trabajar hasta la muerte, la gente (dicen que inspirada por un loro) empezó a tomar la decisión de no nacer. Y eso sí que era un problema. Pero algo se les ocurrirá.

domingo, 9 de mayo de 2010

Portadas que me gustan


¿Cómo no me va a gustar esta portada? Me consta que alguno de los amigos virtuales la puso o citó hace poco, y que el amigo Armando habló de estos músicos hace también pocas fechas, pero ya sabéis que soy un copión, je, je. El dibujo es, queda claro por la firma, de Arnold Roth (podéis conocer su trabajo aquí). Y la música de un grupo que, por desgracia, no tuvo demasiadas oportunidades, el octeto formado en 1946 por una panda de jovenzuelos: el pianista Dave Brubeck, el saxo alto Paul Desmond, el saxo tenor David Van Kriedt, el saxo barítono Bob Collins, el trompeta Dick Collins, el clarinetista Bill Smith, el bajo Jack Weeks y Cal Tjader, que por entonces tocaba la batería. Fueron capaces de hacer una música intrincada, diferente, ese “jazz de cámara” tan peculiar. Aquí va “Fugue On Bop Themes”, tema cortito original de Van Kriedt. A ver si os gusta.



miércoles, 5 de mayo de 2010

Portadas que me gustan


Bueno, bueno, todo un clásico. La banda sonora que Duke Ellington compuso para “Anatomía de un asesinato” (1959). Magnífica portada, que aprovechó los maravillosos diseños de créditos de Saul Bass para la película. Y esta portada me sirve, además de para recordar la música de Duke, para hacer un homenaje al maestrazo de Bass, que cada trabajo suyo es una obra de arte. Aquí tenéis los créditos de “Anatomía de un asesinato”, claro, con la banda del Duke a pleno rendimiento.



Y, de regalo, otro trabajo de don Saul para otra película excelente y muy jazzera, “El hombre del brazo de oro”, con música de Elmer Bernstein, Aquí, aquí debajo. Subir el volumen.



sábado, 1 de mayo de 2010

Cuentos de los mandarines: las dos caras de la agotadora verdad

El mandarín Ku Ñao, el de los luengos bigotes, firmó con su pluma de pavo real un amarillento pergamino, y solicitó la presencia de su discípulo, Par Di Yo:


- ¡PAR DI YOOOO! ¡Acude a mi celestial presencia, chimpancé desbocado!

- Oigo y obedezco, Maestro – dijo Par Di Yo apareciendo en el umbral.

- Par Di Yo, musaraña de los campos, lleva este artículo mío sobre la importancia de retener el talento en las organizaciones al Mandarín Ma-Ga-Zín, que me lo van a publicar.

- Maestro, permitid que este mísero siervo os haga una pregunta. ¿De verdad vuestra mandarinez se cree lo que escribe?

- ¿Insinúas que no creo en la retención del talento, avestruz asiática? ¡Retener el talento es lo más importante en una empresa! ¿No te das cuenta que el capital humano es básico y es lo único que nos puede diferenciar de otros mandarinatos?

- Perdón, Maestro, por supuesto que he oído esto incontables veces. Pero esto es teoría. Lo que quiero decir (y Par Di Yo se cubrió la cabeza con un almohadón de plumas, por si acaso) es que realmente no hacéis nada para retener el talento. Más bien todo lo contrario.

- Por supuesto, cabra montesa. ¿Es que la sutilidad mandarínica no ha calado aún en tu diminuto cerebro, Par Di Yo? Precisamente, la esencia del mandarinismo, y de la sociedad misma, consiste en decir que se defiende algo y favorecer lo contrario. Así ha sido siempre.

- ¿Es posible, Maestro?

- Pues claro, batracio con salsa de soja. ¿Qué valores se defienden en la sociedad, cuando oyes hablar a políticos y otros santones? La solidaridad, la pluralidad, el servicio, bla, bla. Pero, pones la Te-Le y, ¿qué ves?

- Burradas a diestro y siniestro, Maestro.

- Efectivamente, Par Di Yo. Corrupción, mentiras, engaños, manipulaciones, estafas, etc. Esta es la realidad. Pero no queda bien defender estos valores, ¿verdad, Ci-Ga-La con coleta?

- Ya veo, Maestro, la importancia de mantener las apariencias aunque el mundo se desmorone a nuestro alrededor. ¿Por eso vuestra mandarinez defiende la importancia del talento y a su vez trata a los Cu-Rri-Tos como a ganado?

- Exacto, Par Di Yo. O, por ejemplo, defiendo la importancia máxima de la innovación dentro de la empresa. La innovación es básica. Si no innovamos estamos perdidos. Hay que fomentar la innovación a todos los niveles.

- Pero que los dioses se apiaden de ti si te equivocas.

- Efectivamente, Par Di Yo, ya lo vas cogiendo. Digo que fomento la innovación, pero castigo el error con máximo rigor. Es lo que se llama gestión esquizofrénica. Nada de lo que dices tiene que ver con la realidad pero, ¡es tan bonito! Todo el mundo sabe que es mentira, pero hacen unos esfuerzos tan ejemplares por creérselo, je, je.

- Pero Maestro, ¿no debería tenerse en cuenta lo que se hace, en vez de lo que se dice?

- ¡Ni hablar, Par Di Yo! ¡Eso supondría la ruina del género mandarín, oso de agua! Y para eso llevamos esforzándonos durante siglos, para que la gente se fije en lo que decimos, no en lo que hacemos. Palabras y palabras, Par Di Yo. Como decía el Gran Maestro, ni una mala palabra, ni una buena acción. Y ahora circula, pangolín de cola larga, que me toca la Si-Es-Tá de antes de comer.

- Oigo y obedezco, Maestro.


Y de este modo, Par Di Yo aprendió que la incoherencia es el eje que hace que el mundo se mueva. Y los escribas lo recogieron en estos versos para que sirviera de aprendizaje a las futuras generaciones:


Sé solemne en el hablar

poniendo a dios por testigo

al prometer y al jurar,

más recuerda bien, amigo

que una cosa es predicar

y que otra cosa es dar trigo.